Me da mucho gusto, mi
liberador, que una parte de tu trabajo consista en escuchar a tus clientes. Por
esto, antes de que des por terminada tu labor me gustaría hacer una reflexión
sobre mí. Para empezar, creo que mi niñez fue algo diferente, aunque muchos
adultos suelen decir eso. Aún así, considero que una de las diferencias que me
caracterizaban fue el ver como muchos de los niños que me rodeaban estaban
acompañados por su padre mientras yo no me despegaba de la falda de mi madre.
Sus familias eran muy similares a las de los pájaros más nobles: Había esa
conexión entre padre y madre caracterizada por el cuidado de su hijo. Mientras,
yo nací en una especie de manada de leones: La madre vela por sus cachorros
mientras el padre se rasca las pulgas.
Aún con las diferencias
que implica la ausencia del padre intenté llevar una niñez que, dentro del
paradigma social, se considerara normal. Me gustaban los carritos, aunque mucho
más los aviones; jugaba a “policías y ladrones”, “golosa”, entre otros juegos.
Sin embargo, mi mente corrompida no olvida cierto acontecimiento: Estaba en el
parque jugando fútbol con un amigo cuyo padre estaba comprando unas crispetas a
una muchacha. De repente, mis inquietos
oídos escucharon del señor algo como: “Si el sabor de estas crispetas fuera semejante
al sabor que me generaría esta mujer, me comería hasta el maíz sin reventar.
Incluso, me comería el recipiente de papel”. Le pregunté al señor que cómo era
posible que unas crispetas tuvieran un sabor similar al de una mujer. Le aclaré
que las mujeres no son comida y que no tienen sabor, pero se rió mucho. Ahora
que soy más viejo me doy cuenta del calibre de la película que ese hombre montó
en su cabeza y, de hecho, creo que la he reproducido varias veces y, como si
fuera poco, siendo el actor principal. Ese “piropo” marcó el resto de mi vida.
Como es obvio, fui
creciendo y tuve que pasar por todos esos cambios de distinta índole que sufren
las personas cuando crecen. Dentro de las implicaciones de estos cambios estaba
la de decidirse por una profesión y yo ya tenía una decisión: Quise ser piloto.
No encontraba profesión más perfecta. Era la forma como le decía al mundo que
se sujetase fuerte porque ahí iba yo. Ese entusiasmo me llevó a estudiar con
muchas ganas, primero las materias obligatorias y después varios idiomas. Estos
últimos fueron la llave que me permitió entrar en muchos países, una llave
maestra. Nunca llegué a imaginar todos los lugares y personas que conocí, era
un nómada que cosechaba todo tipo de relaciones. Y cuando digo todo tipo, no miento. Reconozco que desde el
acontecimiento con aquel hombre el volverme lujurioso fue cuestión de tiempo.
Hubo varias personas
que marcaron mi vida. Mi madre es un buen ejemplo. Ella era una mujer muy
inteligente, era brillante. Una mujer de ideas, hasta el punto de ser una
distinguida feminista. Era abogada, muy buena en su labor. Se caracterizaba por
manejar una gran elocuencia en sus intervenciones la cual le daba un gran poder
de persuasión, al punto de que llegaba a recibir amenazas por quienes perdían
juicios por su culpa. Sin embargo, era una persona muy solitaria debido a que su tenacidad como abogada la hacía desconfiar
de muchas personas, la mayoría desconocidas. Tenía ciertos síntomas de
paranoia, pero carecía del carácter crónico de este trastorno. A veces, cuando
era chico, la veía en un rincón con los ojos húmedos, pero ella siempre me
negaba que estuviese llorando. Un día, cuando yo ya estaba en la universidad,
le pregunté por qué no se había fijado en ningún hombre, pero no había
terminado de preguntar cuando vi como fruncía el ceño y me miraba con esos ojos
tan penetrantes. La sensación de desnudez fue tan fuerte que bajé la mirada y
me fui a estudiar. De todas maneras, con ella los fines de semana eran espectaculares.
Era increíble como pasaba de ser una
abogada calculadora a ser, a la vez, madre y padre. Aunque era muy entregada a su trabajo, fue muy
atenta y cariñosa conmigo.
