miércoles, 24 de abril de 2013


El día 23 de abril se realizó la premiación del concurso de cuento corto en la web UN, concurso creado bajo el lema, " Un idioma es otra ventana para ver el mundo", y fue organizado por el Área de Cultura de Bienestar Universitario, División de Bibliotecas y el Centro de Idiomas, como parte de la celebración del Día del Idioma y la Semana de las Lenguas. 
La celebración se llevó a cabo en la plazoleta del ajedrez y dio inicio con una obra del Colectivo de Teatro Story Telling en inglés y español  y acto seguido se hizo la entrega de certificados y premios a los ganadores.

-En la categoría de cuento en español los ganadores fueron:
1 Puesto: Carlos Guillermo Esquivel Ramírez con el cuento “Alucinante delirio de un dios dormido”
2 Puesto: Oscar Javier Zapata Hincapié con el cuento” Fin del engaño”
3 Puesto: Nicolás Gracia Varela con el cuento “Two faces in the moking glass"

-En la categoría de cuento en inglés los ganadores fueron:
1 Puesto: Carlos Mario zapata con el cuento”the worst situation”
2 Puesto: Camilo Andrés Zapata Jiménez  con el cuento “ The priest and the wizard”

-En la categoría redes sociales el ganador fue:
Carlos Mario Zapata con el cuento “The worst situación”, con un puntaje de 69 votos excelentes, 5 votos buenos, 3 malos y 42 comentarios excelentes.

Debido a la acogida que tuvo el concurso en la Comunidad Universitaria, el comité organizador decidió premiar a otros seis puestos que obtuvieron un puntaje significativo y los ganadores fueron:

Víctor Quintero con el cuento “Aleida”

Rubén Darío Galeano Parra con el cuento “Nómadas”

Sebastián Londoño Valle con el cuento “Aquí hace falta soñar”

José de Jesús Lobo Camargo “Tsunami”

María Clara Rivera con el cuento  “Un pez a la deriva”

Juan Esteban Cano Guevara con el cuento “Sin palabras”

miércoles, 3 de abril de 2013

THE PRIEST AND THE WIZARD.Por:Camilo Andrés Zapata Jiménez


As for the great Wizard of the people living in the third year of that old place tucked between mountains and rivers, was visited by his friend the priest, the priest with whom he had shared great moments, a friend who faithfully attended his presentations, which renewed with great tricks, illusions and hypnosis. This visit had a special purpose, the priest wanted to ask your friend magician to teach him the arts of magic and the occult, I wanted to learn the tricks of the magician offered his audience as he wanted to give excitement to their lives, leaving the routine, being the center of attention with their tricks, the magician invited him, he said he regretted not being able to perform this favor to his dear friend, was not suitable, do not know how pure is your heart, if you really do not let take the world and its pleasures, 'replied the magician.
I ask this as the great friend you are, you know that I have served the community and I've never been tempted to do wrong, all my actions speak for me, has been a lifetime devoted to the work of God.
The magician continued to refuse the request of his friend, until it was decided to do so impertinent that under certain commitments, the first was that under no circumstances would the evil, and would take advantage, the other was that if it reached a great power would use to help as I could, and so the priest accept materialized classes start tomorrow.
The wizard clapped twice, thus calling the employee at his service, woman please prepare two partridges for my friend and me, celebrate my new apprentice, with this order the withdrawal of the room maid to fulfill their orders . Moment later as professors talked and made plans to curate a call came as he spoke he looked very excited, they perceived that they were very good news which he received, at the end of his short telephone conversation with the magician apologized and said something urgent has arisen, I need to apologize, but I find it possible to meet our commitment, the call I got was to let me know that at the request of the parishioners and my great social work have been climbing since the Vatican has appointed me as Bishop, I will have to move to the capital to better fulfill this mandate, to which he replied that the magician seemed disrespectful you are a person with no sense of responsibility, I do not walk by appropriate treatment and especially such as have other commitments, it is best to leave, your presence here is worthless, so the conversation ended and the priest was leaving.
After many years the magician was delighted to see how much progress had been his friend the priest in the church, received the magician good surprise seeing his friend as supreme pontiff, - I think in the end if was a good person, is said the wizard.
The new priest who was in town did not share a taste for magic as its predecessor, the community convinced that the magician was a heretic, I said that magic was against God, the magician was captured and sentenced to death, as last wish request an audience with the Pope, to be his old friend, could intercede for him and save his life.
The meeting was granted, and to meet his old friend just found disdain, said old friend you know I do not practice magic for these purposes, begged his friend to spare his life, which in his hands was The Pope replied that he could, that he was a man of dubious reputation and could not intercede, God demanded so.
The moment he perceived that in no way get his old friend saved his life turned around, just before opening the door to leave the room smiled with an air of disappointment, clapped twice and enter the employee's magician with the two partridges that had been requested minutes before, then the magician looked at the priest in the eye and said: 'the secret not only do no harm, but do everything possible to live better than others-by This is why my friend is that you can not be a magician.

