lunes, 1 de abril de 2013

CASO LIBERADOR: “EL BOHEMIO”. Por: Juan Antonio Jaramillo Zapata


Me da mucho gusto, mi liberador, que una parte de tu trabajo consista en escuchar a tus clientes. Por esto, antes de que des por terminada tu labor me gustaría hacer una reflexión sobre mí. Para empezar, creo que mi niñez fue algo diferente, aunque muchos adultos suelen decir eso. Aún así, considero que una de las diferencias que me caracterizaban fue el ver como muchos de los niños que me rodeaban estaban acompañados por su padre mientras yo no me despegaba de la falda de mi madre. Sus familias eran muy similares a las de los pájaros más nobles: Había esa conexión entre padre y madre caracterizada por el cuidado de su hijo. Mientras, yo nací en una especie de manada de leones: La madre vela por sus cachorros mientras el padre se rasca las pulgas.
Aún con las diferencias que implica la ausencia del padre intenté llevar una niñez que, dentro del paradigma social, se considerara normal. Me gustaban los carritos, aunque mucho más los aviones; jugaba a “policías y ladrones”, “golosa”, entre otros juegos. Sin embargo, mi mente corrompida no olvida cierto acontecimiento: Estaba en el parque jugando fútbol con un amigo cuyo padre estaba comprando unas crispetas a una muchacha.  De repente, mis inquietos oídos escucharon del señor algo como: “Si el sabor de estas crispetas fuera semejante al sabor que me generaría esta mujer, me comería hasta el maíz sin reventar. Incluso, me comería el recipiente de papel”. Le pregunté al señor que cómo era posible que unas crispetas tuvieran un sabor similar al de una mujer. Le aclaré que las mujeres no son comida y que no tienen sabor, pero se rió mucho. Ahora que soy más viejo me doy cuenta del calibre de la película que ese hombre montó en su cabeza y, de hecho, creo que la he reproducido varias veces y, como si fuera poco, siendo el actor principal. Ese “piropo” marcó el resto de mi vida.
Como es obvio, fui creciendo y tuve que pasar por todos esos cambios de distinta índole que sufren las personas cuando crecen. Dentro de las implicaciones de estos cambios estaba la de decidirse por una profesión y yo ya tenía una decisión: Quise ser piloto. No encontraba profesión más perfecta. Era la forma como le decía al mundo que se sujetase fuerte porque ahí iba yo. Ese entusiasmo me llevó a estudiar con muchas ganas, primero las materias obligatorias y después varios idiomas. Estos últimos fueron la llave que me permitió entrar en muchos países, una llave maestra. Nunca llegué a imaginar todos los lugares y personas que conocí, era un nómada que cosechaba todo tipo de relaciones. Y cuando digo  todo tipo, no miento. Reconozco que desde el acontecimiento con aquel hombre el volverme lujurioso fue cuestión de tiempo.
Hubo varias personas que marcaron mi vida. Mi madre es un buen ejemplo. Ella era una mujer muy inteligente, era brillante. Una mujer de ideas, hasta el punto de ser una distinguida feminista. Era abogada, muy buena en su labor. Se caracterizaba por manejar una gran elocuencia en sus intervenciones la cual le daba un gran poder de persuasión, al punto de que llegaba a recibir amenazas por quienes perdían juicios por su culpa. Sin embargo, era una persona muy solitaria debido a que  su tenacidad como abogada la hacía desconfiar de muchas personas, la mayoría desconocidas. Tenía ciertos síntomas de paranoia, pero carecía del carácter crónico de este trastorno. A veces, cuando era chico, la veía en un rincón con los ojos húmedos, pero ella siempre me negaba que estuviese llorando. Un día, cuando yo ya estaba en la universidad, le pregunté por qué no se había fijado en ningún hombre, pero no había terminado de preguntar cuando vi como fruncía el ceño y me miraba con esos ojos tan penetrantes. La sensación de desnudez fue tan fuerte que bajé la mirada y me fui a estudiar. De todas maneras, con ella los fines de semana eran espectaculares. Era increíble como  pasaba de ser una abogada calculadora a ser, a la vez, madre y padre.  Aunque era muy entregada a su trabajo, fue muy atenta y cariñosa conmigo.
