Bak1
‑ Despierta. Escuchó Mao Be que
le decían entre sueños - tu padre va por ellos ‑. Abrió los ojos y vió a su
madre que le acariciaba el rostro. Se
levantó, le dio un beso y tomo su cerbatana2
que se hallaba al lado de su hamaca. Aun estaba oscuro y hacía un poco de
calor.
Salió de la choza sonriendo y vio como
su padre se alejaba bajo una luna roja que alumbraba el oriente. - Papa espérame!
‑ gritó Mao Be, corrió hasta alcanzarlo y lo tomo del brazo. Era la primera vez
que Mao salía a cazar, y había estado
esperando aquel día desde hacía mucho
tiempo. Entraron en la selva dando pasos largos, escuchando como los pájaros lanzaban
sus primeros cantos. El suelo estaba blando por la lluvia fugaz y el olor a
tierra mojada se mezclaba con el aroma los árboles. Ben ru, el padre de Mao, se guiaba con la última luz de luna
y entre pasos se observaron los primeros rayos del sol.
‑ Llegamos, siéntate allí, espérame y no
hagas ningún ruido - dijo Ben ru mientras señalaba una roca que se encontraba a
la orilla de un arroyo - si padre- respondió el niño. Ben ru con un arpón en la mano entró al agua y se sumergió casi por
completo. Allí permaneció por minutos totalmente inmóvil y los peces comenzaron
a pasar muy cerca de él, algunos pequeños, otros medianos y un pez payara muy grande se dirigió hacia él; lo miró fijamente, el pez abrió la boca y con
la rapidez de un rayo lo convirtió de pez, a pescado. Ubicaron la presa encima
de una gran roca, mientras Ben ru seguía enseñando a cazar a su hijo.
‑Mao!
toma la cerbatana, y esperemos a que los monos bajen de los árboles y cuando
estén muy cerca, pondré el curare3 mientras
tú apuntas y soplas fuerte
‑ explicó el padre.
‑Voy
a apuntarle a ese‑ dijo el niño a su padre señalando su próxima presa, y dirigiéndose
hacia el mono sopló la cerbatana con todas sus fuerzas. El mono al ver que algo
chocaba contra la rama donde estaba parado chillo, saltó y en un instante todos
los demás monos que se encontraban allí desaparecieron entre los árboles.
‑
He fallado ‑ dijo tristemente Mao. Miró
a su padre que con una ligera sonrisa le dijo que no se preocupara. Tomaron el
pez y caminaron de nuevo hacia la choza donde los esperaba su madre. Pia pe,
preguntó contenta por el retorno de ambos ‑ ¿cómo estuvo la cacería? ‑ Ben Ru
respondió mirando al niño, ‑Muy bien, Mao
será un gran cazador. La madre sonrió, tomo el payara y preparó una deliciosa comida
que compartieron juntos.
Jee4
Pasaron los años y Mao be se convirtió en
un joven fuerte y habilidoso en la caza. Llegó
el día del año en el que la luz duraba más que la oscuridad y las
familias Nukak Maku, tribu indígena a
la que pertenecían, se reunían para celebrar el entiwat5, en agradecimiento a la tierra. En la
celebración se reunían ancianos,
mujeres, hombres y niños que venían de todos los rincones de la selva, con las caras
pintadas de achiote, las cabezas rapadas y los cuerpos completamente desnudos. Los
niños se bañaban en el río y las mujeres realizaban el truque inhiniha, mientras los hombres conversaban
entre ellos.
Uno de los hombres que se encontraba
allí, vociferó ‑Los hemos visto de cerca; traen pieles sobre sus cuerpos y lanzas
que vomitan fuego.
‑Cuando estuve cerca al Gran Río6, vi que tumbaban los
árboles de caucho – Comentó el padre de Mao.