¡ LOS NECESITO MADUROS!.Por: Maribel González Berrio


Estaba en la cocina de su casa, sentado en una silla y su cara reposaba sobre la mesa que estaba enfrente de él. Estaba realmente enfadado, no podía creer que había perdido tanto tiempo en la búsqueda —por cierto inútil— de unos cuantos tomates frescos y maduros.

Se había levantado a las 5:00 de la madrugada. Odiaba madrugar tanto, pero era día de “pico y placa” y para llegar a su oficina debía caminar unas cuadras después de tomar el Metro. Se duchó rápidamente y salió de casa rumbo a la estación. Paso lento; pero constante y, en cuestión de minutos, estaba frente a la taquilla comprando el tiquete. Se bajó del tren cinco estaciones después, junto con un puñado de personas todas uniformadas igual que él, camisa lisa manga larga, pantalón oscuro con el quiebre planchado por el frente  y corbata monocromática a rayas.

Era una mañana ruidosa y el humo que desprendían los carros sofocaba el aire, pero esto poco le interesaba. Debía autorizar la compra de nuevos electrodomésticos para las cafeterías del edificio para el que trabajaba, terminar varios informes —nada divertidos— sobre los gastos del mes pasado y, finalmente, preparar la cena para él y su prometida. Esto último era lo que de verdad le preocupaba. Su novia tenía un paladar refinado y esta vez quería causarle una buena impresión preparando unos tomates gratinados con queso pecorino. Habían acordado que se verían a las 6:00 de la tarde en su casa para comenzar a cocinar; sin embargo, él terminaba de trabajar a la hora del almuerzo y decidió que cocinaría sin su ayuda para tener todo listo para cuando ella llegara.

Al mediodía salió del edificio dispuesto a comprar los ingredientes. 250 gramos de queso, un manojo de perejil, aceite de oliva, pimienta, orégano, unas hojas de albahaca y un calabacín para darle el toque secreto. Encontró todo lo que necesitaba en la primera verdulería en la que entró. Todo menos el ingrediente principal, los tomates. Se molestó un poco, debía caminar seis cuadras para llegar a la próxima tienda y el calor del mediodía era abrasador y asfixiante. Decidido, apuró el paso, el camino se hizo más largo de lo habitual.

Black cherry, bombilla, eros, cherry pera amarillo, tomatillo, blondkopfchen, green sausage, había de todas las variedades de tomates a excepción del applause que necesitaba para su plato. Sólo podía ver unos cuantos, verdes como las praderas más puras de Benaocaz y duros como el concreto después de secar. Hizo una mueca y salió malhumorado del lugar.

A siete cuadras hacia el sur estaba ubicada la siguiente tienda más cercana, pero allí tampoco halló tomates. El episodio se repitió no una, ni dos, sino cinco veces más. Desesperado corría por la calle, daba la impresión de que se encontraba en un exagerado estado de embriaguez. De repente se detuvo, dejó caer la bolsa de la única compra que había realizado hasta el momento y una sonrisa apareció en su rostro. En la tienda al otro lado de la calle había tomates, ¡tomates rojos! tan rojos como las flores del árbol del coral, podía verlos desde ese lado de la calle. Cruzó a toda prisa, entró en la tienda y pidió a uno de los vendedores una libra de los tomates que tenían en la entrada, pero ¡oh! sorpresa, los tomates habían “desaparecido”, una mujer los había comprado segundos antes.

Sintió un enredo enorme en la garganta, le faltó el aire, un nudo de trébol como el de los boy-scouts es lo más parecido a lo que tenía atascado en el cuello. Lo invadieron unas profundas ganas de llorar y, nuevamente, el desespero se apoderó de él. El vendedor y los demás compradores del lugar trataron por todos los medios de tranquilizarlo, pero fue imposible. Él sólo quería tomates rojos frescos y maduros.

