En
diciembre del año 2010, con gran animo aventurero nos encontrábamos Nuberus y
yo recorriendo algunos sitios poco turísticos del sur de Antioquia; en ese
recorrer llegamos a la vereda La ferrería (Amagá), una vereda algo recóndita, con
vías de acceso rústicas algo difíciles de transitar; allí conocimos el único
atractivo aparente del lugar, la reconstrucción de la estructura principal del
que alguna vez fuera el segundo centro de producción de hierro en Colombia, “la
Ferrería”, la primera siderúrgica de Antioquia entre 1864 y 1931, un edificio
viejo que ahora solo servía como referente cultural para una vereda abandonada
por la historia.
Concluido
el principal objetivo de la visita y siguiendo una recomendación local nos
adentramos en un sitio oculto entre el paisaje donde se ubicaba la salida de
una mina de carbón; el reloj macaba cerca de las 5:00 pm y observamos la
silueta de un minero que abandonaba el interior del túnel dándole culminación a
su jornada de trabajo, en aquél momento, un minino de esos que dicen puede
generar mala suerte por su color negro profundo se acerca a la entrada de la
mina y se ubica justo encima de la plataforma de salida, yo lo observo con algo
de temor, absorto por el enigma singular que planteaba la situación; el minero
se asoma al exterior y saluda a los dos extraños que con algo de impacto se
encontraban observando y tomando fotografías de una situación que para él era
habitual.
El
minero lava su rostro oscurecido y quita algo del polvo negro que cubría una
buena parte de su cuerpo, luego se acerca a la plataforma de salida para
esperar a los compañeros de labor que se disponían a abandonar el túnel con el
último cargamento del día; en ese momento ve aquella mancha negra que se
encontraba por encima de él observándolo fijamente; él se acerca al animal
mientras yo con algo de curiosidad inquieto y algo nervioso por lo que podría
pasar preparo la cámara; en mi mente el tiempo se congela mientras él extiende
su mano hacia al animal; pienso en la cantidad de padres, de hermanos, de
hijos, de esposos que día a día arriesgan su vida en el interior de una mina en
condiciones decadentes de seguridad por un salario exiguo, pienso en el
cementerio del pueblo, el cual alcanza un tamaño que de lo enorme y desbordante
de tumbas se torna incomprensible para una población de apenas 30.000
habitantes, pienso en la tragedia que 6 meses atrás había apagado la vida de 73
mineros en la mina San Fernando del mismo municipio, pienso muchas cosas
mientras preparo la cámara para tomar la foto; el minero cuyo rostro ahora era
claro y dibujaba la juventud de unos 22 o 23 años toca al animal y con gran
afecto saluda al gato que con evidenciable placer recibe las caricias de unas
manos duras y cansadas que luego del trabajo duro de un día sin luz, están
dispuestas a brindar afecto a un minino oscuro de aquellos, que algunos dicen
puede traer mala suerte.
|
|
Fotografías
y texto: Henry Meneses Atehortúa
No hay comentarios:
Publicar un comentario