jueves, 21 de marzo de 2013

VICTIMAS DE LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO.Por: Andrés Felipe Obando Montoya


VICTIMAS DE LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO
Era un ambiente melancólico y taciturno en el que me hallaba. Había llegado a aquella reunión sólo por un compromiso acordado en un momento de desconcentración. Era una noche de lluvia que hacía que el tiempo se compactara como las gotas que se destilaban por las ventanas y parecía que el hechizo del aburrimiento me había afectado. Yo había renunciado a toda esperanza de conservar mi cordura, y me dedique a mirar periódicamente mi celular; comprobando cada vez la veracidad de la teoría de la relatividad, pues mientras consideraba que  habían transcurrido varias horas mi dispositivo me contradecía mostrándome que para él habían corrido unos cuantos minutos.
De repente se abrió la puerta principal dejando entrar una lluvia agresiva y una morena atractiva. Ella venia acompañada por un amigo, y por sus gestos, intuí que él no era de su agrado y que había sido su última opción de compañía para la reunión. Yo traté de mirarla con disimulo para no incomodar a aquella chica ladrona de miradas, y pensaba que me había vuelto un experto hasta que por un momento sentí que me miró rápida pero fijamente participando en el juego de “mirarte sin mirarte”. Yo por supuesto no era el prototipo de galán, pero parece que mi creativa táctica había encontrado acogida en la chica de piernas largas. Seguimos el intercambio de mis miradas esquivas seguidas por sonrisas, y de sus pestañeos lentos.
Ahora, la percepción del tiempo se había revertido, y mi celular no se cansaba de demostrarme que había invertido mucho tiempo en evitar hablar con aquella imponente chica de labios rojos. Entonces inicié una tetra para librar a mi compañera de juegos de aquel sujeto que no se daba cuenta que sus palabras no eran escuchadas por ella. Tomé dos tragos que me ofreció alguno de los invitados, y en un acto de torpeza derrame uno de ellos en el sujeto en cuestión. Él se alejó más preocupado por la mancha líquida en sus pantalones que el hecho de dejarme con la mujer de cintura ceñida. A ella tampoco le importó que él la dejara. Yo la mire sonriendo tratando de disculparme por mi descuido, y ella me miro entendiendo las verdaderas razones de aquella escena.
De nuevo la percepción del tiempo cambió, está vez a mi favor.  Mientras los minuteros  de los relojes apenas se habían movido, nosotros habíamos contado mil y una historias, le conté unas cuantas de mis bromas más simplonas, y ella se había remojado los labios veinte veces mientras hablaba. Poco a poco la entrevista con la mujer de pómulos encantadores nos había transportado a un ambiente diferente al de la aburrida reunión. Yo le dije que me veía transportado a un café en un invierno parisino y ella me dijo que se veía enfrente del lago de Bracciano compartiendo un té conmigo. Cada vez  nos transportábamos a fantasías que ambos compartíamos.
Los invitados se habían vuelto sombras veloces que no se molestaban en interrumpirnos. Habíamos compartido toda una vida de secretos, cuando alguien nos ofreció otro trago. Ella recordó que no había llegado sola, y que con sólo quince minutos desde la partida de su anterior acompañante, lo más probable es que regresara para encontrarla y aburrirla en una aparente discusión que sostenían hasta que los interrumpí. Yo le advertí que no contaba con un paraguas para una huida rápida, pero que como no conocía a ninguno de los otros invitados no perderíamos tiempo en aburridoras despedidas. Al parecer, esto le causo gracias y produjo que sus ojos se cerraran mientras se reía. Yo entre tanto, noté que el tiempo ahora jugaba en mi contra, y la oportunidad de escapar se estaba agotando, así que la tome de la mano y salimos de aquel lugar.
Cuando salimos del recinto, nos vimos sorprendidos por una lluvia que nos escupía en la cara de forma pícara, y por el hecho que ninguno tenía idea que dirección tomar. Con una voz cansada pero sensual, me ordenó ir a un lugar que no conocía, entonces la seguí mientras ella saltaba esquivando los charcos que pretendían detenernos. Aunque a mí me molestaba sentir la ropa ajustada a mi cuerpo al estar empapado, ella gustaba de danzar tratando de esquivar la trayectoria de las gotas, mientras que las luces de la calle se convertían en reflectores de su obra teatral. Llegamos hasta un puente cuando ella volvió su mirada a mí, se recogió su cabello hacia un lado del rostro y me tomó de la mano. La moneda del tiempo me mostró otra cara; pues para mí el reloj corrió lento aunque en verdad no lo hiciera. Sostuvimos aquella mirada fija que estuvimos evitando cuando empezamos con el juego. De repente empezó a iluminarse. Un millón de explicaciones locas recorrieron mi mente, incluyendo la idea de era un ser extraño de otro planeta que quería volver a su hogar, como el de aquella vieja película Pero todo cobró sentido cuando mire tras de mí: ella brillaba por los faroles de un auto estacionado.
Del vehículo bajo su primer acompañante y con una mirada desafiante le ordenó subirse al cuerpo de metal que lo había traído hasta allí. Ella se disculpó, aunque no entendí por qué ni cómo aquel torpe sujeto había dado con nuestro paradero. Ella perdía su imponencia mientras abordaba el auto, y sus ojos se cubrieron por un velo de vidrio cuando subía la ventana. El tiempo cambió de nuevo de bando, y su partida se me hizo rápida, aunque realmente ellos no excedieron el límite de velocidad. Cuando la lluvia había borrado cualquier rastro de ella entendí el porqué de su disculpa. En el rato que compartimos, sin saber si fue largo o fue corto, nunca pronunciamos nuestros nombres ni intercambiamos números de teléfono, pues para cuando hablamos ya nos sentíamos íntimos gracias a nuestro juego de miradas. Ella se disculpó previendo la sensación que me acogió cuando entendí que la mujer morena de piernas largas, labios rojos y cintura ceñida no volvería jamás. 

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