miércoles, 3 de abril de 2013

AZABACHE. Por: Claudia Marcela Pérez Madrid


A Raquel le gustan los buñuelos, pequeños, naranjados/cafés, simples buñuelos de 200 pesos. La razón es sencilla: comerse uno es para ella tener otra vez 6 años, vestido de tul, zapatos de charol y el peinado totuma de toda su infancia. Sería bueno aclararle que Raquel odia las totumas, ese peinado que la alienó por años, conservando su feminidad únicamente por las pequeñas luces en cada oreja que indicaban a los transeúntes su no tan evidente género. En su casa todos tuvieron totuma de forma indiscriminada, sus dos hermanos e incluso su mamá. Sus fotos familiares parecen anaqueles idénticos del mismo personaje que sin importar la generación, posa con las manitos a la cadera y una bella totuma hecha de cabellos color azabache. Sus amigos le decían Tutuma Rodríguez de los Tutuma de Yarumal y así se quedó. A pesar del recuerdo, los buñuelos no le traen el eco de la Tutuma Rodríguez. Le huelen a tinto y a aguapanela, a domingos por la tarde sentada en las escalitas de la panadería de su papá. A sus hermanos jugando en la calle y su mamá haciendo arepas. Le saben a saltar las escalas de a tres y esconder los payasitos rotos de porcelana detrás de los muebles, como quien no sabe la cosa, para después rogarle al cielo y a la virgen que nadie los encuentre. Le gustan los buñuelos con aromática, porque cuando su papá tenía la panadería era tan pequeña que no le daban cafeína - Por una locura temprana que la acompañó desde siempre-. Así que por lo menos los domingos en la mañana, cuando el clan de los Tutuma de Yarumal se reunían tras el mostrador a tomar café y a probar los primeros buñuelos de la tanda, ella era el único miembro diferente y eso la ponía a gusto, le encanta sentirse única, espero lo sepa.
Pero el punto no es ese, le escribo porque me rogó usted que lo ayudara. Al parecer desea que yo, el hombre que la conoce mejor que nadie, que la ama profundamente, y que ruega cada noche para que ella se canse finalmente de su inconstancia y de la falta de un amor que en realidad la merezca, lo ayude a reconquistarla. Quiere regalarle algo que la conmueva, para que ella comprenda lo mucho que usted, maldito gusano patético, la ama. En su mensaje mencionó también lo mucho que seguramente la he visto sufrir por la ruptura y que se supone, debo entender su condición humana y las debilidades que nuestro género, aún imposibilitado a contener sus impulsos más bajos, conlleva. Y yo, que soy un cobarde, lo estoy ayudando, le estoy diciendo que le gustan los buñuelos, que no le vaya a dar nada remotamente parecido a una tutuma, y que si le quiere endulzar la vida, no requiere más que de una aromática. Escuchela de vez en cuando, a ver si se da cuenta que sólo precisa de regalos simples, odia las flores de tienda -tan bien puestas- como regalo y con una margarita de esas echadas a menos, que se cogen en cualquier calle es suficiente. Le estoy diciendo que la ame, porque no es posible que requiera de usted nada más, sino justo lo que le niega deliberadamente. Le ruego me evite en próximas ocasiones la oportunidad de odiarlo más de lo ya lo odio cada noche. No me pida de nuevo consejo si no quiere que esta situación derive en asesinato y no, no comprendo las debilidades propias un género, vikingo al parecer, al que se supone debo pertenecer...
Juan se detiene exaltado, su rabia nubla sus bellos ojos que no encuentran otra escapatoria que el llanto. Respira profundo y en un abrir y cerrar de ojos que ni el logra entender, selecciona todo el texto que le tomó más de una hora escribir y lo borra, dejando sólo la primera línea. Se levanta lentamente, le duele la espalda. Sus pies descalzos se dirigen a la cocina, necesita un té, pero ya ni siquiera eso queda en su alacena. Sus pasos vuelven de nuevo hasta el escritorio, frente a la pantalla que lo ha atormentado todo el día y en menos de 5 minutos reescribe y envía el mensaje. Las líneas hablan con un tono amable, de pocos altibajos respondiendo con la delicadeza y cordialidad que lo caracterizan. Entre frases de aliento, le sugiere su restaurante favorito- El mismo de Raquel, por supuesto-y le indica que la cuide, le desea suerte acabando con un saludo imparcial. Tres líneas, 54 letras. Se acuesta de inmediato. Tiene un sueño plácido arrullado por lágrimas saladas. Sueña con una totuma color azabache que lo abraza produciendo en él, con su mero contacto una felicidad infinita. Es la hora del té y ambos miran por la ventana de la casa vieja de la Abuela Marta, mientras ella susurra plácidamente la última canción que aprendió en la escuela, él susurra también, pero retrasado, repitiendo las líneas sólo una vez han salido de esa otra boca rosa; sabe bien que no tiene 10 años, y que Raquel nunca conoció a su abuela. Mira de nuevo por la ventana, el aire que entra lo sacude y el sólo sonríe, le sonríe a la tarde de cielos azules, mientras aprieta la manita que por primera vez, le responde de vuelta.

5 comentarios:

  1. ¡Excelente Claudia!
    Espero ganes el concurso.

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  2. Te doy el 5, te lo mereces vecina.

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  3. Clau!, sabes que soy tu admiradora número uno, te vas a ganar el concurso. Un abrazote!.

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  4. Muy vacano. Me reí imaginando la foto llena de totumas.

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