Dedicado a: Pedro Arturo Estrada,
mi vate amigo.
Ayer
Orestes caminaba tranquilo hacia su puesto de trabajo, llegaría temprano al
turno que debía empezar a las 6:00 p.m., pero ya era cultura institucional, no
formal, llegar desde las 5:30 p.m. para recibir el puesto con calma y
serenidad, aun así, Orestes veía que llegaría a las 5:15 p.m. pero no se
preocupaba para nada. Para muchas personas resulta preocupante que la opinión
de sus colegas de trabajo se oriente a señalarlos como “gente que trabaja
mucho”, pues los incurriría en el riesgo de la exclusión de ciertos círculos
sociales informales que nacen en medio de la formalidad laboral, y que, como
resalto yo, son de gran importancia para ellos. Fulgrido es un hombre
diferente, las canas hablan de su experiencia de vida y le merecen el respeto
de sus colegas, cuando vio venir a Orestes tan temprano se emocionó al sentir
la posibilidad de salir 10, o tal vez 15, minutos más temprano, crucial para
él, pues de estos escasos minutos podía depender la congestión impertinente que
se forma en su medio de transporte público habitual y en el inoportuno
embotellamiento del tráfico, a tal punto, que esos escasos minutos pueden hacer
de su viaje a casa una cuestión de 35 minutos o de 1 hora y 15 minutos, como
generalmente le pasa. Fulgrido no pudo ocultar la emoción que sintió y saludo a
Orestes con un fuerte estrechón de mano y una marcada sonrisa, fue tan evidente
que el mismo Orestes entendió su llegada tan temprano como el motivo de aquella
conducta. El trabajo en vigilancia es uno de los más trascendentales y menos
apreciados que se desarrollan en las organizaciones, para quienes lo ejecutan
es una fuente de continuas e interesantes aventuras, Orestes no creyó nunca que
este día, que para él había empezado tan bien (despachando contento al viejo
Fulgrido, cuya opinión es tan valorada entre los colegas) traería oculta una
profunda enseñanza.
Serían
las 10:15 p.m. cuando Orestes sintió el primer golpe de sueño. Ese micro-sueño
que nos indica que debemos cambiar de posición o hacer alguna actividad que
implique movimiento o atención, de tal manera que aquello, que en condiciones
normales debiera transformarse en un placentero descanso, desaparezca sin dejar
rastro. Orestes se levantó rápidamente de su silla, tomó el radio con la mano
buscando sintonizar una emisora más movida, y al levantar de nuevo la mirada…
la vio allí. En palabras del mismo Orestes, fue una “visión beatífica”, no supo
de dónde apareció, ni cuánto tiempo llevaría allí, parada frente a la ventana,
cargando a la pequeña criatura en sus brazos. – ¡Qué necesita! –, fueron las
palabras que, en medio de su asombro, Orestes escogió para iniciar la
conversación. Orestes asegura que era la mujer más hermosa que jamás había
visto y que la bebe era evidentemente suya por compartir su belleza, cuenta
como, con voz suave y melodiosa, le contó la tragedia que estaba viviendo y
supo solicitar de su colaboración; el asunto fue algo así: La joven era
empleada de servicio en una residencia del conjunto Miramar, el que queda dos
manzanas arriba, al fondo de la cuadra; la novia del patrón hervía en ira por
su presencia en la casa, desconociendo que, aunque el patrón acosaba
descaradamente a la joven, ella nunca se habría involucrado, ni lo haría, con
este patrón, ni con ningún otro… porque ella, aunque pobre, fue formada en los
valores cristianos. Finalizando la tarde llegó la novia con gadejo y se la
montó al patrón, según cuenta Orestes que dijo la chica, y en medio de la
discusión quedo involucrada la pobre joven, la novia acusó al patrón de perro
infiel, él acuso a la joven de seductora vil, la joven se defendió describiendo
el acoso al que se veía sometida después de la partida de la novia cada noche,
y el patrón la echó por mentirosa, – ¡Se larga ahora mismo! –, fue la frase que
empleó, según Orestes. Fue inevitable el llanto en medio de la historia,
Orestes salió de la cabina de la portería llevándole a la joven un vaso con té
helado que Fulgrido había dejado en la nevera, al ver como aquel vestido
liviano marcaba las formas de su cuerpo, Orestes comprendió el acoso y los
celos que marcaban la historia de aquella mujer, sintió lastima y deseo al
mismo tiempo. De la pequeña maleta que tenía a sus pies, la joven sacó un
anillo y Orestes continúa la historia diciendo que afirmó: – Vea, yo sabía
dónde estaba la joya, porque como yo hacía el aseo… no es un diamante, es un
zircón, pero el anillo si es de oro, era para la novia, el patrón se va a
casar, este anillo no cuesta menos de seiscientos mil, en cualquier prendería
le darían no menos de trescientos mil por él. Yo no vine a pedirle limosna, yo sé
que usted es nuevo, el viejito es el que me vende la gaseosa cuando el patrón
manda, deme lo que sea por el anillo que lo único que yo quiero es irme para mi
pueblo, a las 11:00p.m. sale el último bus, necesito coger un taxi hasta la
terminal y lo alcanzo, no tengo un peso, ni tengo donde pasar la noche, mire a
la bebe…–.
Orestes
no tenía un peso, compartía la preocupación de aquella joven, no vio problema
en tomar prestados cincuenta mil pesos del dinero que debían manejar por vender
artículos varios en la portería, sabía que era un buen negocio pues la mujer
debía quedar satisfecha pues le alcanzaba para el taxi, el pasaje y algo de
comer en el viaje para ella y su bebe, y a él, yéndole mal, podría pagar el
prestado y le quedarían doscientos mil pesos. Cuenta Orestes que despacho a la
chica con un abrazo que le dejo gran emoción, un casi beso y un teléfono para
cuando estuviera por esos lares pagarle los favores, la vio irse y no volvió a
ser golpeado por el sueño esa noche, aun así estuvo distraído porque no dejaba
de recordar la joven tan hermosa y de hacer planes con sus nuevos ingresos,
estaba seguro que podría volársele a su esposa el fin de semana de descanso
para visitar aquella chica en aquel pueblo.
A
las 5:30 a.m. llegó Fulgrido, traía el buen semblante de hombre que llegó
temprano a casa y pudo descansar como es merecido, Orestes lo recibió con el
relato y Fulgrido cambió la cara, se limitó a decirle: – No pierda el tiempo
yendo a prenderías, mejor descanse, y ni se le ocurra aparecerse por a acá, en
la noche, sin la plata. Son las 5:00 p.m. acabo de despedirme de Orestes, vino
temprano, dijo que no había descansado bien, me contó todo y me contó cómo se
burlaron de él en las dos prenderías a las que fue con el anillo, ya le preste
los cincuenta mil pesos, se fue porque ya va a llegar un poco tarde, tienen la
costumbre de llegar a las 5:30 p.m. Me dijo que en quincena me pagaba, y que el
fin de semana de descanso lo pasará en casa con su amada esposa, quien está
portando un anillo de visión beatífica.
FIN.
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