SIN PALABRAS.Por: Juan Esteban Cano Guevara

Todo fue hermoso, ¿lo recuerdas? Nada podía ser mejor, nadie más que tú y yo podía importar en ese momento. Todo... casi todo fue precioso.

Un viaje al exterior que organizó mi familia fue la ocasión perfecta para quedarme en casa y preparar todo para que ésa noche no la olvidáramos nunca. Dejé todo en orden, las camas tendidas, cada cosa en su lugar, organicé rigurosamente todo el desorden que suele haber en mi cuarto. Luego en la cocina, sin saber aún si venías, preparé esa comida que sé que te encanta, la de la primera vez que te vi en aquel viejo restaurante del parque. Y admito que aunque no soy bueno cocinando, todo salió tal cual lo esperado. Terminado todo esto, pasé a la mesa; la mesa también tenía que verse diferente. Busqué entre el armario de mamá y encontré un mantel con flores. Sé que no te hubiera gustado, así que le di la vuelta y el mismo mantel ahora era blanco, impecablemente blanco. Lo puse sobre la mesa y acomodé las sillas para que la una quedara exactamente a ciento ochenta grados de la otra. Todo estaba listo. ¡Ah! Se me olvidaba: El vino. No podía pasar un momento tan especial sin haber tomado por lo menos unos traguitos del vino más especial. Así que lo busqué en el refrigerador. Me acordé que te gustaba el vino más dulce, así que ese fue el que saqué. Serví un poco en las dos copas y las puse en la mesa. Miré a mi alrededor y ahora sí, todo estaba preparado. Yo lo había hecho todo con la convicción de que ibas a llegar. Te llamé y así fue. Más me demoré en colgar el teléfono que tú en tocar la puerta. Llegaste a mi casa tal cual imaginaba que lo harías.

Entraste, nos sentamos a la mesa, compartimos el vino y luego la comida, hablamos, charlamos, nos reímos. Para mí, con aquel momento ya bastaba para hacer de ésa una noche mágica. Pero faltaba más. Poco a poco, las sillas que estaban ubicadas milimétricamente una enfrente de la otra se fueron juntando, hasta que no hubo ángulo entre ellas. Las carcajadas continuaron entre nosotros y en alguna de esas risas espontáneas, nuestras caras quedaron frente a frente, a centímetros... ¡No!, a milímetros de sentirse. La risa se evaporó casi de inmediato, y sin mediar más palabra me atreví a besarte, primero con timidez, pero al comprender que no ibas a rechazarme, lo hice con más convicción. Luego, tus manos se pusieron inquietas y empezaron a conocer cada rincón de mi cuerpo. Para no quedarme atrás, yo empecé a hacer lo mismo.

De un brinco, casi que por arte de magia, estábamos ahora en mi cuarto. Yo te besé otra vez, te besé de mil formas, te besé de todas las formas que siempre quise hacerlo. La ropa ya estaba siendo obstáculo entre nosotros, así que decidimos quitarla de en medio. Al verte enfrente de mí, sin nada más que tu belleza cubriéndote de arriba abajo, me sentí la persona más afortunada de este pequeño planeta. Te arrojaste sobre mí e hicimos el amor varias veces, hasta que el cansancio se apoderó de nuestros cuerpos. Nos quedamos dormidos, tú encima de mí, yo encima de ti... realmente no importaba, estábamos tan cerca que parecíamos uno solo.

Todo fue hermoso, ¿lo recuerdas?... Claro que no... ¿Cómo habrías de hacerlo? No estabas ahí. Al despertar, en mi cuarto sólo encontré el mismo desorden de siempre. En la cocina no había vino guardado. Nadie en mi familia había viajado al extranjero. ¿Y Yo? Bueno, yo estoy aquí, en el parque, en la banca que está frente a ti, contándote mi sueño con la mente, porque mi voz jamás podrá pronunciarte una palabra.