Otra persona que me marcó fue mi padre. De ese no puedo más que hablar mal. Era un pillo mentiroso que perseguía a las mujeres con fines sexuales. ¡Valiosa herencia la que me dejó! Una lujuria desenfrenada. Fue ese carácter lascivo el que lo indujo a acercarse a mi madre. El fue (o es) un hombre de negocios muy competitivo. Conoció a mi madre siendo ella su abogada en una batalla por demostrar su “inocencia” en una supuesta estafa. Allí estaba él, con un discurso lo suficientemente elocuente como para hacer caer a mi madre, mujer que dejó por un momento todos esos criterios que por años  había construido y se dejó seducir por un vagabundo. Bastó una sola experiencia para que yo fuese engendrado. Mi madre, llena de un sentimiento ambivalente, le comentó la situación. Él respondió agresivamente. Dijo que no le interesaba ser papá y que allá ella con lo que decidiera hacer, que a él no le importaba. Fue curioso que mi madre, aún con los ideales de una feminista, no hubiese optado por el aborto. Pasaron los años y cuando yo ya tenía edad para entrar a la básica primaria mi padre se comunicó con mi madre. Sin darle a ella chance para hablar, le dijo que él era un hombre honorable que respondería por los estudios de su hijo. No valieron las objeciones de mi madre. Incluso, me pagó la universidad. Sólo le interesaba su imagen social. No sé ni me interesa saber si está vivo.
Recuerdo también a una mujer que conocí en Múnich, luego de un vuelo desde Washington. Yo estaba haciendo una fila para comer algo y ella estaba delante de mí. Me sonrió. Como nuestras miradas ya  se habían chocado antes (desde Colombia), me atreví a pagarle su comida y le hablé. Nos sentamos en la misma mesa y tuvimos una conversación muy amena. Su capacidad de empatía lo facilitaba todo. A ella le gustaba filosofar acerca del sentido de la vida y de la importancia de las cosas “pequeñas”. La genuinidad y perspicacia de sus expresiones la hacían ver muy interesante. Sus preguntas eran como rayos X y su capacidad de escucha era increíble. Claro, ella era psiquiatra. Llegamos a compartir experiencias laborales. Yo comenté algunas mías, siendo cauteloso en ciertas cosas y exagerando en otras. Cuando ella terminó de narrar sus experiencias, se me ocurrió meterme en el papel de un esquizofrénico. Puse una mirada psicótica y actué como si escuchara voces. De repente, Un hilo de saliva pendió de mi boca y con un eructo terminé mi escena. Ella me miró con unos ojos graciosos y tapó su boca para ocultar la risa. De la nada, un imprudente y ruidoso gas brotó de su boca, seguido de otro eructo, muy gutural; en el que me dijo: “Empaté”. No creí que con tan ilustrada señorita tuviera una experiencia que sólo me ocurría con los borrachos. Reímos tanto que tiramos la mesa y ni siquiera el mal humor de la mesera hizo que cesara la euforia que experimentábamos. Ese día supe que ella era diferente a las mujeres con las que me revolcaba en los burdeles.
Lamentablemente, ella estudiaba para ser una gran especialista y carecía de tiempo libre, aunque llegué a conocer a sus padres. Sin embargo, me dijo que yo era un hombre maravilloso, pero que tenía muchos vacíos emocionales. Desde ese día ando melancólico. A eso le agrego que, hace poco, fui a  Colombia y me di cuenta que mi madre había muerto. Desde eso, lamento no haber estado a su lado, pero digo: Tuve una vida llena de desapegos, y así soy yo. Por algo era conocido como “El bohemio”. ¿Qué hay de malo en vivir? Sólo quería vivir… yo… yo sólo quería…
El asesino serial conocido como el liberador suele escuchar las congojas de sus víctimas antes de matarlas. Escribe meticulosamente sus narraciones y mata a su cliente cuando este se desespera. La anterior historia, la de “El bohemio”, yacía junto al cadáver de dicho hombre. Es la única pista del homicidio, y el homicida la dejó a propósito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario