miércoles, 24 de abril de 2013


El día 23 de abril se realizó la premiación del concurso de cuento corto en la web UN, concurso creado bajo el lema, " Un idioma es otra ventana para ver el mundo", y fue organizado por el Área de Cultura de Bienestar Universitario, División de Bibliotecas y el Centro de Idiomas, como parte de la celebración del Día del Idioma y la Semana de las Lenguas. 
La celebración se llevó a cabo en la plazoleta del ajedrez y dio inicio con una obra del Colectivo de Teatro Story Telling en inglés y español  y acto seguido se hizo la entrega de certificados y premios a los ganadores.

-En la categoría de cuento en español los ganadores fueron:
1 Puesto: Carlos Guillermo Esquivel Ramírez con el cuento “Alucinante delirio de un dios dormido”
2 Puesto: Oscar Javier Zapata Hincapié con el cuento” Fin del engaño”
3 Puesto: Nicolás Gracia Varela con el cuento “Two faces in the moking glass"

-En la categoría de cuento en inglés los ganadores fueron:
1 Puesto: Carlos Mario zapata con el cuento”the worst situation”
2 Puesto: Camilo Andrés Zapata Jiménez  con el cuento “ The priest and the wizard”

-En la categoría redes sociales el ganador fue:
Carlos Mario Zapata con el cuento “The worst situación”, con un puntaje de 69 votos excelentes, 5 votos buenos, 3 malos y 42 comentarios excelentes.

Debido a la acogida que tuvo el concurso en la Comunidad Universitaria, el comité organizador decidió premiar a otros seis puestos que obtuvieron un puntaje significativo y los ganadores fueron:

Víctor Quintero con el cuento “Aleida”

Rubén Darío Galeano Parra con el cuento “Nómadas”

Sebastián Londoño Valle con el cuento “Aquí hace falta soñar”

José de Jesús Lobo Camargo “Tsunami”

María Clara Rivera con el cuento  “Un pez a la deriva”

Juan Esteban Cano Guevara con el cuento “Sin palabras”

miércoles, 3 de abril de 2013

THE PRIEST AND THE WIZARD.Por:Camilo Andrés Zapata Jiménez


As for the great Wizard of the people living in the third year of that old place tucked between mountains and rivers, was visited by his friend the priest, the priest with whom he had shared great moments, a friend who faithfully attended his presentations, which renewed with great tricks, illusions and hypnosis. This visit had a special purpose, the priest wanted to ask your friend magician to teach him the arts of magic and the occult, I wanted to learn the tricks of the magician offered his audience as he wanted to give excitement to their lives, leaving the routine, being the center of attention with their tricks, the magician invited him, he said he regretted not being able to perform this favor to his dear friend, was not suitable, do not know how pure is your heart, if you really do not let take the world and its pleasures, 'replied the magician.
I ask this as the great friend you are, you know that I have served the community and I've never been tempted to do wrong, all my actions speak for me, has been a lifetime devoted to the work of God.
The magician continued to refuse the request of his friend, until it was decided to do so impertinent that under certain commitments, the first was that under no circumstances would the evil, and would take advantage, the other was that if it reached a great power would use to help as I could, and so the priest accept materialized classes start tomorrow.
The wizard clapped twice, thus calling the employee at his service, woman please prepare two partridges for my friend and me, celebrate my new apprentice, with this order the withdrawal of the room maid to fulfill their orders . Moment later as professors talked and made plans to curate a call came as he spoke he looked very excited, they perceived that they were very good news which he received, at the end of his short telephone conversation with the magician apologized and said something urgent has arisen, I need to apologize, but I find it possible to meet our commitment, the call I got was to let me know that at the request of the parishioners and my great social work have been climbing since the Vatican has appointed me as Bishop, I will have to move to the capital to better fulfill this mandate, to which he replied that the magician seemed disrespectful you are a person with no sense of responsibility, I do not walk by appropriate treatment and especially such as have other commitments, it is best to leave, your presence here is worthless, so the conversation ended and the priest was leaving.
After many years the magician was delighted to see how much progress had been his friend the priest in the church, received the magician good surprise seeing his friend as supreme pontiff, - I think in the end if was a good person, is said the wizard.
The new priest who was in town did not share a taste for magic as its predecessor, the community convinced that the magician was a heretic, I said that magic was against God, the magician was captured and sentenced to death, as last wish request an audience with the Pope, to be his old friend, could intercede for him and save his life.
The meeting was granted, and to meet his old friend just found disdain, said old friend you know I do not practice magic for these purposes, begged his friend to spare his life, which in his hands was The Pope replied that he could, that he was a man of dubious reputation and could not intercede, God demanded so.
The moment he perceived that in no way get his old friend saved his life turned around, just before opening the door to leave the room smiled with an air of disappointment, clapped twice and enter the employee's magician with the two partridges that had been requested minutes before, then the magician looked at the priest in the eye and said: 'the secret not only do no harm, but do everything possible to live better than others-by This is why my friend is that you can not be a magician.

¡ LOS NECESITO MADUROS!.Por: Maribel González Berrio


Estaba en la cocina de su casa, sentado en una silla y su cara reposaba sobre la mesa que estaba enfrente de él. Estaba realmente enfadado, no podía creer que había perdido tanto tiempo en la búsqueda —por cierto inútil— de unos cuantos tomates frescos y maduros.

Se había levantado a las 5:00 de la madrugada. Odiaba madrugar tanto, pero era día de “pico y placa” y para llegar a su oficina debía caminar unas cuadras después de tomar el Metro. Se duchó rápidamente y salió de casa rumbo a la estación. Paso lento; pero constante y, en cuestión de minutos, estaba frente a la taquilla comprando el tiquete. Se bajó del tren cinco estaciones después, junto con un puñado de personas todas uniformadas igual que él, camisa lisa manga larga, pantalón oscuro con el quiebre planchado por el frente  y corbata monocromática a rayas.

Era una mañana ruidosa y el humo que desprendían los carros sofocaba el aire, pero esto poco le interesaba. Debía autorizar la compra de nuevos electrodomésticos para las cafeterías del edificio para el que trabajaba, terminar varios informes —nada divertidos— sobre los gastos del mes pasado y, finalmente, preparar la cena para él y su prometida. Esto último era lo que de verdad le preocupaba. Su novia tenía un paladar refinado y esta vez quería causarle una buena impresión preparando unos tomates gratinados con queso pecorino. Habían acordado que se verían a las 6:00 de la tarde en su casa para comenzar a cocinar; sin embargo, él terminaba de trabajar a la hora del almuerzo y decidió que cocinaría sin su ayuda para tener todo listo para cuando ella llegara.

Al mediodía salió del edificio dispuesto a comprar los ingredientes. 250 gramos de queso, un manojo de perejil, aceite de oliva, pimienta, orégano, unas hojas de albahaca y un calabacín para darle el toque secreto. Encontró todo lo que necesitaba en la primera verdulería en la que entró. Todo menos el ingrediente principal, los tomates. Se molestó un poco, debía caminar seis cuadras para llegar a la próxima tienda y el calor del mediodía era abrasador y asfixiante. Decidido, apuró el paso, el camino se hizo más largo de lo habitual.

Black cherry, bombilla, eros, cherry pera amarillo, tomatillo, blondkopfchen, green sausage, había de todas las variedades de tomates a excepción del applause que necesitaba para su plato. Sólo podía ver unos cuantos, verdes como las praderas más puras de Benaocaz y duros como el concreto después de secar. Hizo una mueca y salió malhumorado del lugar.