Desconsolado, abandonó la tienda y abordó un bus que lo llevaría a casa. Tras unos eternos veinte minutos de viaje, llegó a su destino.

Triste, abatido, enojado y desilusionado pensaba en todo el tiempo perdido, en lo defraudada que estaría su prometida —aún cuando ella no sabía de la sorpresa—. Sonó el timbre, era ella. No se apresuró a abrir. Desalentado como estaba y con los pies pesados caminó lento hasta la puerta. Abrió y todo cambió al ver lo que ella traía en sus manos, ¡una bolsa llena de tomates maduros! Su novia había recorrido casi toda la ciudad en busca de los ingredientes, traía ya consigo todo lo necesario. Lo último que consiguió fueron los tomates que, de no ser por un hombre borracho que corría atravesando calles a diestra y siniestra, no hubiera visto en la tienda a pocos pasos de donde ella estaba, allí los encontró deliciosos y jugosos en la entrada.

Se abrazaron y comenzaron a cortar los tomates.

LA CAJITA.Juliana Marcela Muñoz Gaviria


Sentía los párpados pesados, secos y rígidos. Ya no le quedaba más de aquella extraña solución salina que brota de los ojos cuando se roza la piel más frágil y tersa de las personas; ese rinconcito invisible que dolía intensamente cuando era perturbado y que en la extraña sordidez de los días normales caía en un olvido necesario.
¡Lágrimas! Era el nombre del liquido que había escapado de su cuerpo pocas horas antes como huyendo del caos que ahora formaban su mente y su corazón… Lágrimas con las que quiso expulsar un cumulo inmenso, afilado y monstruoso de sensaciones que poco se parecían a la alegría, al amor, a la magia, y que se encontraban incrustadas en esa cajita, palpitando a su propio ritmo, doliendo a cada paso, en cada respiración…
¡Lágrimas!... ¡De eso ya no le quedaba! Se esfumaron cuando intentó sacarse de adentro la cajita, descubriendo entre decepción y asombro que no salía. Estaría allí para siempre y para su desgracia…
Se levantó con cuidado y con torpeza, con el espíritu pesado y el cuerpo adormecido, y se miró al espejo… Era bonita… ¡Sí!, algún día lo había sido… Antes de que él apareciera... Antes que esta absurda metamorfosis comenzara… Antes de que Paco, siempre transparente  y sincero, empezara a susurrarle al oído frasecitas de amigo, de cómplice, de Celestina, que la llevaban a contemplarse como un conjunto de carencias: Ojos más grandes, labios carnosos y rojos como la sangre, piel suave y perfecta, una manchita en el rostro que debía esconder a toda costa, cabellos oscuros, pechos turgentes y redondeados, pancita que esconder, confianza que ganar. Todo esto hacia parte de su lista, de la eterna e ineludible inspección de sí misma que hacía cada mañana frente a la mirada inquisidora de Paco, siempre tan inmóvil, tan parco, mientras la alentaba a ser lo que siempre repudió, pues solo lograría conquistarlo si era una de ellas… ¡Sí!, una de esas muñequitas que parecen sacadas del molde, esas que todos quieren y que caminan en las nubes mientras las observan…
Ahora el sentimiento mientras se miraba era diferente, porque cuando repasó su lista se dio cuenta de que siempre fue lo que él quiso ¡No!, lo que pensó que a él le gustaría: la muñeca que adornaría su mundo mientras él la llevaba de la mano, a la que besaría frente a la mirada envidiosa y malintencionada de  de las otras muñecas, porque fue ella la única elegida: hermosa, perfecta, sonriente, pero muñeca hueca y sin vida a fin de cuentas, como él siempre lo había soñado… Y así, frente a Paco y su atónita mirada, se pidió a si misma fortaleza y carácter suficientes para contemplar sin asco su cuerpo y su corazón.
