jueves, 21 de marzo de 2013

DE LAS DEDUCCIONES SENTIMENTALES.Por: John Edison Mazo Lopera


Recuerdo que una mañana de jueves, después de trasnochar, estaba intentando arrancarme de la cama, realmente intentaba desprenderme de ella porque mi carne parecía que se había unido y confundido con las sábanas. Esta experiencia cotidiana es una batalla que sufrimos los proletarios de la vigila, los que sentimos que no podemos reclamar el plus de sueño que merecen nuestras vidas de fatiga.  En todo caso, me desperté cuando el reloj se escandalizó por sí mismo a eso de las 7: oo a.m. Sólo las mujeres son comparables a los relojes por su tendencia particular a formar escándalos cuando uno menos se lo espera y sin motivos contundentes.  
Aquella mañana de jueves me desperté indiferente ante la vida, me pareció que los días eran iguales y lo único que los diferenciaba era el estado de ánimo que los acompaña. Así, el lunes se distingue del martes por el aburrimiento; el martes del miércoles por el afán; el miércoles del jueves porque me molesta sacar la basura; el jueves del viernes porque estoy arrojado a la ventura; el viernes del sábado se diferencia porque el ambiente es de festejo; el sábado del domingo es soportable porque al siguiente día no se debe madrugar y, el domingo, todos lo sabemos, es el día donde el tedio alcanza proporciones descomunales e inhumanas.  Creo que el domingo es el día más peligroso de la semana o quizá el mejor día para suicidarse con razón de causa.  Por mi parte, indiferente por estar arrojado a la ventura, tomé mi celular y leí un mensaje que decía: “¡Feliz cumpleaños (…) hoy estaré en la biblioteca!“ Al haberlo leído, no me causò el más mínimo cosquilleo de alegría, yo sabía que fulanita del tal, a pesar de ser mi novia, ya había empezado a sufrir de monotonía en nuestra relación, yo sólo estaba esperando el día cuando los signos del final que se anuncian con las palabras:” ¡Tenemos que hablar!”.  Así que, me arranqué de la cama y me despellejé la espalda, me dirigí al baño y me masturbé parar relajarme un poco, al terminar el ritual del aseo físico y espiritual, me dispuse con ropa sencilla para asistir a clase, ni siquiera probé bocado porque me sentía totalmente agobiado.
Nunca pensé que una relación amorosa fuera tan perjudicial. Al menos para el cáncer existe la quimioterapia, sin embargo, para una decadente relación amorosa sólo existe la tensión, la decepción y la angustia. Los síntomas de un amor putrefacto son la falta de sueño, la ausencia de interés, la joroba de la culpa y la ceguera del error. Todo lo que puede conservarse, usualmente se resguarda en un ambiente de congelación y, yo sabía que el glaciar de mi alma podía soportar un poco más de tiempo aquel amor arruinado por la corrupción natural de los afectos. Por ello, como si nada, asistí a clase de Historia. No digo que en estas clases se aprenda poco, pero, es difícil deducir cuál sea la enseñanza o el propósito de su conocimiento, quizá las clases de Historia sean un modo de agregar al alumno, menos que entendimiento, más argumentos que comprueben su ignorancia.  
Ahora, durante la clase no dejé de pensarla, era una suerte de mala fortuna tener que trasnochar pensando en ella y, durante el día, rumiar lo pensado para asegurarme de que la relación definitivamente no tiene quién la salve. Para mi alivio, finalizando la clase, se me acercaron un par de amigos que comparten preguntas y trastornos académicos similares a los míos. En medio de la conversación sobre asuntos historiográficos, se puede experimentar el orgullo de saber una o dos cosas bien sabidas y, parlotear  sobre otras tres o cuatro que se ignora profundamente. En todo caso, es un gran alivio el conocimiento, porque nos despeja de la vida real, nos aleja de lo cotidiano y en un brinco de entusiasmo nos impulsa sobre idealismos demasiado humanos. Recuerdo que dialogamos sobre muchas cosas, lo último concernía a la paz de Colombia, ¡no sé por qué razón caímos tan bajo!, sin embargo, yo simplemente afirmé que, la paz, en lugar de ser un ideal social es un estado mental, la paz sólo existe como un discurso adecuado para las religiones, no obstante, para el hombre de  política, hablar de la paz sólo es un artificio retórico para agradar a la sociedad ávida de tranquilidad ante la inseguridad del conflicto armado. A pesar de todo, mientras discutíamos, como por instinto, recordé que todo lo interesante en algún momento se transforma en bagatela y, efectivamente, en pocos minutos nos cansamos de nosotros mismos y cada uno por separado tomó su rumbo.