A siete cuadras hacia el sur estaba ubicada la siguiente tienda más cercana, pero allí tampoco halló tomates. El episodio se repitió no una, ni dos, sino cinco veces más. Desesperado corría por la calle, daba la impresión de que se encontraba en un exagerado estado de embriaguez. De repente se detuvo, dejó caer la bolsa de la única compra que había realizado hasta el momento y una sonrisa apareció en su rostro. En la tienda al otro lado de la calle había tomates, ¡tomates rojos! tan rojos como las flores del árbol del coral, podía verlos desde ese lado de la calle. Cruzó a toda prisa, entró en la tienda y pidió a uno de los vendedores una libra de los tomates que tenían en la entrada, pero ¡oh! sorpresa, los tomates habían “desaparecido”, una mujer los había comprado segundos antes.

Sintió un enredo enorme en la garganta, le faltó el aire, un nudo de trébol como el de los boy-scouts es lo más parecido a lo que tenía atascado en el cuello. Lo invadieron unas profundas ganas de llorar y, nuevamente, el desespero se apoderó de él. El vendedor y los demás compradores del lugar trataron por todos los medios de tranquilizarlo, pero fue imposible. Él sólo quería tomates rojos frescos y maduros.

Desconsolado, abandonó la tienda y abordó un bus que lo llevaría a casa. Tras unos eternos veinte minutos de viaje, llegó a su destino.

Triste, abatido, enojado y desilusionado pensaba en todo el tiempo perdido, en lo defraudada que estaría su prometida —aún cuando ella no sabía de la sorpresa—. Sonó el timbre, era ella. No se apresuró a abrir. Desalentado como estaba y con los pies pesados caminó lento hasta la puerta. Abrió y todo cambió al ver lo que ella traía en sus manos, ¡una bolsa llena de tomates maduros! Su novia había recorrido casi toda la ciudad en busca de los ingredientes, traía ya consigo todo lo necesario. Lo último que consiguió fueron los tomates que, de no ser por un hombre borracho que corría atravesando calles a diestra y siniestra, no hubiera visto en la tienda a pocos pasos de donde ella estaba, allí los encontró deliciosos y jugosos en la entrada.

Se abrazaron y comenzaron a cortar los tomates.

LA CAJITA.Juliana Marcela Muñoz Gaviria


Sentía los párpados pesados, secos y rígidos. Ya no le quedaba más de aquella extraña solución salina que brota de los ojos cuando se roza la piel más frágil y tersa de las personas; ese rinconcito invisible que dolía intensamente cuando era perturbado y que en la extraña sordidez de los días normales caía en un olvido necesario.
¡Lágrimas! Era el nombre del liquido que había escapado de su cuerpo pocas horas antes como huyendo del caos que ahora formaban su mente y su corazón… Lágrimas con las que quiso expulsar un cumulo inmenso, afilado y monstruoso de sensaciones que poco se parecían a la alegría, al amor, a la magia, y que se encontraban incrustadas en esa cajita, palpitando a su propio ritmo, doliendo a cada paso, en cada respiración…
¡Lágrimas!... ¡De eso ya no le quedaba! Se esfumaron cuando intentó sacarse de adentro la cajita, descubriendo entre decepción y asombro que no salía. Estaría allí para siempre y para su desgracia…
Se levantó con cuidado y con torpeza, con el espíritu pesado y el cuerpo adormecido, y se miró al espejo… Era bonita… ¡Sí!, algún día lo había sido… Antes de que él apareciera... Antes que esta absurda metamorfosis comenzara… Antes de que Paco, siempre transparente  y sincero, empezara a susurrarle al oído frasecitas de amigo, de cómplice, de Celestina, que la llevaban a contemplarse como un conjunto de carencias: Ojos más grandes, labios carnosos y rojos como la sangre, piel suave y perfecta, una manchita en el rostro que debía esconder a toda costa, cabellos oscuros, pechos turgentes y redondeados, pancita que esconder, confianza que ganar. Todo esto hacia parte de su lista, de la eterna e ineludible inspección de sí misma que hacía cada mañana frente a la mirada inquisidora de Paco, siempre tan inmóvil, tan parco, mientras la alentaba a ser lo que siempre repudió, pues solo lograría conquistarlo si era una de ellas… ¡Sí!, una de esas muñequitas que parecen sacadas del molde, esas que todos quieren y que caminan en las nubes mientras las observan…
Ahora el sentimiento mientras se miraba era diferente, porque cuando repasó su lista se dio cuenta de que siempre fue lo que él quiso ¡No!, lo que pensó que a él le gustaría: la muñeca que adornaría su mundo mientras él la llevaba de la mano, a la que besaría frente a la mirada envidiosa y malintencionada de  de las otras muñecas, porque fue ella la única elegida: hermosa, perfecta, sonriente, pero muñeca hueca y sin vida a fin de cuentas, como él siempre lo había soñado… Y así, frente a Paco y su atónita mirada, se pidió a si misma fortaleza y carácter suficientes para contemplar sin asco su cuerpo y su corazón.
Comenzó a vestirse despacio, solo quería salir sin su máscara a la calle. Pensaba… Pensaba callada, sintiéndose un ente con vida, pero con una historia rota y gastada, hecha de retazos. ¡Qué ingenua! Creyó que estar a su lado era lo único que valdría la pena, porque cuando lo tuviera cerca se sentiría plena y aquella metamorfosis, ardua y dolorosa, al fin tendría sentido. A su cabeza arribaron todas las formas en las que intentó darle alas, pues solo quería verlo feliz, pero nunca pudo lograrlo, porque no era un ángel, o tal vez porque a él sólo lo hacían volar ellas. Si, ellas - las mismas que se lo habían arrebatado de los brazos- le permitían escaparse y ser otra persona; lo llenaban de colores y de ideas que la muñeca no comprendía y que mucho menos era capaz de brindarle, pero que compartía en cada viaje. Y entonces, se acordó, estaba en su bolsillo, y lo buscó desesperada. Sin pensarlo mucho lo puso entero sobre su lengua: Este sería el último viaje y lo emprendería sola.
Salió se su casa sin decirle adiós a Paco y mucho menos a su reflejo… ¡Ya que mas daba! ¡El no estaría afuera para aprobar su fachada! Y empezó a caminar con calma, pero sin Lucidez, Sosiego o Decisión. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor…
Caminaba como movida por fuerzas ajenas a sí misma y de pronto, un torrente de emociones la invadió: de la cajita comenzó a salir el cariño, los abrazos y palabras dulces de su madre, ahora ausentes y casi nulos. Brotó también la indiferencia de quienes por tanto tiempo creyó sus amigos; los besos y palabras tiernas de los primeros amores, el dolor y la rabia contra aquellos que la abusaron, las pasiones que escondió con ahínco y con temor… Lo que algún día soñó para sí misma junto a él…
Se desmoronaba, sentía que no podía más, porque dolía cada suspiro, cada caricia recordada, cada mirada recibida, cada gesto ignorado. Dolía y no podía soportarlo, prefería morir a llevar tan horrible carga incrustada en el pecho, en la conciencia, en la imaginación. De repente, cayó al suelo y sus ojos se cerraron de forma intempestiva, se nublaron, se cegaron…  Ya no sabía quién era y mucho menos que sería de ella, porque ahora estaba metida en la cajita, absorta en la montaña de emociones que sin piedad la consumía, buscando una paja entre millones agujas… ¡Buscándose! Pero temiendo enormemente encontrarse, encontrar a la persona que tanto temió ser… Pero en el fondo quería encontrarla para abrazarse a ella y llorar sus desgracias, para llorarlo a él…
Corrió, corrió para encontrarla y de repente supo que aún la llevaba dentro, nunca pudo salirse, porque también estaba en la cajita, si, en esa maquinita que algún día intentó amputarse, ¡Allí estuvo siempre! creciendo a cada paso, en cada respiración…
Corrió, corrió para estrecharla en sus brazos y decirle cuanto lamentaba haberla alienado, haberla pero ya era tarde, al igual que él se había ido. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor?...

