Es
un día soleado. El sol ilumina sobre el mundo, el prado recibe con alegría el
alimento de la luz. Es un día perfecto, de aquellos que solo aparecen en los
cuentos de hadas con finales felices.
Él
camina sobre el suave césped. Una mochila roja cargada de libros en su espalda
y los audífonos en sus oídos emitiendo la canción más sonada de su nuevo grupo
favorito. Su mirada está sobre el piso mientras sigue repasando mentalmente las
notas del examen. Le gusta estudiar mientras camina, lo distrae, evita que sus
pensamientos ataquen su falsa felicidad y lo dirijan a ese camino de
desesperación que tanto conoce.
Preocupado
por la hora se desentiende de sus maneras intelectuales y regresa a la realidad
adolescente donde tiene que cumplir con el horario si no desea ser castigado.
El reloj, conjurador de la prisión del tiempo, le advierte que tan solo tiene
unos minutos para llegar a su destino. Levanta la mirada inquieto de no poder
llegar, pero frente a sus ojos se abre aquella mole cuadrada de cemento que
resulta ser su instituto, espacio de torturas aceptadas a cambio del saber, y
se convence de que podrá hacerlo.
Baja
sus ojos y enfoca un poco más cerca: desde la otra dirección alguien se aproxima.
Está a punto de ignorar a aquella figura solitaria cuando la misma alza su
rostro… Lentamente sus miradas se encuentran; en el vació de sus ojos una luz
de reconocimiento se enciende. Son dos desconocidos, pero aquel brillo en la
mirada los convierte en los más íntimos confidentes.
El
sol se apaga, el mundo entra en el silencio de los muertos y lo único que
quedan son esos dos pares de ojos, una mirada que se vuelve mutua. Con ese
simple vistazo se descubre el secreto más íntimo, aquellas verdades ocultas que
no se han dicho ni a los padres ni a los amigos. Sin desearlo, sin quererlo, tienen
una conexión, una unión que ambos temen, pero anhelan, un reconocimiento que
los perturba hasta lo más profundo de
sus almas.
Sus
ojos se convierten en faroles deseosos de compartir luz en una realidad llena
de tristeza y soledad. Avergonzados descubren que la intimidad del ser se rompe
sin el más grande esfuerzo y que aquellas enormes barreras, muros de sueños
reprimidos que han construido para ocultar la esencia que los consume, se
derrumban sin más, tal como aquella construcción que cede ante el tiempo.
“¡Lo
sabe! ¡Lo sé!” Intenta ignorar aquel sentimiento culpable y burbujeante que lo
invade, pero es imposible y sus ojos se atraen, como la fuerza magnética que él
había estudiado para el examen que presentara en menos de una hora. El deseo de
hacer de aquella coincidencia de la vida algo inmortal lo excita, pero también
lo obliga a romperla.
Participa
entonces en un juego de miradas, un juego que cree jugar solo apelando a ese
sentimiento de paranoia que carga como una cruz todo el tiempo. Su temor lo
paraliza, pero a pesar de que es tan fuerte como para hacerlo sufrir, no evita
que pueda continuar en el juego que lo castigara con culpabilidad en el futuro.
Sin
darse cuenta descubre que cada vez está más cerca, que muy pronto tendrá la
oportunidad de aceptar la realidad y de escapar de aquella tortura que se
disfraza de vida diaria y de noches solitarias… pero cuando sus caminos se
cruzan y las miradas se pierden para siempre la oportunidad se desvanece y aquellos
corazones se apagan con desilusión de saber que aquel no era el momento.
Sorpresivamente
el sol regresa a iluminarle su camino y el pasto verde lo guía hacia su destino.
Aquel mundo hace alarde de su desconocimiento y no se da cuenta de la tragedia
que acaba de ocurrir. En la inmensidad de aquel día él se siente culpable e
imponente, pero también aliviado y relajado.
Al
menos sabe que su realidad sigue siendo la misma y que no tiene que enfrentarse
a la incertidumbre de lo desconocido. Su mirada seguirá vagando hasta encontrar
un nuevo par de ojos que lo transporten por un segundo a la emoción y la
felicidad de la comprensión de saber quién es él.
Las
barreras con parsimonia se reconstruyen, las verdades nuevamente se ocultan en
el baúl de lo prohibido y el secreto regresa a ser una rosa con espinas, algo
hermoso pero doloroso.
Tal
vez algún día encuentre esa mirada final, ese segundo hipnótico, la epifanía
que le hará comprender que todos los temores fueron infundados y que él puede
ser feliz. Aquel instante cuando sin miedo sus labios se abran para susurrar un
“Hola”… un “Hola” que lo cambiará todo.
Pero
aquel momento no es ese y él tiene que correr si no quiere llegar tarde. Al son
de las acordes de la guitarra de su recién favorito guitarrista su mente se
concentra en los últimos detalles del examen que ha preparado.
Las
barreras se han alzado y aquel encuentro se ha olvidado.
Un cuento muy muy bueno. Cautiva en el lector muchos pensamientos que se abordan de formas distintas. Muy interesante la forma descriptiva de todo.
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