Comenzó a vestirse despacio, solo quería salir sin su máscara a la calle. Pensaba… Pensaba callada, sintiéndose un ente con vida, pero con una historia rota y gastada, hecha de retazos. ¡Qué ingenua! Creyó que estar a su lado era lo único que valdría la pena, porque cuando lo tuviera cerca se sentiría plena y aquella metamorfosis, ardua y dolorosa, al fin tendría sentido. A su cabeza arribaron todas las formas en las que intentó darle alas, pues solo quería verlo feliz, pero nunca pudo lograrlo, porque no era un ángel, o tal vez porque a él sólo lo hacían volar ellas. Si, ellas - las mismas que se lo habían arrebatado de los brazos- le permitían escaparse y ser otra persona; lo llenaban de colores y de ideas que la muñeca no comprendía y que mucho menos era capaz de brindarle, pero que compartía en cada viaje. Y entonces, se acordó, estaba en su bolsillo, y lo buscó desesperada. Sin pensarlo mucho lo puso entero sobre su lengua: Este sería el último viaje y lo emprendería sola.
Salió se su casa sin decirle adiós a Paco y mucho menos a su reflejo… ¡Ya que mas daba! ¡El no estaría afuera para aprobar su fachada! Y empezó a caminar con calma, pero sin Lucidez, Sosiego o Decisión. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor…
Caminaba como movida por fuerzas ajenas a sí misma y de pronto, un torrente de emociones la invadió: de la cajita comenzó a salir el cariño, los abrazos y palabras dulces de su madre, ahora ausentes y casi nulos. Brotó también la indiferencia de quienes por tanto tiempo creyó sus amigos; los besos y palabras tiernas de los primeros amores, el dolor y la rabia contra aquellos que la abusaron, las pasiones que escondió con ahínco y con temor… Lo que algún día soñó para sí misma junto a él…
Se desmoronaba, sentía que no podía más, porque dolía cada suspiro, cada caricia recordada, cada mirada recibida, cada gesto ignorado. Dolía y no podía soportarlo, prefería morir a llevar tan horrible carga incrustada en el pecho, en la conciencia, en la imaginación. De repente, cayó al suelo y sus ojos se cerraron de forma intempestiva, se nublaron, se cegaron…  Ya no sabía quién era y mucho menos que sería de ella, porque ahora estaba metida en la cajita, absorta en la montaña de emociones que sin piedad la consumía, buscando una paja entre millones agujas… ¡Buscándose! Pero temiendo enormemente encontrarse, encontrar a la persona que tanto temió ser… Pero en el fondo quería encontrarla para abrazarse a ella y llorar sus desgracias, para llorarlo a él…
Corrió, corrió para encontrarla y de repente supo que aún la llevaba dentro, nunca pudo salirse, porque también estaba en la cajita, si, en esa maquinita que algún día intentó amputarse, ¡Allí estuvo siempre! creciendo a cada paso, en cada respiración…
Corrió, corrió para estrecharla en sus brazos y decirle cuanto lamentaba haberla alienado, haberla pero ya era tarde, al igual que él se había ido. Ya no era ella, era otra de sus creaciones, otro “acto” de olvido, de entrega o de amor?...