LA FRONTERA.Por: Yeison Augusto Quiceno Durán


Un gran sentimiento de miedo se apoderó de mí en aquel momento. La oscuridad como siempre, hacía que mi corazón se agitara rápidamente. Yo me encontraba acompañado. Ella pasaba su mano por mi pecho, acariciaba mis cabellos y de repente se aventó hacia mi cuerpo agresivamente, de una forma que yo consideré algo brusca y erótica.
Era la primera vez que atrapaba un sentimiento tan grande de incertidumbre. La primera vez que perdía el dominio de mi mente y empezaba a jugar con el instinto del que  todo el mundo era testigo de haber presenciado en algún momento de sus vidas. Era una telenovela romántica de la cual sin darme cuenta, resulté ser el protagonista.
Ella sí tenía experiencia, pero yo no. Empezó a jugar con mi cuerpo y me dijo que hiciera exactamente lo mismo con el de ella. Esta vez, la razón se perdió entre las sábanas y el tiempo; pues no hubo tiempo. Para mí no existió una cuarta dimensión de la que habla la ciencia. Éramos nosotros dos arrancándonos los pelos de nuestras pieles en un abrir y cerrar de ojos.
Llegué a tener el atrevimiento de pensar, que si la misma biblia tuviera por escrito reglamentos sobre cómo debería el hombre hacer el amor, habría quebrantado cada uno de esos estatutos con aquel único encuentro en el que me sentí salvaje y poseído por un deseo carnal.
Eventualmente pasó el tiempo, y en el día de mi cumpleaños, decidí experimentar otro tipo de placer, en el que no se es necesario tener por partícipe a dos individuos. A este se le tenía respeto porque deambulaba en silencio por entre los bellos campos verdes de mi tierra.
Era verdad. Ya entendía la razón por la cual quienes se encontraban atrapados en ella, le glorificaban y le hacían ver grande en los momentos depresivos de la vida. Era ésta una sed insaciable difícil de controlar.
Después de un tiempo, mi rendimiento en el trabajo se vio afectado notoriamente. El jefe sabía qué era lo que pasaba con el desorden de mi vida. Me pidió el favor de que tratara de buscar ayuda lo más pronto posible. Me repetía lo mismo todos los días, pero nunca hice caso a aquel llamado; hasta el día en el que, cansado de hacerme ver cuán penetrante era el cambio de mis acciones, éste decidió despedirme.
Un día subí la dosis hasta tal nivel, que pensé haber visitado el paraíso del Poderoso. Pensé que en este, todos los ángeles también eran adictos al mismo placer. Ellos eran igual de locos que yo.
Pensé mal…
Cuando mi conciencia ya no se encontraba alucinando, en mi mano tenía un cuchillo. Mi recámara se encontraba totalmente empapada de sangre. Extrañamente en aquel evento, recuerdo que las paredes parecían tener por propio impulso, un deseo fantasioso de reír que para mí era inexplicable e imposible de describir.
En el suelo había un perro con el estómago completamente abierto y destrozado. En la pared, escrito todo en sangre, estaba la palabra “espectáculo” - No supe qué hacer - Tendido en mi cama hago un recuento sobre lo que significaría para mí la palabra “espectáculo”.
No tardé en llegar a una conclusión. Lo que entendía por espectáculo, era la forma en la que un personaje se hacía ver de un público, con cierto grado de asombro. ¿Era verdad este significado?, ¿qué importancia podría tener esta palabra para mí?
En unos minutos, mi mente se encarga de esquematizar mis pensamientos.
¡BINGO!
Este era otro momento glorioso para mí. Yo fui el autor del espectáculo más grande del mundo. Mi vida misma era un espectáculo.
Pasé de ser un aventurero del amor y del sexo, a un imbécil que difícilmente recapacitaría de aquella sentencia a la cual yo mismo había decidido someterme.
Sí… ya me resignaría.
La gente siempre miraría, y seguramente con el tiempo me llamarían “adolescente enfermo”.  Ese nombre perfectamente encajaba en mi rompecabezas. Encarnaba en mí la descripción perfecta. Era yo un adolescente enfermo atropellado por mis propias locuras infantiles.
Por cierto, ¡qué imprudente de mi parte! Casi se me olvida decirles mi nombre, me llamo Esteban, tengo 17 años, y he sido víctima de una de las cosas más peligrosas para aquel sujeto que decida jugar con ella. Esta cosa acabará contigo. Se llama droga.

AZABACHE. Por: Claudia Marcela Pérez Madrid


A Raquel le gustan los buñuelos, pequeños, naranjados/cafés, simples buñuelos de 200 pesos. La razón es sencilla: comerse uno es para ella tener otra vez 6 años, vestido de tul, zapatos de charol y el peinado totuma de toda su infancia. Sería bueno aclararle que Raquel odia las totumas, ese peinado que la alienó por años, conservando su feminidad únicamente por las pequeñas luces en cada oreja que indicaban a los transeúntes su no tan evidente género. En su casa todos tuvieron totuma de forma indiscriminada, sus dos hermanos e incluso su mamá. Sus fotos familiares parecen anaqueles idénticos del mismo personaje que sin importar la generación, posa con las manitos a la cadera y una bella totuma hecha de cabellos color azabache. Sus amigos le decían Tutuma Rodríguez de los Tutuma de Yarumal y así se quedó. A pesar del recuerdo, los buñuelos no le traen el eco de la Tutuma Rodríguez. Le huelen a tinto y a aguapanela, a domingos por la tarde sentada en las escalitas de la panadería de su papá. A sus hermanos jugando en la calle y su mamá haciendo arepas. Le saben a saltar las escalas de a tres y esconder los payasitos rotos de porcelana detrás de los muebles, como quien no sabe la cosa, para después rogarle al cielo y a la virgen que nadie los encuentre. Le gustan los buñuelos con aromática, porque cuando su papá tenía la panadería era tan pequeña que no le daban cafeína - Por una locura temprana que la acompañó desde siempre-. Así que por lo menos los domingos en la mañana, cuando el clan de los Tutuma de Yarumal se reunían tras el mostrador a tomar café y a probar los primeros buñuelos de la tanda, ella era el único miembro diferente y eso la ponía a gusto, le encanta sentirse única, espero lo sepa.
Pero el punto no es ese, le escribo porque me rogó usted que lo ayudara. Al parecer desea que yo, el hombre que la conoce mejor que nadie, que la ama profundamente, y que ruega cada noche para que ella se canse finalmente de su inconstancia y de la falta de un amor que en realidad la merezca, lo ayude a reconquistarla. Quiere regalarle algo que la conmueva, para que ella comprenda lo mucho que usted, maldito gusano patético, la ama. En su mensaje mencionó también lo mucho que seguramente la he visto sufrir por la ruptura y que se supone, debo entender su condición humana y las debilidades que nuestro género, aún imposibilitado a contener sus impulsos más bajos, conlleva. Y yo, que soy un cobarde, lo estoy ayudando, le estoy diciendo que le gustan los buñuelos, que no le vaya a dar nada remotamente parecido a una tutuma, y que si le quiere endulzar la vida, no requiere más que de una aromática. Escuchela de vez en cuando, a ver si se da cuenta que sólo precisa de regalos simples, odia las flores de tienda -tan bien puestas- como regalo y con una margarita de esas echadas a menos, que se cogen en cualquier calle es suficiente. Le estoy diciendo que la ame, porque no es posible que requiera de usted nada más, sino justo lo que le niega deliberadamente. Le ruego me evite en próximas ocasiones la oportunidad de odiarlo más de lo ya lo odio cada noche. No me pida de nuevo consejo si no quiere que esta situación derive en asesinato y no, no comprendo las debilidades propias un género, vikingo al parecer, al que se supone debo pertenecer...
Juan se detiene exaltado, su rabia nubla sus bellos ojos que no encuentran otra escapatoria que el llanto. Respira profundo y en un abrir y cerrar de ojos que ni el logra entender, selecciona todo el texto que le tomó más de una hora escribir y lo borra, dejando sólo la primera línea. Se levanta lentamente, le duele la espalda. Sus pies descalzos se dirigen a la cocina, necesita un té, pero ya ni siquiera eso queda en su alacena. Sus pasos vuelven de nuevo hasta el escritorio, frente a la pantalla que lo ha atormentado todo el día y en menos de 5 minutos reescribe y envía el mensaje. Las líneas hablan con un tono amable, de pocos altibajos respondiendo con la delicadeza y cordialidad que lo caracterizan. Entre frases de aliento, le sugiere su restaurante favorito- El mismo de Raquel, por supuesto-y le indica que la cuide, le desea suerte acabando con un saludo imparcial. Tres líneas, 54 letras. Se acuesta de inmediato. Tiene un sueño plácido arrullado por lágrimas saladas. Sueña con una totuma color azabache que lo abraza produciendo en él, con su mero contacto una felicidad infinita. Es la hora del té y ambos miran por la ventana de la casa vieja de la Abuela Marta, mientras ella susurra plácidamente la última canción que aprendió en la escuela, él susurra también, pero retrasado, repitiendo las líneas sólo una vez han salido de esa otra boca rosa; sabe bien que no tiene 10 años, y que Raquel nunca conoció a su abuela. Mira de nuevo por la ventana, el aire que entra lo sacude y el sólo sonríe, le sonríe a la tarde de cielos azules, mientras aprieta la manita que por primera vez, le responde de vuelta.

