Ya se cubrían con un blanco manto los isométricos
techos de aquella pintoresca ciudad, y los níveos copos de nieve descendían a
través de las gélidas corrientes de aire describiendo livianas danzas tan
hermosas como imperceptibles al son del ruido matutino que ya empezaba a
entonar sus notas. Es curioso notar cómo la vida transcurre en un vaivén de
afanes y desventuras, y olvidamos, en nuestro ensimismamiento mundano,
sorprendernos de las maravillosas pero simples cosas de la vida, tal como ver
la libre y despreocupada caída de un sencillo copo de nieve; pues sólo quien
vuelve a sentir miedo de lo majestuoso, se regocijará con lo simple, y
únicamente en lo simple nos encontraremos de nuevo con nosotros mismos. Vale
aclarar, que sentir miedo de lo majestuoso es todo lo contrario a lo que el
miedo ha significado para los cobardes, el miedo resguarda sus feroces fauces
en la humildad; quien admite sentir miedo, ya ha descubierto su verdadero
sentido, que no es más que el auto-reconocimiento de nuestra insuficiente e
impotente condición humana.
Y entre las mil y una historias de amor que aquí se
tejen, una en especial, pasa anónima e insospechada entre las demás, como los
pequeños copos de los que hablábamos. Entre los amores y desamoríos que por
aquí transcurren, tal es la multitud que una simple historia particular no
marcará la diferencia. Pero por hoy centrémonos en un peculiar encuentro, tan
especial como todos y tan diferente como ninguno; diremos entonces que ésta es
una historia de dos amantes que aún no se conocen, dos seres que todavía no son
el uno para el otro y que a los ojos humanos no los serán.
Él, tranquilo y curioso; ella, vanidosa y elegante;
él, despreocupado y olvidadizo, ella: recatada y selectiva; él, un viajero sin
fronteras; ella: una citadina normal. Nadie habría imaginado el encuentro de
dos seres tan distintos, aún menos cómo sería su historia.
Eran ahora las tres de la tarde, y todos empezaban a
retornar a sus hogares, los carpinteros paraban sus aserradoras, los golpeteos
del herrero comenzaban a atenuarse y los vendedores ya serraban sus negocios,
en el parque, con voces infantiles, un pequeño coro entonaba deliciosos
villancicos y algunos niños correteaban por todos lados, mientras sus madres,
distraídas, tal como lo hacen hoy, advierten del peligroso y devastador
resultado de una caída y los niños, haciendo caso omiso, continúan su juego
como siempre lo han hecho y seguirán haciendo. La historia del desarrollo
humano parece siempre repetirse, las madres advierten sobre lo que, a sus ojos,
parece un fatal accidente y para los niños es sólo un pequeño precipicio o, lo
que para ellas parece una muerte segura, pero para los infantes es un gigante
parque de juegos. Tal vez siempre sea así, y nunca una madre diga: “anda,
tírate de ese barranco que no te pasará nada”, o que un niño diga: “madre, no
iré a jugar porque tal vez me lastime”, en fin, hay cosas que tal vez, bajo
condiciones normales, nunca pasen.
Nuestro protagonista está ahora en el puerto, acaba
de llegar de profundas aguas en una mediana embarcación de pesca que había
fracasado su misión, debido a la escases de peces por esta temporada. Pese al
fracaso laboral, él iba tranquilo y despreocupado silbando, como de costumbre,
canciones desconocidas para quien no estuviese habituado a oírlo. Iba en busca
de una nueva aventura. Así es el corazón de aventurero, ninguna hazaña ha sido
suficientemente grande y ningún lugar está tan lejos para él. Ya caía la tarde
y nuestro joven emprendedor recorría las calles, como lo hace cualquier recién
llegado con curiosidad de conocer. El sonido del coro, que ya estaba
finalizando su tarea, lo atrajo hasta el parque, y ver cómo se comportaban las
personas allí presentes lo motivo a quedarse observando: algunos jugaban, otros
conversaban, reían, gritaban, cantaban, algunos se disponían para irse; él,
sólo miraba, y se divertía pensando lo que le depararía el tiempo, tal vez una
tierra lejana o de pronto un trabajo para aprender, incluso, quien sabe, un nuevo
amor, ninguna imaginación es suficiente para contemplar la infinitud de
posibilidades que le esperan a un dispuesto a todo.
Nuestra protagonista, con ganas de relajarse de un agitado
y enredado día, por casualidad, se dirigió al parque, a ver qué pasaría allí
que pudiera relajarla, pero su estricta y regulada mente sólo le permitía
pensar en sus obligaciones y la separaba de cualquier contacto con lo que le
muestra el mundo para distraerse, y si lo pensamos, así funciona nuestra mente:
cuando la rutina y la preocupación nos invade perdemos el contacto con la
sencillez de lo majestuoso a lo que hace unas líneas hacíamos referencia. De
este modo pues, se encontraba nuestra protagonista, distraída de lo distractor.
Es ahora que sucede la parte mágica, la escena que
todos esperan, donde se encuentran milagrosamente las miradas y caen
profundamente enamorados y viven felices por siempre, pero para variar algo que
en realidad nunca pasa, no se encontraron sus miradas repentinamente, fue ella
quien primero lo vio a él, y olvidó todo en lo que estaba pensando, en ese
momento fue sólo suya, se entregó totalmente a un perfecto extraño, alguien a
quien no conocía, pero que en sus ojos conoció de inmediato y por quien estaba
dispuesta a olvidar que el mundo existe.
Él, paseando la mirada, la avistó y por su mente no
pasó, en un primer instante, más que la opción de una nueva aventura, pero al
acercarse a su encuentro la violenta flecha del amor golpeó su corazón y no
pensó más que en dedicar su vida a una exclusiva aventura: ella, todos sus días
vividos transcurrieron en un segundo y los que le quedaban se reflejaron en los
ojos de aquella creatura, que por primera vez, a su alma de aventurero le hizo
sentir algo por que vivir más que la incertidumbre. Pues eso es todo lo que
puede esperar un aventurero: incertidumbre. Pero eso no es malo, por el
contario, es posibilitar el mundo para que aparezca con lo que quiera, y
aprender a disfrutar de la variedad que se ofrece, pero en esta ocasión, aquel
insignificante ser trotamundos, sólo quiso morir a su lado.
No necesitaron oír palabra alguna uno del otro, sus
miradas fueron más que suficiente, la felicidad no necesita explicación, menos
si es el amor quien carga con ella, pues quien entrega su corazón al vuelo del
amor ya ha encontrado por primera y última vez la felicidad que el mundo terrenal
está dispuesto a ofrecer. De este modo volaron ambos corazones uno sobre las
alas del otro, su cantar cada vez más animoso, y ahora, cobijados por la luna,
y arrullados por los matorrales fueron uno, quedándose, luego, dormidos en el
frío invernal.
No sabremos nunca si este encuentro fue suficiente
para que sus almas se volvieran a encontrar luego, para amarse eternamente sin
las fronteras de la realidad física, de lo único que quedará constancia es que
en el parque, a la mañana siguiente fueron encontrados los cuerpos sin vida de
dos pequeños pajaritos, que por un momento de sus distantes existencias
pudieron vivir, amar y sonreír a la muerte, con la sonrisa que sólo la
satisfacción de haber encontrado un propósito en la vida puede mostrar.
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