LA FRONTERA.Por: Yeison Augusto Quiceno Durán


Un gran sentimiento de miedo se apoderó de mí en aquel momento. La oscuridad como siempre, hacía que mi corazón se agitara rápidamente. Yo me encontraba acompañado. Ella pasaba su mano por mi pecho, acariciaba mis cabellos y de repente se aventó hacia mi cuerpo agresivamente, de una forma que yo consideré algo brusca y erótica.
Era la primera vez que atrapaba un sentimiento tan grande de incertidumbre. La primera vez que perdía el dominio de mi mente y empezaba a jugar con el instinto del que  todo el mundo era testigo de haber presenciado en algún momento de sus vidas. Era una telenovela romántica de la cual sin darme cuenta, resulté ser el protagonista.
Ella sí tenía experiencia, pero yo no. Empezó a jugar con mi cuerpo y me dijo que hiciera exactamente lo mismo con el de ella. Esta vez, la razón se perdió entre las sábanas y el tiempo; pues no hubo tiempo. Para mí no existió una cuarta dimensión de la que habla la ciencia. Éramos nosotros dos arrancándonos los pelos de nuestras pieles en un abrir y cerrar de ojos.
Llegué a tener el atrevimiento de pensar, que si la misma biblia tuviera por escrito reglamentos sobre cómo debería el hombre hacer el amor, habría quebrantado cada uno de esos estatutos con aquel único encuentro en el que me sentí salvaje y poseído por un deseo carnal.
Eventualmente pasó el tiempo, y en el día de mi cumpleaños, decidí experimentar otro tipo de placer, en el que no se es necesario tener por partícipe a dos individuos. A este se le tenía respeto porque deambulaba en silencio por entre los bellos campos verdes de mi tierra.
Era verdad. Ya entendía la razón por la cual quienes se encontraban atrapados en ella, le glorificaban y le hacían ver grande en los momentos depresivos de la vida. Era ésta una sed insaciable difícil de controlar.
Después de un tiempo, mi rendimiento en el trabajo se vio afectado notoriamente. El jefe sabía qué era lo que pasaba con el desorden de mi vida. Me pidió el favor de que tratara de buscar ayuda lo más pronto posible. Me repetía lo mismo todos los días, pero nunca hice caso a aquel llamado; hasta el día en el que, cansado de hacerme ver cuán penetrante era el cambio de mis acciones, éste decidió despedirme.
Un día subí la dosis hasta tal nivel, que pensé haber visitado el paraíso del Poderoso. Pensé que en este, todos los ángeles también eran adictos al mismo placer. Ellos eran igual de locos que yo.
Pensé mal…
Cuando mi conciencia ya no se encontraba alucinando, en mi mano tenía un cuchillo. Mi recámara se encontraba totalmente empapada de sangre. Extrañamente en aquel evento, recuerdo que las paredes parecían tener por propio impulso, un deseo fantasioso de reír que para mí era inexplicable e imposible de describir.
En el suelo había un perro con el estómago completamente abierto y destrozado. En la pared, escrito todo en sangre, estaba la palabra “espectáculo” - No supe qué hacer - Tendido en mi cama hago un recuento sobre lo que significaría para mí la palabra “espectáculo”.
No tardé en llegar a una conclusión. Lo que entendía por espectáculo, era la forma en la que un personaje se hacía ver de un público, con cierto grado de asombro. ¿Era verdad este significado?, ¿qué importancia podría tener esta palabra para mí?
En unos minutos, mi mente se encarga de esquematizar mis pensamientos.
¡BINGO!
Este era otro momento glorioso para mí. Yo fui el autor del espectáculo más grande del mundo. Mi vida misma era un espectáculo.
Pasé de ser un aventurero del amor y del sexo, a un imbécil que difícilmente recapacitaría de aquella sentencia a la cual yo mismo había decidido someterme.
Sí… ya me resignaría.
La gente siempre miraría, y seguramente con el tiempo me llamarían “adolescente enfermo”.  Ese nombre perfectamente encajaba en mi rompecabezas. Encarnaba en mí la descripción perfecta. Era yo un adolescente enfermo atropellado por mis propias locuras infantiles.
Por cierto, ¡qué imprudente de mi parte! Casi se me olvida decirles mi nombre, me llamo Esteban, tengo 17 años, y he sido víctima de una de las cosas más peligrosas para aquel sujeto que decida jugar con ella. Esta cosa acabará contigo. Se llama droga.

