Sentía
los párpados pesados, secos y rígidos. Ya no le quedaba más de aquella extraña
solución salina que brota de los ojos cuando se roza la piel más frágil y tersa
de las personas; ese rinconcito invisible que dolía intensamente cuando era
perturbado y que en la extraña sordidez de los días normales caía en un olvido
necesario.
¡Lágrimas!
Era el nombre del liquido que había escapado de su cuerpo pocas horas antes
como huyendo del caos que ahora formaban su mente y su corazón… Lágrimas con
las que quiso expulsar un cumulo inmenso, afilado y monstruoso de sensaciones
que poco se parecían a la alegría, al amor, a la magia, y que se encontraban
incrustadas en esa cajita, palpitando a su propio ritmo, doliendo a cada paso,
en cada respiración…
¡Lágrimas!...
¡De eso ya no le quedaba! Se esfumaron cuando intentó sacarse de adentro la
cajita, descubriendo entre decepción y asombro que no salía. Estaría allí para
siempre y para su desgracia…
Se
levantó con cuidado y con torpeza, con el espíritu pesado y el cuerpo
adormecido, y se miró al espejo… Era bonita… ¡Sí!, algún día lo había sido…
Antes de que él apareciera... Antes que esta absurda metamorfosis comenzara…
Antes de que Paco, siempre transparente
y sincero, empezara a susurrarle al oído frasecitas de amigo, de
cómplice, de Celestina, que la llevaban a contemplarse como un conjunto de
carencias: Ojos más grandes, labios carnosos y rojos como la sangre, piel suave
y perfecta, una manchita en el rostro que debía esconder a toda costa, cabellos
oscuros, pechos turgentes y redondeados, pancita que esconder, confianza que
ganar. Todo esto hacia parte de su lista, de la eterna e ineludible inspección
de sí misma que hacía cada mañana frente a la mirada inquisidora de Paco,
siempre tan inmóvil, tan parco, mientras la alentaba a ser lo que siempre
repudió, pues solo lograría conquistarlo si era una de ellas… ¡Sí!, una de esas
muñequitas que parecen sacadas del molde, esas que todos quieren y que caminan
en las nubes mientras las observan…
Ahora
el sentimiento mientras se miraba era diferente, porque cuando repasó su lista
se dio cuenta de que siempre fue lo que él quiso ¡No!, lo que pensó que a él le
gustaría: la muñeca que adornaría su mundo mientras él la llevaba de la mano, a
la que besaría frente a la mirada envidiosa y malintencionada de de las otras muñecas, porque fue ella la
única elegida: hermosa, perfecta, sonriente, pero muñeca hueca y sin vida a fin
de cuentas, como él siempre lo había soñado… Y así, frente a Paco y su atónita
mirada, se pidió a si misma fortaleza y carácter suficientes para contemplar
sin asco su cuerpo y su corazón.
Comenzó
a vestirse despacio, solo quería salir sin su máscara a la calle. Pensaba…
Pensaba callada, sintiéndose un ente con vida, pero con una historia rota y
gastada, hecha de retazos. ¡Qué ingenua! Creyó que estar a su lado era lo único
que valdría la pena, porque cuando lo tuviera cerca se sentiría plena y aquella
metamorfosis, ardua y dolorosa, al fin tendría sentido. A su cabeza arribaron
todas las formas en las que intentó darle alas, pues solo quería verlo feliz,
pero nunca pudo lograrlo, porque no era un ángel, o tal vez porque a él sólo lo
hacían volar ellas. Si, ellas - las mismas que se lo habían arrebatado de los
brazos- le permitían escaparse y ser otra persona; lo llenaban de colores y de
ideas que la muñeca no comprendía y que mucho menos era capaz de brindarle,
pero que compartía en cada viaje. Y entonces, se acordó, estaba en su bolsillo,
y lo buscó desesperada. Sin pensarlo mucho lo puso entero sobre su lengua: Este
sería el último viaje y lo emprendería sola.
Salió
se su casa sin decirle adiós a Paco y mucho menos a su reflejo… ¡Ya que mas
daba! ¡El no estaría afuera para aprobar su fachada! Y empezó a caminar con
calma, pero sin Lucidez, Sosiego o Decisión. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto”
de olvido, de entrega o de amor…
Caminaba
como movida por fuerzas ajenas a sí misma y de pronto, un torrente de emociones
la invadió: de la cajita comenzó a salir el cariño, los abrazos y palabras
dulces de su madre, ahora ausentes y casi nulos. Brotó también la indiferencia
de quienes por tanto tiempo creyó sus amigos; los besos y palabras tiernas de
los primeros amores, el dolor y la rabia contra aquellos que la abusaron, las
pasiones que escondió con ahínco y con temor… Lo que algún día soñó para sí
misma junto a él…
Se
desmoronaba, sentía que no podía más, porque dolía cada suspiro, cada caricia
recordada, cada mirada recibida, cada gesto ignorado. Dolía y no podía
soportarlo, prefería morir a llevar tan horrible carga incrustada en el pecho,
en la conciencia, en la imaginación. De repente, cayó al suelo y sus ojos se
cerraron de forma intempestiva, se nublaron, se cegaron… Ya no sabía quién era y mucho menos que sería
de ella, porque ahora estaba metida en la cajita, absorta en la montaña de
emociones que sin piedad la consumía, buscando una paja entre millones agujas…
¡Buscándose! Pero temiendo enormemente encontrarse, encontrar a la persona que
tanto temió ser… Pero en el fondo quería encontrarla para abrazarse a ella y
llorar sus desgracias, para llorarlo a él…
Corrió,
corrió para encontrarla y de repente supo que aún la llevaba dentro, nunca pudo
salirse, porque también estaba en la cajita, si, en esa maquinita que algún día
intentó amputarse, ¡Allí estuvo siempre! creciendo a cada paso, en cada
respiración…
Corrió,
corrió para estrecharla en sus brazos y decirle cuanto lamentaba haberla
alienado, haberla pero ya era tarde, al igual que él se había ido. Ya no era
ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de
amor?...