A Raquel le gustan los
buñuelos, pequeños, naranjados/cafés, simples buñuelos de 200 pesos. La razón
es sencilla: comerse uno es para ella tener otra vez 6 años, vestido de tul,
zapatos de charol y el peinado totuma de toda su infancia. Sería bueno
aclararle que Raquel odia las totumas, ese peinado que la alienó por años,
conservando su feminidad únicamente por las pequeñas luces en cada oreja que
indicaban a los transeúntes su no tan evidente género. En su casa todos
tuvieron totuma de forma indiscriminada, sus dos hermanos e incluso su mamá. Sus
fotos familiares parecen anaqueles idénticos del mismo personaje que sin
importar la generación, posa con las manitos a la cadera y una bella totuma
hecha de cabellos color azabache. Sus amigos le decían Tutuma Rodríguez de los
Tutuma de Yarumal y así se quedó. A pesar del recuerdo, los buñuelos no le
traen el eco de la Tutuma Rodríguez. Le huelen a tinto y a aguapanela, a
domingos por la tarde sentada en las escalitas de la panadería de su papá. A
sus hermanos jugando en la calle y su mamá haciendo arepas. Le saben a saltar
las escalas de a tres y esconder los payasitos rotos de porcelana detrás de los
muebles, como quien no sabe la cosa, para después rogarle al cielo y a la
virgen que nadie los encuentre. Le gustan los buñuelos con aromática, porque
cuando su papá tenía la panadería era tan pequeña que no le daban cafeína - Por
una locura temprana que la acompañó desde siempre-. Así que por lo menos los
domingos en la mañana, cuando el clan de los Tutuma de Yarumal se reunían tras
el mostrador a tomar café y a probar los primeros buñuelos de la tanda, ella
era el único miembro diferente y eso la ponía a gusto, le encanta sentirse única,
espero lo sepa.
Pero el punto no es
ese, le escribo porque me rogó usted que lo ayudara. Al parecer desea que yo,
el hombre que la conoce mejor que nadie, que la ama profundamente, y que ruega
cada noche para que ella se canse finalmente de su inconstancia y de la falta
de un amor que en realidad la merezca, lo ayude a reconquistarla. Quiere
regalarle algo que la conmueva, para que ella comprenda lo mucho que usted, maldito
gusano patético, la ama. En su mensaje mencionó también lo mucho que
seguramente la he visto sufrir por la ruptura y que se supone, debo entender su
condición humana y las debilidades que nuestro género, aún imposibilitado a
contener sus impulsos más bajos, conlleva. Y yo, que soy un cobarde, lo estoy
ayudando, le estoy diciendo que le gustan los buñuelos, que no le vaya a dar
nada remotamente parecido a una tutuma, y que si le quiere endulzar la vida, no
requiere más que de una aromática. Escuchela de vez en cuando, a ver si se da
cuenta que sólo precisa de regalos simples, odia las flores de tienda -tan bien
puestas- como regalo y con una margarita de esas echadas a menos, que se cogen
en cualquier calle es suficiente. Le estoy diciendo que la ame, porque no es
posible que requiera de usted nada más, sino justo lo que le niega
deliberadamente. Le ruego me evite en próximas ocasiones la oportunidad de
odiarlo más de lo ya lo odio cada noche. No me pida de nuevo consejo si no
quiere que esta situación derive en asesinato y no, no comprendo las debilidades
propias un género, vikingo al parecer, al que se supone debo pertenecer...
Juan se detiene
exaltado, su rabia nubla sus bellos ojos que no encuentran otra escapatoria que
el llanto. Respira profundo y en un abrir y cerrar de ojos que ni el logra
entender, selecciona todo el texto que le tomó más de una hora escribir y lo
borra, dejando sólo la primera línea. Se levanta lentamente, le duele la
espalda. Sus pies descalzos se dirigen a la cocina, necesita un té, pero ya ni
siquiera eso queda en su alacena. Sus pasos vuelven de nuevo hasta el
escritorio, frente a la pantalla que lo ha atormentado todo el día y en menos
de 5 minutos reescribe y envía el mensaje. Las líneas hablan con un tono amable,
de pocos altibajos respondiendo con la delicadeza y cordialidad que lo
caracterizan. Entre frases de aliento, le sugiere su restaurante favorito- El mismo
de Raquel, por supuesto-y le indica que la cuide, le desea suerte acabando con
un saludo imparcial. Tres líneas, 54 letras. Se acuesta de inmediato. Tiene un
sueño plácido arrullado por lágrimas saladas. Sueña con una totuma color
azabache que lo abraza produciendo en él, con su mero contacto una felicidad
infinita. Es la hora del té y ambos miran por la ventana de la casa vieja de la
Abuela Marta, mientras ella susurra plácidamente la última canción que aprendió
en la escuela, él susurra también, pero retrasado, repitiendo las líneas sólo
una vez han salido de esa otra boca rosa; sabe bien que no tiene 10 años, y que
Raquel nunca conoció a su abuela. Mira de nuevo por la ventana, el aire que
entra lo sacude y el sólo sonríe, le sonríe a la tarde de cielos azules,
mientras aprieta la manita que por primera vez, le responde de vuelta.
¡Excelente Claudia!
ResponderEliminarEspero ganes el concurso.
Te doy el 5, te lo mereces vecina.
ResponderEliminarClau!, sabes que soy tu admiradora número uno, te vas a ganar el concurso. Un abrazote!.
ResponderEliminarEstá hermoso! Debes ganar! :)
ResponderEliminarMuy vacano. Me reí imaginando la foto llena de totumas.
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