VICTIMAS
DE LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO
Era un ambiente melancólico y
taciturno en el que me hallaba. Había llegado a aquella reunión sólo por un
compromiso acordado en un momento de desconcentración. Era una noche de lluvia
que hacía que el tiempo se compactara como las gotas que se destilaban por las
ventanas y parecía que el hechizo del aburrimiento me había afectado. Yo había
renunciado a toda esperanza de conservar mi cordura, y me dedique a mirar
periódicamente mi celular; comprobando cada vez la veracidad de la teoría de la
relatividad, pues mientras consideraba que habían transcurrido varias horas mi
dispositivo me contradecía mostrándome que para él habían corrido unos cuantos
minutos.
De repente se abrió la puerta
principal dejando entrar una lluvia agresiva y una morena atractiva. Ella venia
acompañada por un amigo, y por sus gestos, intuí que él no era de su agrado y que
había sido su última opción de compañía para la reunión. Yo traté de mirarla
con disimulo para no incomodar a aquella chica ladrona de miradas, y pensaba
que me había vuelto un experto hasta que por un momento sentí que me miró
rápida pero fijamente participando en el juego de “mirarte sin mirarte”. Yo por
supuesto no era el prototipo de galán, pero parece que mi creativa táctica
había encontrado acogida en la chica de piernas largas. Seguimos el intercambio
de mis miradas esquivas seguidas por sonrisas, y de sus pestañeos lentos.
Ahora, la percepción del tiempo se
había revertido, y mi celular no se cansaba de demostrarme que había invertido
mucho tiempo en evitar hablar con aquella imponente chica de labios rojos.
Entonces inicié una tetra para librar a mi compañera de juegos de aquel sujeto
que no se daba cuenta que sus palabras no eran escuchadas por ella. Tomé dos
tragos que me ofreció alguno de los invitados, y en un acto de torpeza derrame
uno de ellos en el sujeto en cuestión. Él se alejó más preocupado por la mancha
líquida en sus pantalones que el hecho de dejarme con la mujer de cintura
ceñida. A ella tampoco le importó que él la dejara. Yo la mire sonriendo tratando
de disculparme por mi descuido, y ella me miro entendiendo las verdaderas
razones de aquella escena.
De nuevo la percepción del tiempo
cambió, está vez a mi favor. Mientras
los minuteros de los relojes apenas se
habían movido, nosotros habíamos contado mil y una historias, le conté unas
cuantas de mis bromas más simplonas, y ella se había remojado los labios veinte
veces mientras hablaba. Poco a poco la entrevista con la mujer de pómulos
encantadores nos había transportado a un ambiente diferente al de la aburrida
reunión. Yo le dije que me veía transportado a un café en un invierno parisino
y ella me dijo que se veía enfrente del lago de Bracciano compartiendo un té
conmigo. Cada vez nos transportábamos a
fantasías que ambos compartíamos.
Los invitados se habían vuelto sombras
veloces que no se molestaban en interrumpirnos. Habíamos compartido toda una vida
de secretos, cuando alguien nos ofreció otro trago. Ella recordó que no había
llegado sola, y que con sólo quince minutos desde la partida de su anterior
acompañante, lo más probable es que regresara para encontrarla y aburrirla en
una aparente discusión que sostenían hasta que los interrumpí. Yo le advertí
que no contaba con un paraguas para una huida rápida, pero que como no conocía
a ninguno de los otros invitados no perderíamos tiempo en aburridoras
despedidas. Al parecer, esto le causo gracias y produjo que sus ojos se
cerraran mientras se reía. Yo entre tanto, noté que el tiempo ahora jugaba en
mi contra, y la oportunidad de escapar se estaba agotando, así que la tome de
la mano y salimos de aquel lugar.
Cuando salimos del recinto, nos vimos
sorprendidos por una lluvia que nos escupía en la cara de forma pícara, y por
el hecho que ninguno tenía idea que dirección tomar. Con una voz cansada pero
sensual, me ordenó ir a un lugar que no conocía, entonces la seguí mientras
ella saltaba esquivando los charcos que pretendían detenernos. Aunque a mí me
molestaba sentir la ropa ajustada a mi cuerpo al estar empapado, ella gustaba
de danzar tratando de esquivar la trayectoria de las gotas, mientras que las
luces de la calle se convertían en reflectores de su obra teatral. Llegamos
hasta un puente cuando ella volvió su mirada a mí, se recogió su cabello hacia
un lado del rostro y me tomó de la mano. La moneda del tiempo me mostró otra
cara; pues para mí el reloj corrió lento aunque en verdad no lo hiciera. Sostuvimos
aquella mirada fija que estuvimos evitando cuando empezamos con el juego. De
repente empezó a iluminarse. Un millón de explicaciones locas recorrieron mi
mente, incluyendo la idea de era un ser extraño de otro planeta que quería
volver a su hogar, como el de aquella vieja película Pero todo cobró sentido
cuando mire tras de mí: ella brillaba por los faroles de un auto estacionado.
Del vehículo bajo su primer
acompañante y con una mirada desafiante le ordenó subirse al cuerpo de metal
que lo había traído hasta allí. Ella se disculpó, aunque no entendí por qué ni
cómo aquel torpe sujeto había dado con nuestro paradero. Ella perdía su
imponencia mientras abordaba el auto, y sus ojos se cubrieron por un velo de
vidrio cuando subía la ventana. El tiempo cambió de nuevo de bando, y su
partida se me hizo rápida, aunque realmente ellos no excedieron el límite de
velocidad. Cuando la lluvia había borrado cualquier rastro de ella entendí el
porqué de su disculpa. En el rato que compartimos, sin saber si fue largo o fue
corto, nunca pronunciamos nuestros nombres ni intercambiamos números de
teléfono, pues para cuando hablamos ya nos sentíamos íntimos gracias a nuestro
juego de miradas. Ella se disculpó previendo la sensación que me acogió cuando
entendí que la mujer morena de piernas largas, labios rojos y cintura ceñida no
volvería jamás.
Excelente cuento!
ResponderEliminarSuper me encanto!!!
ResponderEliminarFascinante!
ResponderEliminarUn cuento genial !!!!!
ResponderEliminarMuy interesante
ResponderEliminarOhh, creativo.....el final era un poco esperado
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