Es común que frecuente la biblioteca después de clase. Pero, aquel día me esperaba allí fulanita de tal. Indiferente como siempre, su saludo fue rutinario, su falta de interés se notaba a la distancia, no miento, cuando digo que, sus palabras cortaban el aire y herían mi pecho con la hipocresía característica de una mujer que, sin saber cómo terminar la relación, tan sólo da señales de su inconformismo, para que el hombre deduzca por sí mismo que todo ha terminado. Cuando le hablaba, sus ojos se desviaban hacia otro lugar, lo hacía a propósito lo sé, porque de ese modo evitaba comprometerse con el desenlace de nuestra historia sentimental. Realmente, nada es tan difícil como forzar a las palabras para expresar algo cuando no se tiene nada qué decir. Sin embargo, tomé fuerza de mis debilidades y le propuse inmediatamente que la relación debía terminar. Esas fueron las únicas palabras que tenían sentido en aquel escenario de profunda incomodidad, pero, no fue una determinación voluntaria, más bien lo veo como la ineludible llegada al punto crucial, donde las señales de su inconformismo, indicaron el camino hacia la meta que solitariamente debía descubrir. Lo sorprendente del asunto fue que, sin más aceptó mi propuesta, corrió un poco la mesa, se levantó de la silla, se despidió modestamente y se perdió entre los estantes de los libros. ¡Nunca más la he visto! Se perdió entre los libros, supongo que ella vivirá mejor cuando otros chicos le propongan mejores cuentos, mejores aventuras, mayores placeres, en todo caso, me pareció que se perdió entre los libros y, no sé si este capítulo de mi vida deba tener algún título o por lo menos, alguna moraleja, pues, al final y al cabo, de los cuentos de animales alguna enseñanza útil aprendemos. No estoy seguro, pero, si algo he aprendido de la experiencia es que ninguna experiencia de la vida basta para aprender lo diferente o lo mismo. He girado entre círculos una y otra vez, me ha parecido que avanzo hacia alguna meta, pero todo es una ilusión de la cabeza, pues giro sin cesar en la espiral de la vida, donde la prudencia es un giro lento de aburrimiento y, donde el riesgo, es la aventura de girar más rápido en esta rueda del afán.
¡Recuerdo con aprecio este jueves! En él recibí como galardón el premio de la indiferencia y la sobria capacidad de leer señales femeninas para deducir de ellas la meta de sus inclinaciones. Ahora me encanta leer, no sólo libros y revistas, sino también y con mayor placer, los signos de la inseguridad femenina, los símbolos de su inconformismo, los síntomas de su indecisión y el misterioso gusto que les inclina a esperar que alguien les evite tomar sus propias decisiones. Aunque el amor es indecible, al parecer, poco a poco se pueden deducir algunas conclusiones sentimentales a partir de unos pocos indicios femeninos. No es determinismo, simplemente es la astucia dolorosa que aprendemos los hombres cuando las mujeres nos enseñan y  nos clavan sus hermosas uñas.

1 comentario:

  1. Buena narración. Efectivamente, aquellas mujeres que como fieras adormecidas
    encantan nuestros pensamientos, y como gacelas despiertas nos hacen soñar de ansias,son las que nos dejan perplejos al sabernos vivos: porque nos matan; con uno solo de sus maullidos -si éste es sucedido por un mordisco o arañazo- o uno de sus divinos saltos, pues en su grácil movimiento, nos perdemos en la belleza que no podemos poseer, y que no les pertenece ni a ellas mismas.

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