lunes, 1 de abril de 2013

EL PRIMÍPARO. Por: Hugo Alejandro Velásquez Betancur


Las primeras veces que manejó vehículo le gritaron buñuelo, cuando se accidentó le dijeron que fue por bisoño, cuando aprendió a nadar le decían principiante y ahora en la universidad es un primíparo.  
Ese primer día ingresa al campus con la expectativa propia de todo primíparo, lo primero que observa Marcos  son los números de los robustos  bloques de cemento donde reciben clases los alumnos, se da cuenta que están dispuestos en un orden misterioso que no logra comprender.
- ¿Cuál de estos será patrimonio histórico? Se pregunta Marcos.
- ¡Ya se! debe ser la cafetería,  parece de la época colonial y es tan vieja que tal vez vendan chicha-, en época invernal se convierte en una pista de hielo que ofrece la posibilidad gratuita de un resbalón, terror de mujeres en tacones y tennis sin agarre, todavía recuerda su caída el día del examen de admisión donde perdió  además de su orgullo su  pantalón más preciado.
Observa  la hora, un cuarto para las ocho y calcula diez minutos para la avena con buñuelo en la cafetería Central y cinco para llegar al salón de clases, saborea su desayuno y ojea de lado la chica que tiene en la mesa contigua, parece primípara también. 
-Hola ¿eres primípara?  -Dice Marcos.
-No, estoy en segundo semestre, contesta la chica con aire de superioridad.
Marcos comprende inmediatamente que la experiencia así sea de días o meses es vital en la vida de un primíparo, entiende también que primíparo no es siempre un piropo y que es demasiado pronto para abordar chicas en la cafetería, sobre todo si éstas son de las que prefieren no ser molestadas.
Sus minutos han terminado, es hora de iniciar clases, busca en  su mochila recién comprada, repasa con sus manos la coca del almuerzo, la peinilla, los cuadernos hoja por hoja, pero del horario, nada.
-¿Dónde está el maldito horario?- el desespero se apodera de Marcos mientras camina al único lugar donde supone lo pueden ayudar, la biblioteca.
Se acerca a la entrada y pregunta con toda seguridad.
-Amigo buenos días, sabe ¿dónde me toca la clase?
Una mezcla de comprensión  y risa invade a Ernesto el curtido funcionario que custodia el ingreso a la biblioteca y que tiene además funciones de psicólogo, consejero, informador y hasta doctor, acostumbrado a escuchar todo tipo de cosas. Con su experiencia  detecta  primíparos, extraños, profesores, trabajadores, los atiende con la paciencia  que solo brinda la edad y con aire paternal les ofrece sus consejos; con su ayuda se han consolidado muchos noviazgos, uno que otro matrimonio, evitado dos o tres suicidios y curado varios salpullidos en zonas innombrables del cuerpo.
- No hijo, te aconsejo que te acerques a una sala de computadores o vayas a la fotocopiadora  más cercana e imprimas el horario.
Para Marcos el desespero se convierte en angustia y súplica.
-¡Por favor voy muy tarde, dígame donde es la clase!-
-Bueno hijo, por esta vez te voy a ayudar, pero te aconsejo que mantengas tu horario disponible - contesta el curtido funcionario.
-Claro, le agradezco mucho- murmura Marcos.
Llega a su clase veinte minutos tarde e ingresa seguido de la mirada burlona de sus compañeros, dos horas de incesantes recomendaciones del semestre que se le espera, una introducción bastante generosa al mágico mundo de la arquitectura escuchada con atención por marcos que reparte sus miradas entre sus compañeros de clase y su profesor.
-Esto definitivamente es lo mío- piensa Marcos al terminar la clase.
Se dirige a la biblioteca por el texto recomendado por el profesor, ingresa e intenta descifrar cómo conseguirlo, cómo encontrarlo. Se reprocha a sí mismo la inasistencia a los cursos de inducción que ofrece la biblioteca.
 De nuevo sus ojos se posan en Ernesto quien  lo ayudo en la mañana, sus miradas se encuentran,  cada uno sabe del otro de distintas maneras, Marcos se acerca y pregunta en medio de los demás estudiantes que se agolpan para devolver sus libros.
-Amigo me puede dar el libro  croquis número 20-
 Un silencio se apodera del lugar, algunos estudiantes posan su mirada sobre Marcos.  El curtido funcionario le responde.
 -La revista Croquis pertenece a la colección de Reserva, debe ingresar y acercarse a ese sector y buscarla-.
Marcos grita entonces - cuánto vale y si venden la colección completa-
En este momento  queda  claro para  los presentes que Marcos es definitivamente un  primíparo, pero para el curtido funcionario es solo alguien que desconoce, que como todos alguna vez en la vida es principiante, alguien que no sabe aún que estuvo en una clase que no le tocaba, en un salón que no era el suyo, que quiso comprar en una biblioteca un libro que en realidad es una revista y que su madre cariñosamente llama despistado.