AZABACHE. Por: Claudia Marcela Pérez Madrid


A Raquel le gustan los buñuelos, pequeños, naranjados/cafés, simples buñuelos de 200 pesos. La razón es sencilla: comerse uno es para ella tener otra vez 6 años, vestido de tul, zapatos de charol y el peinado totuma de toda su infancia. Sería bueno aclararle que Raquel odia las totumas, ese peinado que la alienó por años, conservando su feminidad únicamente por las pequeñas luces en cada oreja que indicaban a los transeúntes su no tan evidente género. En su casa todos tuvieron totuma de forma indiscriminada, sus dos hermanos e incluso su mamá. Sus fotos familiares parecen anaqueles idénticos del mismo personaje que sin importar la generación, posa con las manitos a la cadera y una bella totuma hecha de cabellos color azabache. Sus amigos le decían Tutuma Rodríguez de los Tutuma de Yarumal y así se quedó. A pesar del recuerdo, los buñuelos no le traen el eco de la Tutuma Rodríguez. Le huelen a tinto y a aguapanela, a domingos por la tarde sentada en las escalitas de la panadería de su papá. A sus hermanos jugando en la calle y su mamá haciendo arepas. Le saben a saltar las escalas de a tres y esconder los payasitos rotos de porcelana detrás de los muebles, como quien no sabe la cosa, para después rogarle al cielo y a la virgen que nadie los encuentre. Le gustan los buñuelos con aromática, porque cuando su papá tenía la panadería era tan pequeña que no le daban cafeína - Por una locura temprana que la acompañó desde siempre-. Así que por lo menos los domingos en la mañana, cuando el clan de los Tutuma de Yarumal se reunían tras el mostrador a tomar café y a probar los primeros buñuelos de la tanda, ella era el único miembro diferente y eso la ponía a gusto, le encanta sentirse única, espero lo sepa.
Pero el punto no es ese, le escribo porque me rogó usted que lo ayudara. Al parecer desea que yo, el hombre que la conoce mejor que nadie, que la ama profundamente, y que ruega cada noche para que ella se canse finalmente de su inconstancia y de la falta de un amor que en realidad la merezca, lo ayude a reconquistarla. Quiere regalarle algo que la conmueva, para que ella comprenda lo mucho que usted, maldito gusano patético, la ama. En su mensaje mencionó también lo mucho que seguramente la he visto sufrir por la ruptura y que se supone, debo entender su condición humana y las debilidades que nuestro género, aún imposibilitado a contener sus impulsos más bajos, conlleva. Y yo, que soy un cobarde, lo estoy ayudando, le estoy diciendo que le gustan los buñuelos, que no le vaya a dar nada remotamente parecido a una tutuma, y que si le quiere endulzar la vida, no requiere más que de una aromática. Escuchela de vez en cuando, a ver si se da cuenta que sólo precisa de regalos simples, odia las flores de tienda -tan bien puestas- como regalo y con una margarita de esas echadas a menos, que se cogen en cualquier calle es suficiente. Le estoy diciendo que la ame, porque no es posible que requiera de usted nada más, sino justo lo que le niega deliberadamente. Le ruego me evite en próximas ocasiones la oportunidad de odiarlo más de lo ya lo odio cada noche. No me pida de nuevo consejo si no quiere que esta situación derive en asesinato y no, no comprendo las debilidades propias un género, vikingo al parecer, al que se supone debo pertenecer...
Juan se detiene exaltado, su rabia nubla sus bellos ojos que no encuentran otra escapatoria que el llanto. Respira profundo y en un abrir y cerrar de ojos que ni el logra entender, selecciona todo el texto que le tomó más de una hora escribir y lo borra, dejando sólo la primera línea. Se levanta lentamente, le duele la espalda. Sus pies descalzos se dirigen a la cocina, necesita un té, pero ya ni siquiera eso queda en su alacena. Sus pasos vuelven de nuevo hasta el escritorio, frente a la pantalla que lo ha atormentado todo el día y en menos de 5 minutos reescribe y envía el mensaje. Las líneas hablan con un tono amable, de pocos altibajos respondiendo con la delicadeza y cordialidad que lo caracterizan. Entre frases de aliento, le sugiere su restaurante favorito- El mismo de Raquel, por supuesto-y le indica que la cuide, le desea suerte acabando con un saludo imparcial. Tres líneas, 54 letras. Se acuesta de inmediato. Tiene un sueño plácido arrullado por lágrimas saladas. Sueña con una totuma color azabache que lo abraza produciendo en él, con su mero contacto una felicidad infinita. Es la hora del té y ambos miran por la ventana de la casa vieja de la Abuela Marta, mientras ella susurra plácidamente la última canción que aprendió en la escuela, él susurra también, pero retrasado, repitiendo las líneas sólo una vez han salido de esa otra boca rosa; sabe bien que no tiene 10 años, y que Raquel nunca conoció a su abuela. Mira de nuevo por la ventana, el aire que entra lo sacude y el sólo sonríe, le sonríe a la tarde de cielos azules, mientras aprieta la manita que por primera vez, le responde de vuelta.

