lunes, 1 de abril de 2013

SUSAN. Por: Andrés Felipe Hernandez Murcia


Observaba una foto de mi esposa e hijo al momento que entraron en mi oficina un hombre y una mujer; él entro cojeando y apoyado en su esposa. Ambos parecían tener poco más de treinta años. Nos saludamos. Se presentaron como Juana y Gabriel Estrada. Rápidamente les ofrecí asiento y les pregunte el motivo de la visita.
­—Doctor, lo que pasa es que nuestra hija Susan sufre de esquizofrenia —dijo la mujer—, pero hace unos cinco días empezó a tener muchas pesadillas y desde eso no ha podido dormir más de una hora cada noche —añadió—,  siempre se despierta llorando y gritando cosas como: “me alcanzó”,” grel lo va herir”, “ yo no quiero jugar con él”. Queremos que nos ayude, hemos oído que usted está trabajando en algo para ayudar a las personas con problemas del sueño.
—Así es —le dije—, mi equipo y yo durante estos años hemos creado un prototipo para entrar al subconsciente de las personas a través del subconsciente de una persona saludable, para buscar el problema de insomnio y así saber qué medidas tomar.
La madre me logro convencer contándome todo lo que habían pasado sin obtener remedio alguno, inmediatamente hice una llamada ordenando que preparasen a Oniros. Salimos de la oficina, yo hacía el laboratorio y la pareja al Hospital de Vallegris, dónde se encontraba Susan. Al cabo de una hora la familia llego al laboratorio acompañados de dos enfermeros con la pequeña en una camilla, al verla entendí la angustia de la madre. La que debía ser una hermosa, alegre y vivaz niña, parecía más un muñeco de trapo pálido con la mirada perdida, con las ojeras igual de oscuras que sus ojos y apenas se notaba el temblar de sus dedos.
Decidí ser yo quien se conectaría a la máquina junto a la niña, seguí los procedimientos que mi equipo y yo habíamos establecido: Ponerse ropa cómoda, relajarse y tratar de vaciar la mente. Luego nos dirigimos a la sala antiruido dónde se encontraba Oniros, que es algo así como un tomógrafo con dos entradas. Yo me dispuse en una y los enfermeros acomodaron a Susan en la otra. Una de mis ayudantes nos aplicó un somnífero que me hizo efecto casi al instante, a Susan hubo que aplicarle un poco más.
En un abrir y cerrar de ojos estaba en un lugar vació, al comenzar a caminar fue apareciendo una casa con un bello jardín y una casa para perro con el nombre de “botas” escrito sobre la entrada de esta. La puerta principal se encontraba cerrada, así que entre por la ventana sin tener éxito pues volví al mismo jardín. Lo más difícil era entrar al pensamiento de la persona, ya que al hacerlo podría recorrerlo con la mayor tranquilidad. Decidí darle un pequeño empujón con mi hombro a la puerta que se abrió al instante. Usualmente los subconscientes dan mayor problema para entrar, pero creo que el estado en que se encuentra Susan la hizo más débil.
Ya dentro solo vi  unas escaleras que subía en espiral hasta donde alcanzaba la vista rodeada por una pared. Al ir subiendo iban apareciendo diferentes ventanas en la pared. Nunca imagine que existiera tal cantidad de tipos de ventanas. Cada una era completamente distinta a la anterior, ya sea en su forma, color o tamaño. Lo único que tenían en común era el cristal, y al ver a través, supe  que eran los diferentes recuerdos de la niña. Pude ver cosas como: El primer día de escuela, cuando se le cayó su primer diente de leche, varios de sus cumpleaños, su primera bicicleta, varios abrazos y besos de sus padres.
Noté que el hombre que aparecía con ella y su madre no era el mismo que entro a mi oficina. No le preste mucha importancia y seguí subiendo. Encontré una ventana que me llamó mucho la atención y como no si era extremadamente grande, tanto como una pantalla de cine, solo que redonda y su marco era de muchos colores, todos de un brillo intenso. En el interior apreciaba el cumpleaños número ocho, la madre le tapaba los ojos a Susan mientras aquel hombre le ponía una caja envuelta en papel de regalo enfrente, la niña se quito las manos de su madre y con una gran sonrisa en el rostro y fuertes carcajadas levantó la tapa de la caja, de la que salió un cachorro de pastor australiano. Lo supe al instante, porqué mi abuelo tuvo varios en su granja. Nunca vi a alguien tan feliz, lo que me puso muy triste al saber que aquella niña de hermosa sonrisa, estaba casi inerte en mi laboratorio. Concluí que aquel hombre debía ser su padre.
Seguí mi camino y encontré una ventana muy pequeña, tanto que podía taparla con mis manos, al tocarla la sentí tan fría y húmeda como el hielo. Al otro lado estaban dentro de un auto: Susan y Botas en la parte de atrás, su padre manejaba y Juana en el asiento del copiloto. Sin previo aviso sufrieron una gran sacudida, no pude ver más porqué el cristal se dividió en cientos de pedazos. Pase a la siguiente ventana, aún más pequeña y vi a Susan llorando junto a su madre y otras personas en un cementerio junto a una tumba. Ya suponía de quien era.
Cada vez que subía encontraba menos ventanas y la mayoría no superaba el tamaño de un televisor mediano, y cada vez eran más simples con marcos delgados y de colores opacos. Los más grandes casi siempre trataban de su perro o su madre. ¡Dios! sí que quiere a ese perro. Su madre ya no estaba tanto con ella, pues tuvo que conseguir trabajo. Observe también el cambio de colegio, su noveno cumpleaños, varias visitas al médico y la llegada de Gabriel a la vida de su madre. Esto último no le gusto para nada Susan, lo pude ver en su rostro.
Sin previo aviso llegue al final de las escaleras, parece como si el resto se hubiera derrumbado, porqué la pared seguía hasta desaparecer de la vista, tampoco había más ventanas. Me sentí muy desilusionado. Decidí recostarme en la baranda a esperar que el temporizador del Oniros llegara a cero. Entonces pude observar que al pie de los últimos escalones había unas diminutas ventanas parecidas a la mirilla de una puerta, y aunque eran pequeñas pude mirar en su interior con una gran nitidez.
Vi a la pequeña Susan haciendo las tareas del colegio, con su perro Botas durmiendo a los pies de la cama, tocando en la puerta de su habitación estaba Gabriel pidiendo que le abriera, al hacerlo aquel hombre entro rápidamente, cerró la puerta y le ordeno mantener siempre abierta la habitación cuando su madre estuviera trabajando, ya a que así podrían estar juntos y jugar los dos. La niña se opuso. Él la cogió de los brazos y la recostó contra la pared de una forma tan abrupta que se sintió por todo el cuarto. Sin dudarlo Botas le dio una fuerte mordida cerca al tendón de Aquiles. El hombre sin soltar a la niña empezó a golpear al perro con todas sus fuerzas, hasta que le soltó el pie y de una patada lo desmayó. Susan metió un grito, que Gabriel apago con su mano y con una mirada de locura le dijo: “Sabes, yo solo quiero darte amor y pasar tiempo contigo, pero si no quieres, mi amigo le va hacer cosas malas a tu perro”. Al decir esto saco una navaja y se la mostro, en el mango podía verse una inscripción quizás hecha con un cautín que decía:”grel”. La niña entre lágrimas aceptó pidiendo que no le hiciera nada a Botas. Lo que sucedió después me lleno de una ira e impotencia. Y aún peor en las siguientes ventanillas pude ver escenas similares. Dos minutos después sonó la alarma.
 Ya en el laboratorio, me levante, camine hacía Susan y le susurre: Tranquila, ya nadie te hará daño y tampoco a Botas… Gabriel y su amigo desaparecerán. Si me escucho o no, me fue indiferente. Mi mente solo pensaba en algo, me acerque a aquel tipo. Le di un abrazo, saqué la navaja de su bolsillo y antes de que pudiera reaccionar corte su cuello de lado a lado.
Años después me visitó una jovencita, me dio las gracias y un beso. Yo sonreí.

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