EL VESTIDO DE LA HIJA DE TERESA. Por: Maricruz Loaiza Hincapié


Un domingo como cualquier otro de los que suelen transcurrir en el pueblo, Clara la hija de Teresa, Salió de su casa, llevando puesto una prenda  diferente a lo que normalmente acostumbraba lucir, como es una señorita de tanta alcurnia, (o por lo menos eso es lo que siempre le ha dicho Teresa su madre), ella no podrá salir a la calle estando mal presentada, siempre deberá distinguirse por su elegancia al vestir, de no ser así, seguramente le será un poco difícil encontrar marido rápidamente, ya que Clara no es tan agraciada como muchas otras señoritas del pueblo. Sin embargo este día, había algo verdaderamente distinto en ella, tanto así que cuando se abrió la puerta de su casa, (que como la de toda familia distinguida está ubicada en el marco de la plaza), las miradas de todos los que caminaban por estos lados se posaron en Clara, era casi la hora de la misa, por lo que mucha gente se dirigía a la iglesia apresuradamente para ver si alcanzaban un puesto, pues las misas celebradas por el Padre Ernesto el domingo, podían durar hasta 2 horas; pero esto tal parece que perdió su importancia, porque las personas menguaron sus pasos para poder observar a Clara, quien muy orgullosa de sí misma, caminaba como un pavo real por todo el centro de la plaza, hasta llegar a la atrio de la iglesia,  luego procedió a entrar a la iglesia donde ya su madre la estaba esperando guardándole un puesto en las primeras bancas, caminaba por el pasillo central sin mirar a los lados, pero se daba cuenta que todos lo que estaban en la iglesia no dejaban de mirarla, cuando llegó a donde su madre, se echó la bendición y se sentó mientras ambas sonreían con una sonrisa pícara, en la iglesia sólo se escuchaba un murmullo poco común, pues el padre Ernesto siempre ha dicho que la casa de Dios no es para ir a chismosear ; todos hablaban de lo mismo, ¡Qué vestido más hermoso! Se decían unas a otras, ellos por su parte  comentaban lo bien que se veía Clara ese día. La misa transcurrió como de costumbre,  salvo porque cuando la gente se acercaba a comulgar al devolverse a su puesto no podían evitar mirar a Clara, más exactamente a su vestido color verde esmeralda, que deslumbraba por su belleza.
Al acabarse  la misma como era de esperarse muchas personas se acercaron a saludar a Clara y a su madre, pero era sólo un pretexto para mirar y reparar aquel vestido, pues en el pueblo nunca se había visto un vestido tan sublime  como este, es que era el color que brillaba ante los ojos de los espectadores,  es que era el tejido que parecía fuera hecho por la misma Atenea, es que durante todo ese día no se habló de ninguna otra cosa diferente al vestido de la hija de Teresa.
Al lunes, cuando aún no  había pasado el asombro que despertó este vestido, el pueblo fue sorprendido por una tenue luz azul, que provenía de un nuevo vestido de Clara, esta vez no haciendo honor a las esmeraldas sino a las turquesas. Este nuevo vestido logró despertar la envidia de muchas mujeres en el pueblo, quienes aunque tenían un rostro angelical y varias de ellas ya estaban comprometidas con buenos partidos del pueblo, no podían dejar de tener envidia de que sus futuras suegras y hasta sus propios novios comentaran la majestuosidad de estos  trajes. Y al martes fue el rubí, al miércoles un amarillo mostaza, pasando por púrpura, Lila, y negro ébano; al domingo siguiente a la hora de la misa todo el pueblo esperaba ansioso ver el nuevo y seguramente despampanante vestido que exhibiría Clara en ese día, mas para sorpresa de todos Clara se presentó a misa con el mismo vestido verde del domingo anterior, cosa que nadie esperaba especialmente porque durante toda la semana había alardeado un arcoíris completo, pero ciertamente el verdadero evento que paralizó al pueblo entero(incluyendo a Teresa y a Clara) fue cuando al salir de misa, en el parque junto a un bote de basura se encontraba una pordiosera despeinada, sucia y maloliente, que llevaba puesto el mismo vestido verde de la hija de Teresa; nunca se supo dónde, ni cómo, ni cuándo lo consiguió, lo que sí se supo fue que  los comentarios no se hicieron esperar y es que si el hecho de que tan sólo una semana antes Clara llevara este vestido había causado furor entre los habitantes, el que una pordiosera  tuviera este mismo vestido una semana después se convirtió en todo un acontecimiento, y es que unas comentaban con otras sobre lo simple y corriente  del vestido, y los hombres entre ellos  decían lo escuálida  que se veía Clara; futuras suegras y nueras hablaban de lo vergonzoso que sería para ellas lucir un vestido así, mientras tanto Clara y su madre corrían a su casa (afortunadamente para ellas  cerca a la iglesia) a esconderse de los crudos comentarios de la gente del pueblo; durante ese día no se habló de nada más, en ninguna cafetería, ni en tienda, ni en restaurante o barbería el tema de conversación era diferente, ni lo fue al lunes, martes o miércoles, a pesar de los esfuerzos de Clara quien caminaba por las calles del pueblo con sus vestidos color rubí, mostaza, turquesa, púrpura, lila y ébano, ya nadie la miraba ni comentaba sobre la belleza de sus trajes, otra vez había pasado a ser una sombra eso sí, de alta alcurnia pero sombra al fin y al cabo, una señorita, cuya edad de merecer iba avanzando bastante ya, y pronto podría llegar a convertirse en una solterona sin un poco de gracia.
Al llegar el otro domingo, fue como todos los domingos en este pueblo, no ocurrió nada extraño, la gente caminaba apresurada para ver si alcanzaban un puesto en la misa que duraba casi 2 horas, el señor de la cafetería de al lado de la iglesia limpia sus sillas porque sabía que al acabarse la misa del padre Ernesto, mucha gente iría a tomarse un jugo o un café, la señora del restaurante preparaba el almuerzo para los que siempre almorzaban allí después de misa, todo seguía su rumbo normal, pero nadie notó que ese día  Teresa estaba sola en misa, Clara no la acompañaba. Se dice que ese día salió muy temprano de su casa rumbo a las afueras del pueblo y que en una bolsa negra bastante grande llevaba sus vestidos que durante unos días le había dado tanto fama y la ilusión de un día poder de pronto llegar un día con un hermoso vestido blanco armiño a la iglesia; dicen que los quemó todos y cada uno de ellos, desde el verde esmeralda pasando por el amarillo mostaza hasta llegar al negro ébano, dicen que desde entonces nunca más salió de su casa y que tampoco nunca más se volvió a ver en el pueblo un vestido como el que alguna vez usó la hija de Teresa.