lunes, 1 de abril de 2013

EL PRIMÍPARO. Por: Hugo Alejandro Velásquez Betancur


Las primeras veces que manejó vehículo le gritaron buñuelo, cuando se accidentó le dijeron que fue por bisoño, cuando aprendió a nadar le decían principiante y ahora en la universidad es un primíparo.  
Ese primer día ingresa al campus con la expectativa propia de todo primíparo, lo primero que observa Marcos  son los números de los robustos  bloques de cemento donde reciben clases los alumnos, se da cuenta que están dispuestos en un orden misterioso que no logra comprender.
- ¿Cuál de estos será patrimonio histórico? Se pregunta Marcos.
- ¡Ya se! debe ser la cafetería,  parece de la época colonial y es tan vieja que tal vez vendan chicha-, en época invernal se convierte en una pista de hielo que ofrece la posibilidad gratuita de un resbalón, terror de mujeres en tacones y tennis sin agarre, todavía recuerda su caída el día del examen de admisión donde perdió  además de su orgullo su  pantalón más preciado.
Observa  la hora, un cuarto para las ocho y calcula diez minutos para la avena con buñuelo en la cafetería Central y cinco para llegar al salón de clases, saborea su desayuno y ojea de lado la chica que tiene en la mesa contigua, parece primípara también. 
-Hola ¿eres primípara?  -Dice Marcos.
-No, estoy en segundo semestre, contesta la chica con aire de superioridad.
Marcos comprende inmediatamente que la experiencia así sea de días o meses es vital en la vida de un primíparo, entiende también que primíparo no es siempre un piropo y que es demasiado pronto para abordar chicas en la cafetería, sobre todo si éstas son de las que prefieren no ser molestadas.
Sus minutos han terminado, es hora de iniciar clases, busca en  su mochila recién comprada, repasa con sus manos la coca del almuerzo, la peinilla, los cuadernos hoja por hoja, pero del horario, nada.
-¿Dónde está el maldito horario?- el desespero se apodera de Marcos mientras camina al único lugar donde supone lo pueden ayudar, la biblioteca.
Se acerca a la entrada y pregunta con toda seguridad.
-Amigo buenos días, sabe ¿dónde me toca la clase?
Una mezcla de comprensión  y risa invade a Ernesto el curtido funcionario que custodia el ingreso a la biblioteca y que tiene además funciones de psicólogo, consejero, informador y hasta doctor, acostumbrado a escuchar todo tipo de cosas. Con su experiencia  detecta  primíparos, extraños, profesores, trabajadores, los atiende con la paciencia  que solo brinda la edad y con aire paternal les ofrece sus consejos; con su ayuda se han consolidado muchos noviazgos, uno que otro matrimonio, evitado dos o tres suicidios y curado varios salpullidos en zonas innombrables del cuerpo.
- No hijo, te aconsejo que te acerques a una sala de computadores o vayas a la fotocopiadora  más cercana e imprimas el horario.
Para Marcos el desespero se convierte en angustia y súplica.
-¡Por favor voy muy tarde, dígame donde es la clase!-
-Bueno hijo, por esta vez te voy a ayudar, pero te aconsejo que mantengas tu horario disponible - contesta el curtido funcionario.
-Claro, le agradezco mucho- murmura Marcos.
Llega a su clase veinte minutos tarde e ingresa seguido de la mirada burlona de sus compañeros, dos horas de incesantes recomendaciones del semestre que se le espera, una introducción bastante generosa al mágico mundo de la arquitectura escuchada con atención por marcos que reparte sus miradas entre sus compañeros de clase y su profesor.
-Esto definitivamente es lo mío- piensa Marcos al terminar la clase.
Se dirige a la biblioteca por el texto recomendado por el profesor, ingresa e intenta descifrar cómo conseguirlo, cómo encontrarlo. Se reprocha a sí mismo la inasistencia a los cursos de inducción que ofrece la biblioteca.
 De nuevo sus ojos se posan en Ernesto quien  lo ayudo en la mañana, sus miradas se encuentran,  cada uno sabe del otro de distintas maneras, Marcos se acerca y pregunta en medio de los demás estudiantes que se agolpan para devolver sus libros.
-Amigo me puede dar el libro  croquis número 20-
 Un silencio se apodera del lugar, algunos estudiantes posan su mirada sobre Marcos.  El curtido funcionario le responde.
 -La revista Croquis pertenece a la colección de Reserva, debe ingresar y acercarse a ese sector y buscarla-.
Marcos grita entonces - cuánto vale y si venden la colección completa-
En este momento  queda  claro para  los presentes que Marcos es definitivamente un  primíparo, pero para el curtido funcionario es solo alguien que desconoce, que como todos alguna vez en la vida es principiante, alguien que no sabe aún que estuvo en una clase que no le tocaba, en un salón que no era el suyo, que quiso comprar en una biblioteca un libro que en realidad es una revista y que su madre cariñosamente llama despistado.