miércoles, 3 de abril de 2013

LA CAJITA.Juliana Marcela Muñoz Gaviria


Sentía los párpados pesados, secos y rígidos. Ya no le quedaba más de aquella extraña solución salina que brota de los ojos cuando se roza la piel más frágil y tersa de las personas; ese rinconcito invisible que dolía intensamente cuando era perturbado y que en la extraña sordidez de los días normales caía en un olvido necesario.
¡Lágrimas! Era el nombre del liquido que había escapado de su cuerpo pocas horas antes como huyendo del caos que ahora formaban su mente y su corazón… Lágrimas con las que quiso expulsar un cumulo inmenso, afilado y monstruoso de sensaciones que poco se parecían a la alegría, al amor, a la magia, y que se encontraban incrustadas en esa cajita, palpitando a su propio ritmo, doliendo a cada paso, en cada respiración…
¡Lágrimas!... ¡De eso ya no le quedaba! Se esfumaron cuando intentó sacarse de adentro la cajita, descubriendo entre decepción y asombro que no salía. Estaría allí para siempre y para su desgracia…
Se levantó con cuidado y con torpeza, con el espíritu pesado y el cuerpo adormecido, y se miró al espejo… Era bonita… ¡Sí!, algún día lo había sido… Antes de que él apareciera... Antes que esta absurda metamorfosis comenzara… Antes de que Paco, siempre transparente  y sincero, empezara a susurrarle al oído frasecitas de amigo, de cómplice, de Celestina, que la llevaban a contemplarse como un conjunto de carencias: Ojos más grandes, labios carnosos y rojos como la sangre, piel suave y perfecta, una manchita en el rostro que debía esconder a toda costa, cabellos oscuros, pechos turgentes y redondeados, pancita que esconder, confianza que ganar. Todo esto hacia parte de su lista, de la eterna e ineludible inspección de sí misma que hacía cada mañana frente a la mirada inquisidora de Paco, siempre tan inmóvil, tan parco, mientras la alentaba a ser lo que siempre repudió, pues solo lograría conquistarlo si era una de ellas… ¡Sí!, una de esas muñequitas que parecen sacadas del molde, esas que todos quieren y que caminan en las nubes mientras las observan…
Ahora el sentimiento mientras se miraba era diferente, porque cuando repasó su lista se dio cuenta de que siempre fue lo que él quiso ¡No!, lo que pensó que a él le gustaría: la muñeca que adornaría su mundo mientras él la llevaba de la mano, a la que besaría frente a la mirada envidiosa y malintencionada de  de las otras muñecas, porque fue ella la única elegida: hermosa, perfecta, sonriente, pero muñeca hueca y sin vida a fin de cuentas, como él siempre lo había soñado… Y así, frente a Paco y su atónita mirada, se pidió a si misma fortaleza y carácter suficientes para contemplar sin asco su cuerpo y su corazón.
Comenzó a vestirse despacio, solo quería salir sin su máscara a la calle. Pensaba… Pensaba callada, sintiéndose un ente con vida, pero con una historia rota y gastada, hecha de retazos. ¡Qué ingenua! Creyó que estar a su lado era lo único que valdría la pena, porque cuando lo tuviera cerca se sentiría plena y aquella metamorfosis, ardua y dolorosa, al fin tendría sentido. A su cabeza arribaron todas las formas en las que intentó darle alas, pues solo quería verlo feliz, pero nunca pudo lograrlo, porque no era un ángel, o tal vez porque a él sólo lo hacían volar ellas. Si, ellas - las mismas que se lo habían arrebatado de los brazos- le permitían escaparse y ser otra persona; lo llenaban de colores y de ideas que la muñeca no comprendía y que mucho menos era capaz de brindarle, pero que compartía en cada viaje. Y entonces, se acordó, estaba en su bolsillo, y lo buscó desesperada. Sin pensarlo mucho lo puso entero sobre su lengua: Este sería el último viaje y lo emprendería sola.
Salió se su casa sin decirle adiós a Paco y mucho menos a su reflejo… ¡Ya que mas daba! ¡El no estaría afuera para aprobar su fachada! Y empezó a caminar con calma, pero sin Lucidez, Sosiego o Decisión. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor…
Caminaba como movida por fuerzas ajenas a sí misma y de pronto, un torrente de emociones la invadió: de la cajita comenzó a salir el cariño, los abrazos y palabras dulces de su madre, ahora ausentes y casi nulos. Brotó también la indiferencia de quienes por tanto tiempo creyó sus amigos; los besos y palabras tiernas de los primeros amores, el dolor y la rabia contra aquellos que la abusaron, las pasiones que escondió con ahínco y con temor… Lo que algún día soñó para sí misma junto a él…
Se desmoronaba, sentía que no podía más, porque dolía cada suspiro, cada caricia recordada, cada mirada recibida, cada gesto ignorado. Dolía y no podía soportarlo, prefería morir a llevar tan horrible carga incrustada en el pecho, en la conciencia, en la imaginación. De repente, cayó al suelo y sus ojos se cerraron de forma intempestiva, se nublaron, se cegaron…  Ya no sabía quién era y mucho menos que sería de ella, porque ahora estaba metida en la cajita, absorta en la montaña de emociones que sin piedad la consumía, buscando una paja entre millones agujas… ¡Buscándose! Pero temiendo enormemente encontrarse, encontrar a la persona que tanto temió ser… Pero en el fondo quería encontrarla para abrazarse a ella y llorar sus desgracias, para llorarlo a él…
Corrió, corrió para encontrarla y de repente supo que aún la llevaba dentro, nunca pudo salirse, porque también estaba en la cajita, si, en esa maquinita que algún día intentó amputarse, ¡Allí estuvo siempre! creciendo a cada paso, en cada respiración…
Corrió, corrió para estrecharla en sus brazos y decirle cuanto lamentaba haberla alienado, haberla pero ya era tarde, al igual que él se había ido. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor?...

1 comentario:

  1. Me gusta el misterio del pensamiento aparentemente inocente del personaje. De su momento oculto por entre la soledad.

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