UN PEZ A LA DERIVA. Por: María Clara Rivera


He imaginado las calles de India. Cuando el océano está a lo lejos, no hay por qué elegir una ola, no hay por qué elegir una orilla. Todo se ve en calma. De la misma manera que imagino las pobladas calles, podría imaginar una isla en la Polinesia, o un muladar, o las plazas pobladas del Perú, o una esquina. Veo el océano como veo el mundo. La calma está a lo lejos, mi calma pertenece a otras latitudes (qué en éste momento, mientras las imagino, existen en algún lugar del mundo). Estoy en un lugar poblado de América. No entiendo muy bien de qué hablan, me cuesta corresponder a la sonrisa cotidiana; pueblo otra situación, ésto podría ser un muladar y yo no he habitado más que una gota del océano. Me gustan los anónimos que me hacen temblar, me gustan las sonrisas que responden a las tres sílabas anteriormente enunciadas; no puedo responderle a aquellas sonrisas, los labios están temblando, no pueden tensarse; muestro los dientes, pero éstos asustan a los ingenuos sonrientes.
Hay una esquina, en esa esquina un edificio roído, en aquél edificio una habitación que se desdibuja en el paisaje; ese es mi lugar en el mundo. Desde la ventana vislumbro aquellas luces movedizas, luces de colores en ráfaga. Justo en ese lugar adivino el parpadeo de un hombre hambriento, a veces sonríe, a veces mira hacia arriba, hacia la ventana y me mira, mira mis arrugas, mis cejas tupidas desgastadas por el tiempo, mis ojeras.
Recuerdo que en 1943 me encontraba en la ciudad de los muchos templos, anduve buscando la eternidad que acapara el breve lapso del tiempo que habitamos. Creí que Benarés sería la orilla en calma de mi océano, no sería el primero en haber visto el polvo de sus calles de verano, ni sus piedras al rojo vivo, ni su olor a aromática y a río, todo ésto ya había sido narrado y experimentado millones de veces, pero ese momento Benarés, su sol y su luna reflejada en un río sagrado, serían sólo para mí.
Me alojaba en un pequeño hostal para viejos y enfermos en busca de  salvación y redención. La mayoría de los creyentes tenían la piel podrida, era inevitable el estupor. Eran otros los asuntos que me concernían en aquél momento, asuntos pertenecientes al orden de lo universal, a esa escritura críptica en la que se cifra el universo y que sólo los dioses escriben. Buscaba en la sonrisa de aquellos hombres ansiosos de divinidad, en esa orilla calmada, la Eternidad contenida en el Aleph descrito por Borges, o en las posibles combinaciones entre palabras.
Estuve buscando la Eternidad en las  pequeñas tiendas de recuerdos, había miles de figuras de todo tipo; me bañé en el río sagrado al grito de cientos de almuédanos. Busqué en la rayuela de dos pequeños en la que salté hasta el cielo. Busqué en la cama de una morena consentidora de labios rojos, fue una transacción cuerpo-salvación, la Eternidad sintió aparecer, pero también el indicio de que aquel artilugio tan buscado no lo encontraría en la sonrisa idealizada o en aquél objeto que es tan maravilloso como inexistente.
No encontré ninguna respuesta, no encontré un empaque, o un instante que lograra acaparar aquello que creí que podía ser la eternidad. Aquella ciudad no podía hacer otra cosa que anunciarme la muerte de dios, el bullicio, el agua turbia tratando de esquivar los cadáveres, las murallas de cemento colorido una vez me amé y las sonrisas de los hombres que querían salvarse, ¡encantadoras sonrisas!, no fueron otra cosa que la confirmación del terror. La búsqueda de un objeto que permitiera verme y ver al universo fue vana, el examen de cualquier respuesta se convirtió en un intento absurdo por encontrar la nada, la divinidad no era ahora más que el trazo recto y abandonado que se divisaba de manera borrosa en una hoja de cuaderno suelta.
Recorrí las calles-laberintos y sólo vi cadáveres y sonrisas. Ese gesto, como Benarés, estaba desprovisto de mundo o Benarés fue tan mundo como cualquier lugar y su oleaje fue tan brusco como el oleaje de la ventana a la que pertenezco. La Eternidad se convirtió en un pez a la deriva y las sonrisas esquivas, provocadoras, miedosas, en el oleaje del mundo.
Traté de mitigar tanto mundo cerrando los ojos. La búsqueda en Benarés no me acercó precisamente a un mundo eterno, no calmó ese océano en el que pude ser una merluza, cangrejo o espejo, y en el que soy hombre. Al abrirlos estaba en ese cuarto de geometría absurda (es un polígono irregular), tal vez  nunca salí de él. Eso que viví en Benarés, ciudad que desde 1943 es soñada en las mismas latitudes que yo hábito y que nunca he dejado de imaginar; también lo viví en las pobladas plazas de Perú y en un barrio chino y en esos extraños mercados del centro de Londres y en la Polinesia y en un barrio inclinado que se dibuja como ramas en las montañas de Colombia.
Si aquél día hubiese encontrado la Eternidad, este mundo que es mi mar, mi ciudad, mi edificios y los movedizos lugares que, como Benarés, imagino, probablemente  ya no existirían o tal vez serían tan inmóviles como una roca o como un mar-mundo sin ese oleaje que me desgarra y me revive. Cuando el océano está a lo lejos, no hay por qué elegir una ola, no hay por qué elegir una orilla. Todo se ve en calma, por eso he elegido un cuarto absurdo, aislado desde el que puedo imaginar cualquier otro lugar, donde el arisco mar me toca, pero yo, que desde entonces soy tan humano, me muevo despacio para que ese pez a la deriva no me muerda.


NÓMADAS. Por: Rubén Darío Galeano Parra



Bak1
‑ Despierta. Escuchó Mao Be que le decían entre sueños - tu padre va por ellos ‑. Abrió los ojos y vió a su madre que le  acariciaba el rostro. Se levantó, le dio un beso y tomo su cerbatana2 que se hallaba al lado de su hamaca. Aun estaba oscuro y hacía un poco de calor.
Salió de la choza sonriendo y vio como su padre se alejaba bajo una luna roja que alumbraba el oriente. - Papa espérame! ‑ gritó Mao Be, corrió hasta alcanzarlo y lo tomo del brazo. Era la primera vez que Mao salía a cazar, y había estado esperando aquel día  desde hacía mucho tiempo. Entraron en la selva dando pasos largos, escuchando como los pájaros lanzaban sus primeros cantos. El suelo estaba blando por la lluvia fugaz y el olor a tierra mojada se mezclaba con el aroma los árboles. Ben ru, el padre de Mao, se guiaba con la última luz de luna y entre pasos se observaron los primeros rayos del sol.

‑ Llegamos, siéntate allí, espérame y no hagas ningún ruido - dijo Ben ru mientras señalaba una roca que se encontraba a la orilla de un arroyo - si padre- respondió el niño. Ben ru con un arpón  en la mano entró al agua y se sumergió casi por completo. Allí permaneció por minutos totalmente inmóvil y los peces comenzaron a pasar muy cerca de él, algunos pequeños, otros medianos y un pez payara muy grande se dirigió hacia  él; lo miró fijamente, el pez abrió la boca y con la rapidez de un rayo lo convirtió de pez, a pescado. Ubicaron la presa encima de una gran roca, mientras Ben ru seguía enseñando a cazar a su hijo.
‑Mao! toma la cerbatana, y esperemos a que los monos bajen de los árboles y cuando estén muy cerca, pondré el curare3 mientras tú apuntas y soplas fuerte ‑ explicó el padre.
 ‑Voy a apuntarle a ese‑ dijo el niño a su padre señalando su próxima presa, y dirigiéndose hacia el mono sopló la cerbatana con todas sus fuerzas. El mono al ver que algo chocaba contra la rama donde estaba parado chillo, saltó y en un instante todos los demás monos que se encontraban allí desaparecieron entre los árboles.

 ‑ He fallado ‑ dijo tristemente Mao. Miró a su padre que con una ligera sonrisa le dijo que no se preocupara. Tomaron el pez y caminaron de nuevo hacia la choza donde los esperaba su madre. Pia pe, preguntó contenta por el retorno de ambos ‑ ¿cómo estuvo la cacería? ‑ Ben Ru respondió mirando al niño, ‑Muy bien, Mao será un gran cazador. La madre sonrió, tomo el payara y preparó una deliciosa comida que compartieron juntos.

Jee4
Pasaron los años y Mao be se convirtió en un joven fuerte y habilidoso en la caza. Llegó  el día del año en el que la luz duraba más que la oscuridad y las familias Nukak Maku, tribu indígena a la que pertenecían, se reunían para celebrar el entiwat5, en agradecimiento a la tierra. En la celebración se reunían  ancianos, mujeres, hombres y niños que venían de todos los rincones de la selva, con las caras pintadas de achiote, las cabezas rapadas y los cuerpos completamente desnudos. Los niños se bañaban en el río y las mujeres realizaban el truque inhiniha, mientras los hombres conversaban entre ellos.

Uno de los hombres que se encontraba allí, vociferó ‑Los hemos visto de cerca; traen pieles sobre sus cuerpos y lanzas que vomitan fuego.
‑Cuando estuve cerca al Gran Río6, vi que tumbaban los árboles de caucho – Comentó el padre de Mao.
El anciano más viejo contó que en tiempos de su abuelo, cuando vivían en las grandes llanuras, los hombres que llevaban de afuera, obligaron a la tribu a internarse en la selva. Mao be escuchaba atento, él también los había visto y sentía temor que los hombres de la llanura hicieran daño a su tribu.

