Un
domingo como cualquier otro de los que suelen transcurrir en el pueblo, Clara
la hija de Teresa, Salió de su casa, llevando puesto una prenda diferente a lo que normalmente acostumbraba
lucir, como es una señorita de tanta alcurnia, (o por lo menos eso es lo que
siempre le ha dicho Teresa su madre), ella no podrá salir a la calle estando
mal presentada, siempre deberá distinguirse por su elegancia al vestir, de no
ser así, seguramente le será un poco difícil encontrar marido rápidamente, ya
que Clara no es tan agraciada como muchas otras señoritas del pueblo. Sin
embargo este día, había algo verdaderamente distinto en ella, tanto así que
cuando se abrió la puerta de su casa, (que como la de toda familia distinguida
está ubicada en el marco de la plaza), las miradas de todos los que caminaban
por estos lados se posaron en Clara, era casi la hora de la misa, por lo que
mucha gente se dirigía a la iglesia apresuradamente para ver si alcanzaban un
puesto, pues las misas celebradas por el Padre Ernesto el domingo, podían durar
hasta 2 horas; pero esto tal parece que perdió su importancia, porque las
personas menguaron sus pasos para poder observar a Clara, quien muy orgullosa
de sí misma, caminaba como un pavo real por todo el centro de la plaza, hasta
llegar a la atrio de la iglesia, luego
procedió a entrar a la iglesia donde ya su madre la estaba esperando
guardándole un puesto en las primeras bancas, caminaba por el pasillo central
sin mirar a los lados, pero se daba cuenta que todos lo que estaban en la
iglesia no dejaban de mirarla, cuando llegó a donde su madre, se echó la
bendición y se sentó mientras ambas sonreían con una sonrisa pícara, en la
iglesia sólo se escuchaba un murmullo poco común, pues el padre Ernesto siempre
ha dicho que la casa de Dios no es para ir a chismosear ; todos hablaban de lo
mismo, ¡Qué vestido más hermoso! Se decían unas a otras, ellos por su
parte comentaban lo bien que se veía
Clara ese día. La misa transcurrió como de costumbre, salvo porque cuando la gente se acercaba a
comulgar al devolverse a su puesto no podían evitar mirar a Clara, más exactamente
a su vestido color verde esmeralda, que deslumbraba por su belleza.
Al
acabarse la misma como era de esperarse
muchas personas se acercaron a saludar a Clara y a su madre, pero era sólo un
pretexto para mirar y reparar aquel vestido, pues en el pueblo nunca se había
visto un vestido tan sublime como este,
es que era el color que brillaba ante los ojos de los espectadores, es que era el tejido que parecía fuera hecho
por la misma Atenea, es que durante todo ese día no se habló de ninguna otra
cosa diferente al vestido de la hija de Teresa.
Al
lunes, cuando aún no había pasado el
asombro que despertó este vestido, el pueblo fue sorprendido por una tenue luz
azul, que provenía de un nuevo vestido de Clara, esta vez no haciendo honor a
las esmeraldas sino a las turquesas. Este nuevo vestido logró despertar la
envidia de muchas mujeres en el pueblo, quienes aunque tenían un rostro
angelical y varias de ellas ya estaban comprometidas con buenos partidos del
pueblo, no podían dejar de tener envidia de que sus futuras suegras y hasta sus
propios novios comentaran la majestuosidad de estos trajes. Y al martes fue el rubí, al miércoles
un amarillo mostaza, pasando por púrpura, Lila, y negro ébano; al domingo
siguiente a la hora de la misa todo el pueblo esperaba ansioso ver el nuevo y
seguramente despampanante vestido que exhibiría Clara en ese día, mas para
sorpresa de todos Clara se presentó a misa con el mismo vestido verde del
domingo anterior, cosa que nadie esperaba especialmente porque durante toda la
semana había alardeado un arcoíris completo, pero ciertamente el verdadero
evento que paralizó al pueblo entero(incluyendo a Teresa y a Clara) fue cuando
al salir de misa, en el parque junto a un bote de basura se encontraba una
pordiosera despeinada, sucia y maloliente, que llevaba puesto el mismo vestido
verde de la hija de Teresa; nunca se supo dónde, ni cómo, ni cuándo lo
consiguió, lo que sí se supo fue que los
comentarios no se hicieron esperar y es que si el hecho de que tan sólo una
semana antes Clara llevara este vestido había causado furor entre los
habitantes, el que una pordiosera
tuviera este mismo vestido una semana después se convirtió en todo un
acontecimiento, y es que unas comentaban con otras sobre lo simple y
corriente del vestido, y los hombres
entre ellos decían lo escuálida que se veía Clara; futuras suegras y nueras
hablaban de lo vergonzoso que sería para ellas lucir un vestido así, mientras
tanto Clara y su madre corrían a su casa (afortunadamente para ellas cerca a la iglesia) a esconderse de los
crudos comentarios de la gente del pueblo; durante ese día no se habló de nada
más, en ninguna cafetería, ni en tienda, ni en restaurante o barbería el tema
de conversación era diferente, ni lo fue al lunes, martes o miércoles, a pesar
de los esfuerzos de Clara quien caminaba por las calles del pueblo con sus
vestidos color rubí, mostaza, turquesa, púrpura, lila y ébano, ya nadie la
miraba ni comentaba sobre la belleza de sus trajes, otra vez había pasado a ser
una sombra eso sí, de alta alcurnia pero sombra al fin y al cabo, una señorita,
cuya edad de merecer iba avanzando bastante ya, y pronto podría llegar a
convertirse en una solterona sin un poco de gracia.
Al
llegar el otro domingo, fue como todos los domingos en este pueblo, no ocurrió
nada extraño, la gente caminaba apresurada para ver si alcanzaban un puesto en
la misa que duraba casi 2 horas, el señor de la cafetería de al lado de la
iglesia limpia sus sillas porque sabía que al acabarse la misa del padre
Ernesto, mucha gente iría a tomarse un jugo o un café, la señora del
restaurante preparaba el almuerzo para los que siempre almorzaban allí después
de misa, todo seguía su rumbo normal, pero nadie notó que ese día Teresa estaba sola en misa, Clara no la
acompañaba. Se dice que ese día salió muy temprano de su casa rumbo a las
afueras del pueblo y que en una bolsa negra bastante grande llevaba sus
vestidos que durante unos días le había dado tanto fama y la ilusión de un día
poder de pronto llegar un día con un hermoso vestido blanco armiño a la
iglesia; dicen que los quemó todos y cada uno de ellos, desde el verde
esmeralda pasando por el amarillo mostaza hasta llegar al negro ébano, dicen
que desde entonces nunca más salió de su casa y que tampoco nunca más se volvió
a ver en el pueblo un vestido como el que alguna vez usó la hija de Teresa.
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