Otra persona que me
marcó fue mi padre. De ese no puedo más que hablar mal. Era un pillo mentiroso
que perseguía a las mujeres con fines sexuales. ¡Valiosa herencia la que me
dejó! Una lujuria desenfrenada. Fue ese carácter lascivo el que lo indujo a
acercarse a mi madre. El fue (o es) un hombre de negocios muy competitivo.
Conoció a mi madre siendo ella su abogada en una batalla por demostrar su “inocencia”
en una supuesta estafa. Allí estaba él, con un discurso lo suficientemente
elocuente como para hacer caer a mi madre, mujer que dejó por un momento todos
esos criterios que por años había
construido y se dejó seducir por un vagabundo. Bastó una sola experiencia para
que yo fuese engendrado. Mi madre, llena de un sentimiento ambivalente, le
comentó la situación. Él respondió agresivamente. Dijo que no le interesaba ser
papá y que allá ella con lo que decidiera hacer, que a él no le importaba. Fue
curioso que mi madre, aún con los ideales de una feminista, no hubiese optado
por el aborto. Pasaron los años y cuando yo ya tenía edad para entrar a la
básica primaria mi padre se comunicó con mi madre. Sin darle a ella chance para
hablar, le dijo que él era un hombre honorable que respondería por los estudios
de su hijo. No valieron las objeciones de mi madre. Incluso, me pagó la
universidad. Sólo le interesaba su imagen social. No sé ni me interesa saber si
está vivo.
Recuerdo también a una
mujer que conocí en Múnich, luego de un vuelo desde Washington. Yo estaba
haciendo una fila para comer algo y ella estaba delante de mí. Me sonrió. Como
nuestras miradas ya se habían chocado
antes (desde Colombia), me atreví a pagarle su comida y le hablé. Nos sentamos
en la misma mesa y tuvimos una conversación muy amena. Su capacidad de empatía
lo facilitaba todo. A ella le gustaba filosofar acerca del sentido de la vida y
de la importancia de las cosas “pequeñas”. La genuinidad y perspicacia de sus expresiones
la hacían ver muy interesante. Sus preguntas eran como rayos X y su capacidad
de escucha era increíble. Claro, ella era psiquiatra. Llegamos a compartir
experiencias laborales. Yo comenté algunas mías, siendo cauteloso en ciertas
cosas y exagerando en otras. Cuando ella terminó de narrar sus experiencias, se
me ocurrió meterme en el papel de un esquizofrénico. Puse una mirada psicótica y
actué como si escuchara voces. De repente, Un hilo de saliva pendió de mi boca
y con un eructo terminé mi escena. Ella me miró con unos ojos graciosos y tapó
su boca para ocultar la risa. De la nada, un imprudente y ruidoso gas brotó de
su boca, seguido de otro eructo, muy gutural; en el que me dijo: “Empaté”. No
creí que con tan ilustrada señorita tuviera una experiencia que sólo me ocurría
con los borrachos. Reímos tanto que tiramos la mesa y ni siquiera el mal humor
de la mesera hizo que cesara la euforia que experimentábamos. Ese día supe que
ella era diferente a las mujeres con las que me revolcaba en los burdeles.
Lamentablemente, ella
estudiaba para ser una gran especialista y carecía de tiempo libre, aunque
llegué a conocer a sus padres. Sin embargo, me dijo que yo era un hombre
maravilloso, pero que tenía muchos vacíos emocionales. Desde ese día ando
melancólico. A eso le agrego que, hace poco, fui a Colombia y me di cuenta que mi madre había
muerto. Desde eso, lamento no haber estado a su lado, pero digo: Tuve una vida
llena de desapegos, y así soy yo. Por algo era conocido como “El bohemio”. ¿Qué
hay de malo en vivir? Sólo quería vivir… yo… yo sólo quería…
El
asesino serial conocido como el liberador suele escuchar las congojas de sus
víctimas antes de matarlas. Escribe meticulosamente sus narraciones y mata a su
cliente cuando este se desespera. La anterior historia, la de “El bohemio”, yacía
junto al cadáver de dicho hombre. Es la única pista del homicidio, y el
homicida la dejó a propósito.
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