Comenzó la ceremonia y había pescados, micos y bebidas en abundancia, todos estaban en torno para bendecir y disfrutar los alimentos. Ese gran día algunas familias ofrecían a sus hijas y otras parejas iniciaban sus compromisos.
Así fue como el joven Mao conoció a una hermosa mujer, llamada Anelim, que tenía grandes ojos negros. Al verla sintió como si una lanza atravesara su corazón y  pidió que fuera su mujer para el próximo entiwat.






Hea7
Un año después se acercaba el día del entiwat, y Mao se sentía nervioso porque pronto vería a Anelim. Su madre preparaba los alimentos que llevaría a la reunión, para compartir e intercambiar. El padre reunió a su familia al amanecer y se dirigieron al lugar. Al llegar se sorprendieron porque había muy poca gente y la prometida de Mao aun no estaba allí.
‑ ¡Están muertos! ‑ gritó una mujer que corría llorando hacia el lugar de reunión. – Cerca del río los hombres que tienen las lanzas de fuego nos buscan…‑
Repentinamente se escuchó un fuerte ruido y  aparecieron hombres disparando contra todos los que se encontraban allí. El padre de Mao y otros hombres corrieron con lanzas hacia ellos para detenerlos, pero cayeron heridos y muchos murieron. Mao y su madre corrieron sin descanso junto con otras mujeres y niños hacia lo profundo de la selva.

Días después, en un pueblo de la llanura, los pobladores observaron cómo iban llegando de la selva indígenas a asentarse allí, la mayoría eran mujeres y niños que venían desnudos, cansados y hambrientos. Mao be dirigía el grupo debido a que muchos hombres y ancianos habían sido asesinados. El gobernante del lugar les ofreció un lugar en las  afueras del pueblo donde permanecieron y se recuperaron de las heridas y del cansancio de la huida. Pasaba el tiempo y la tribu no conseguía acostumbrarse a vivir en la llanura donde todo era diferente.

 ‑Madre, nunca imaginé que algún día perdiéramos todo lo que la tierra nos dio. Mi padre y Anelim se han ido ‑dijo Mao, mientras veía  su madre tejer el cumare8 como en un diálogo silencioso con la selva perdida ‑No te preocupes hijo tu padre ahora no esta en este mundo pero su espíritu permanecerá por siempre.
Además de la escasez de comida que ahora los agobiaba, aparecieron nuevas enfermedades que nunca había tenido la tribu. Algunos niños enfermaron y Mao be se dirigió al pueblo buscando ayuda. Los pobladores dijeron que se trataba de gripe y que los niños en pocos días se encontrarían mejor. Las madres angustiadas preguntaron a Mao que sucedería con ellos, el respondió que todo estaría bien y retornarían a su lugar, la selva. Pero al amanecer los niños empeoraron y algunos de ellos murieron.
Mao be, veía como su tribu se extinguía lentamente sin poder hacer nada por ellos. Esa misma noche luego de besar a su madre, en una profunda desolación, se recostó en la hamaca bajo la luz de la luna roja que se asomaba en el oriente, pensó en su padre, en Anelim y en la selva, tomó los dardos de la cerbatana que lo acompañaba desde niño y bebió el curare que había en ellos. Al amanecer, su cuerpo descasaba inmóvil sobre la hamaca, la muerte en su cacería lo había hecho presa fuera de la selva.

1 Mundo de donde venimos.
2 Arma para lanzar dardos
3 Veneno para paralizar
4 Mundo donde vivimos
5 Ritual para recordar sus antepasados
6 Río Orinoco
7 Mundo de los espíritus
8 Fibra de palma

APARIENCIAS Y RECUERDOS.Por: Santiago Betancur


Escogió la pastilla azul. Abrió los ojos, Miró detenidamente la palma de su mano y luego alzó la cabeza en busca de algo que le fuera familiar, a su alrededor encontró una extensa maleza mezclada con humedad y niebla espesa ,a lo lejos una laguna suavemente iluminada por lo que bien podrían ser luciérnagas o ilusiones. Le invadió un espeso vapor de desconsuelo luego de repasar sus estériles memorias en busca de un ancla disfrazada de un fue.

Acumuló medio universo en sus pulmones y suspiró tan fuerte como pudo, apretó el puño y pensó de nuevo, ninguna de las imágenes en su cabeza le dijo algo, no había donde volver, los arbustos no daban pistas y los delicados murmullos del bosque combinados con los bruscos movimientos de las hojas hacían imposible la tarea de concentrarse e intentar  dilucidar un camino.  Se llevó la mano a la cabeza y antes de caer en la desesperación lo sorprendió una sombra apenas compuesta de delirios y quizás.
El bosquejo escondido entre las ramas hacía crujir las hojarascas, él se fijó hasta donde pudo y
Sobrecogido por la sorpresa decidió perseguir lo que parecía ser la única brecha entre él y el olvido, la silueta se diluía entre polvos y sombras apenas perceptibles, las migajas de pan  que dejaba su aroma le condujeron entre los escarpados arbustos, las pequeñas heridas entre las falanges de los dedos y la intransitable breña le hicieron perder el rastro.

 El sonido que produce la fricción del agua con las piedras  lo condujo a las orillas de un lago inmerso en un estruendo tan fuerte, que casi podía decirse, que se estaba presenciando un concierto. Lo hipnotizó la resonancia de los sonidos, como ya estaba cayendo la noche, le era imposible visualizar de dónde venía cada uno de ellos, cerró los ojos, identificó los que pudo e intentó consolarse con lo que en su momento le pareció, la melodía más grata que había escuchado en su vida.



Mientras se sacudía el barro que había acumulado en los talones, un fulminante destello a la altura de su pecho le fascinó, una pequeña criatura encriptada en fractales despidiendo moléculas de luz iluminó el rostro de otra criatura apenas más hermosa que la anterior.

Ahí estaba ella, debía tener entre 18 y 20 años, pequeña, pálida y  de hombros redondos, su cabello caía de a poco como ondas que dejaron entrever un rostro muy fino, con dos cicatrices pequeñas, una en la punta de la nariz como un menudo toque escultórico y una más en la parte superior de la ceja izquierda, unos labios muy delgados que resguardan una sonrisa plácida y transparente, los ojos como óvalos alargados con un delicado sabor egipcio. se movía con cierta rigidez en los codos para compensar el vaivén de las caderas, tenía unas pequeñas pecas en la zona que conecta el final del cuello con la espalda, una cintura que anunciaba una figura esbelta y plana al igual que las  pantorrillas, unos talones estrechos que empujaban unos pies maravillosos, de uñas diminutas y rosadas que no se dejaban opacar por un defecto congénito en forma de trompo en el dedo que corresponde al segundo desde el pulgar al meñique.

Se acercó a él, se sentó en lo que parecían ser las raíces de un roble, y comenzó a hacerse rollitos de pelo con los dedos mientras jugaba con el rastro que dejaban en su ascenso, unas peculiares luces que brotaban del pantano, que ardían,  verdes,azules, y blancas danzando al son de sus mirada.

Abrió la mano intentando atrapar una de esas pequeñas criaturas camufladas entre el brillo y disfrazadas de ficción, pero quedó absorto en el rastro que dejaba su luz en el agua, como gotas de óleo que se expanden entre tinieblas y se pierden en la nada.

Un trágico destello sacudió el lago como un recuerdo y le hizo recobrar el aliento, buscó en su cabeza las palabras correctas para pedir su ubicación, cerró los ojos por un instante y antes de que pudiera abrir la boca, ella le sostuvo el antebrazo de la parte izquierda de su cuerpo, mientras despedía el calor más tierno que jamás en su vida había sentido, con un leve susurro moduló muy lentamente la palabra:

-despierta

El eco de su voz fue la única compañía que encontró en esas cuatro paredes donde continuamente buscó la puerta que lleva más allá de este mundo de sueños.