El anciano más viejo contó que en
tiempos de su abuelo, cuando vivían en las grandes llanuras, los hombres que llevaban
de afuera, obligaron a la tribu a internarse en la selva. Mao be escuchaba atento,
él también los había visto y sentía temor que los hombres de la llanura hicieran
daño a su tribu.
Comenzó la ceremonia y había pescados,
micos y bebidas en abundancia, todos estaban en torno para bendecir y disfrutar
los alimentos. Ese gran día algunas familias ofrecían a sus hijas y otras parejas
iniciaban sus compromisos.
Así fue como el joven Mao conoció a una hermosa mujer, llamada Anelim, que tenía grandes ojos negros. Al verla
sintió como si una lanza atravesara su corazón y pidió que fuera su mujer para el próximo entiwat.
Hea7
Un año después se acercaba el día del entiwat, y Mao se sentía nervioso
porque pronto vería a Anelim. Su madre preparaba los alimentos que llevaría a
la reunión, para compartir e intercambiar. El padre reunió a su familia al
amanecer y se dirigieron al lugar. Al llegar se sorprendieron porque había muy poca
gente y la prometida de Mao aun no estaba allí.
‑ ¡Están muertos! ‑ gritó una mujer que corría
llorando hacia el lugar de reunión. – Cerca del río los hombres que tienen las
lanzas de fuego nos buscan…‑
Repentinamente se escuchó un fuerte ruido
y aparecieron hombres disparando contra todos
los que se encontraban allí. El padre de Mao y otros hombres corrieron con
lanzas hacia ellos para detenerlos, pero cayeron heridos y muchos murieron. Mao
y su madre corrieron sin descanso junto con otras mujeres y niños hacia lo
profundo de la selva.
Días después, en un pueblo de la
llanura, los pobladores observaron cómo iban llegando de la selva indígenas a
asentarse allí, la mayoría eran mujeres y niños que venían desnudos, cansados y
hambrientos. Mao be dirigía el grupo debido a que muchos hombres y ancianos habían
sido asesinados. El gobernante del lugar les ofreció un lugar en las afueras del pueblo donde permanecieron y se
recuperaron de las heridas y del cansancio de la huida. Pasaba el tiempo y la
tribu no conseguía acostumbrarse a vivir en la llanura donde todo era diferente.
‑Madre, nunca imaginé que
algún día perdiéramos todo lo que la tierra nos dio. Mi padre y Anelim se han
ido ‑dijo Mao, mientras veía su madre
tejer el cumare8 como en un
diálogo silencioso con la selva perdida ‑No te preocupes hijo tu padre ahora no
esta en este mundo pero su espíritu permanecerá por siempre.
Además de la escasez
de comida que ahora los agobiaba, aparecieron nuevas enfermedades que nunca
había tenido la tribu. Algunos niños enfermaron y Mao be se
dirigió al pueblo buscando ayuda. Los pobladores dijeron que se trataba de gripe
y que los niños en pocos días se encontrarían mejor. Las madres angustiadas preguntaron
a Mao que sucedería con ellos, el respondió que todo estaría bien y retornarían
a su lugar, la selva. Pero al amanecer los niños empeoraron y algunos de ellos
murieron.
Mao be, veía como su tribu se extinguía
lentamente sin poder hacer nada por ellos. Esa misma noche luego de besar a su
madre, en una profunda desolación, se recostó en la hamaca bajo la luz de la
luna roja que se asomaba en el oriente, pensó en su padre, en Anelim y en la selva, tomó los dardos de la
cerbatana que lo acompañaba desde niño y bebió el curare que había en ellos. Al
amanecer, su cuerpo descasaba inmóvil sobre la hamaca, la muerte en su cacería lo
había hecho presa fuera de la selva.
1 Mundo
de donde venimos.
2
Arma para lanzar dardos
3
Veneno para paralizar
4
Mundo donde vivimos
5
Ritual para recordar sus antepasados
6 Río
Orinoco
7
Mundo de los espíritus
8
Fibra de palma
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