ESA LÁMPARA EN LA NOCHE. Por: Luis Felipe Vélez Pérez


Dos suaves golpes sonaron en la puerta. La señora Arteaga, hallándose en la cocina, no demoró en abrir. De frente encontró a su hijo, taciturno y sumido en una verdadera angustia. Sin abandonar ese estado, el joven se dirigió hacia ella.
- Mi padre me ha humillado: me ha dicho que no volveré a poner un pie en su casa.
- ¡Sh! Entra hijo, que no te escuchen los vecinos- afirmó la voz fina de la señora.
El muchacho apenas alzaba la cabeza, estaba realmente afligido. Venía con una sencilla camisa gris y se abrazaba sutilmente para apartar el frío que sentía. Al entrar en el pequeño apartamento de su madre se dio cuenta de que allí había un clima diferente, y de inmediato bajó los brazos. Al momento se arrojó sobre el cuerpo de la vieja mujer. Esta, bajando su ajada mano sobre el oscuro cabello del joven, se conmovió de su tristeza y quiso saber lo ocurrido.
- Cuéntame qué pasó, qué te dijo.
Y aún sintiendo la tibieza del cuerpo de su madre, el joven le narró lo sucedido.
- Fui a su casa teniendo la certeza de que, tras muchos años discutiendo, por lo menos tendríamos una conversación donde podríamos escucharnos uno al otro. Pero no, hubo de todo menos conversación. Al escuchar que llamaban a la puerta, se asomó por el balcón y al verme tan solo me dijo: “¿qué necesitas?”. Créeme, madre, que eso me indispuso terriblemente y me removió el corazón. Porque sentí que no se estaba dirigiendo a su hijo, sino a un extraño, a una de esas personas que tocan de casa en casa ofreciendo un producto cualquiera. Mi respuesta, para agravar las cosas, fue más cortante todavía. Le dije que venía a hacerle saber todo lo que se había equivocado en la vida. Y claro, de inmediato su figura se escondió tras la baranda del balcón y la puerta principal permaneció cerrada. Me trepé por un tubo y entré a la casa por ese mismo balcón. Fue inevitable para los dos: discutimos.
En ese momento, el joven se desprendió de la vieja, tomó aire lentamente y trató inútilmente de secarse las lágrimas. La mujer lo condujo a un cómodo sillón ubicado en la sala y allí, sentados, se miraron quedamente por primera vez en la tarde.
- No hay remedio para tanta desidia de tu padre hacia el diálogo.
- ¡Es horrible esto, madre! Tal vez sea yo un reflejo exacto de él, porque… no sé.
- Repartir culpas y desprenderse de responsabilidades es muy sencillo. Asumir los errores… eso, hijo, poco lo practica la gente. Hoy día vale más estudiar y prepararse para justificarse ante los demás que para repararse interiormente y soportar lo difícil pero valioso que es tener consciencia de los actos propios.
El joven miró a su madre no sin admiración, pero calló. Al instante, decidió mirar por la ventana. A lo lejos, sobre una colina, tan solo un hilo de luz naranja sobrevivía a la llegada de la noche oscura. En ese momento pensó cuan similar se hallaba su corazón: un tibio amor por su padre, casi imperceptible y a punto de desaparecer ante la extensa noche, opaca y oscura, como el resentimiento que ahora lo inundaba por dentro.
Su madre, que se había levantado para traerle un café, estaba de nuevo a su lado, con su mirada compasiva, con su benévola presencia y su gracia sencilla y acogedora.
- No sé madre si todo lo malo que me achaca mi padre es realmente cierto o no- continúo el joven con voz marchita.- ¿Dónde está mi prepotencia, mi soberbia y mi egoísmo? Simplemente quiero vivir cómodamente, disfrutar y complacer mis deseos y gozar al tiempo de cierta independencia… llevar mi vida a mi manera. No entiendo qué lo hiere y no alcanzo a comprender por qué se niega a ayudarme y apoyarme en eso.
- Él toma las cosas de manera distinta- dijo su madre alargando la taza de café a su hijo. - Yo considero que tus deseos son válidos y puedes aspirar a ellos, pero sin desconocer que tienes también, quizá como todos, límites en tu vida y compromisos con otras personas.
- ¿Cómo conocer los límites? ¿Cómo saber a quién lastimo y a quién dejo de hacer el bien con lo que pienso y lo que hago?
- Esa es tal vez una cuestión que debe resolverse eternamente en tu consciencia, aunque no con eso basta. Es necesario también hacer parte de una consciencia social. Verás- se acomodó la señora Arteaga nuevamente en el sillón, junto a su hijo, y continuó-, mi vida junto a tu padre duró hasta que me hice cargo de mi destino. Descubrí que no podía seguir habitando el mismo techo con un hombre convencido de sus precarias visiones de la vida. Él se ha querido siempre tanto que pocas veces me descubrió preocupada, angustiada o asediada por una tristeza profunda. Descuidó mis gestos, mis suspiros y sollozos y se dedicó a sí mismo, como si yo no existiera. Y a eso no debes llegar. Es preciso que evalúes siempre el hacer propio y el hacer de los demás, el sentir propio y el sentir de los que te rodean, y quizá así llegues a tener algún día una consciencia social que vaya irremediablemente unida, provechosamente, con tu propia consciencia.
Nuevamente, las palabras de la anciana impactaron notablemente al joven. Sabiendo que había acabado de dejar en su hijo una idea para someter a juicio su comportamiento, se levantó a cerrar la ventana. Había comenzado a llover. Ya ninguna luz tenía la tarde, pero las lámparas de la calle que conducía al edificio se habían encendido. La noche no era pues tan opaca y oscura, o no se veía así. Sin embargo, hacía frío.
El joven terminó en pocos sorbos su café y dejó que su madre llevara la taza a la cocina. Mientras tanto, sin quererlo, sus ojos se detuvieron sobre un libro cerrado que se hallaba en un borde de la mesita de la sala, a unos pasos del sillón. De lejos no logró leer el título y sintió un vivo deseo de saber qué libro era. Tenía solamente un hermano menor, de 11 años y a quien aventajaba en 7, y la única persona que podría estar leyendo esa obra era su madre. Se levantó sin quitarle la vista y dio dos pasos hacia la mesita, y pudo leer el título sujetando el libro ya sin mucho interés: Humillados y ofendidos.
El texto volvió a quedar en la misma esquina de la mesita. Su madre había vuelto y percibió el gesto de su hijo, otra vez sentado, pensativo. Con sus dedos rugosos sujetó el libro y se dispuso cómodamente al lado del joven. Abrió con maestría una página señalada en medio de la obra y miró decididamente hacia esa figura cabizbaja; le dijo sin leer nada:
- No puede hacer uno más ni menos que asumir los acontecimientos de la vida con cierto esfuerzo, es decir, con criterio. Y si tus decisiones no te traen siempre tranquilidad, y si las decisiones de los demás, aunque ofendan y lastimen, no te proporcionan felicidad ni dicha, una consciencia bien formada sí puede asegurarte una pizca de tranquilidad, ¡y cuánto vale la tranquilidad!
- Sí- inquirió el joven-, la consciencia, la buena consciencia.- Y quedó atento a la lluvia que bajaba incesante desde arriba, viéndola a través del cristal.
Su madre, con la tranquilidad con que había recibido a su hijo, le atravesó una caricia certera por la mejilla y lo dejó sosegado. Él, preso ya de razones y preguntas, celebró dentro de sí el hecho de no poder volver a poner un pie en la casa de su padre.