Hace un año que no veo la luz. Todo se volvió
sombras y a veces olvido los colores. Sólo la veo a ella. La recuerdo ya en un
paisaje borroso, pero sé que sigue siendo bella. No ha sido un año fácil, a
veces creo que cometí un error, pero recapacito y creo que la causa valió la
pena.
-Abrí
la puerta que te traigo la comida.
-No
me jodás, ¡no quiero comer de tu masa!
-Ahí
te la dejo en la puerta grandísimo marica. “loco”…
No es lo mismo sin mamá Juana, ella me entendía.
Sabía que lo había hecho por amor. Me ayudaba, me lo hacía más fácil. Desde
hace un año no salgo de éste cuarto, pero ella siempre me acompañó. Me visitaba
y traía la comida que me gusta, pasta es su punto. Pero ya no está.
Llega la noche, lo sé. El bullicio de los carros
disminuye y se oye el misterioso cantar del búho que a veces visita el árbol
fuera de mi ventana.
-¡La
mataste Güevón! Tu locura la enfermó y la mató. Te debiste matar desde un
principio. Si la amabas como dices para hacer lo que hiciste te hubieras matado
de una vez. A favor nos hubieras hecho a todos. Te debería internar de una
maldita vez. Ojalá te mueras rápido.
Mamá Juana nunca dejó que me llevaran lejos de la
casa, no me dejó internar, a ella se la llevó el cáncer, yo no la pude ver.
Hernán mi medio hermano me cuida desde entonces, no cumple su amenaza de
internarme porque así se lo prometió, a veces amenaza con matarme. Sufrió la
Muerte de Mamá Juana, quién si era su madre, aunque a mí me tuvo como hijo
desde que mataron al viejo. Desde el día de su muerte Hernán se emborracha,
destroza la casa e intenta entrar a patadas a mi alcoba, sin embargo, al otro
día se levanta cayado como si nada, y deja en la puerta de mi alcoba un pan
viejo y un chocolate frío.
Insisto en que lo hice por amor, pero Hernán de eso
no sabe. Lo más cercano que tiene al amor, es un romance que mantiene que su
mano derecha.
Quizá sí preocupé a Mamá Juana, de verdad la
angustié, pero no la maté, contra el cáncer no hubiera hecho nada.
Recuerdo que tomé la decisión cuando la vi, a ella,
a Juliana, mi primer y único amor, alejarse de mí.
Dijo que era un obsesivo e insano, que no la siguiera,
sus palabras no me importaron. Nunca pude enamorarla, la veía pasar desde la
ventana de mi alcoba con su uniforme de colegiala y siempre con el cabello
suelto, sentía desde allí su dulce aroma. Tomaba el bus al colegio frente a mi
casa.
-Se cayó Hernán, bebió demasiado. Es la segunda vez
que rueda por las escaleras. No las recuerdo pero sé que existen-.
Aunque no la enamoré ella siempre fue mía, en
secreto la idolatraba y hubiera matado por ella, aunque creo que hice fue
suficiente. Fue mía por dos años, aunque no lo supiera. Pero un día decidió
engañarme. La vi tomar el bus mientras cogía de la mano a otro hombre –un amigo
pensé-.
Días después en parque Bolívar, los vi besándose
mientras compartían un helado. Me arme de valor –como quien defiende su
propiedad- y decidí reclamarle, aunque la verdad ahora no se qué. La única
respuesta que obtuve fue un golpe en la cara de Alejo el galán del colegio con
quien salía.
Tres meses más soporte verlos juntos, mientas mi
alma desgarrada intentaba salir de mi cuerpo para dejarlo morir. Fue hace un
año exactamente cuando decidí no tener que ver eso nunca más.
Tomé lo primero que encontré -el sacacorchos de
cocina-, salí y esperé la tarde. Era
jueves, siempre llegaba sola del colegio los jueves, era una tarde opaca y
lluviosa, la recuerdo bien. También recuerdo lo hermosa que estaba ella, fue el último día que la vi. La aborde
al bajar del bus y la obligue a acompañarme al lote baldío de los Mejía, allí
le hice saber hermosa que estaba, lo hermosa que era, pero que no estaba
dispuesto a soportar verla con otro. Le hice saber que lo que estaba por hacer
lo hacía por amor. Tomé el sacacorchos y lo envié con fuerza a mis ojos,
primero el derecho, luego el izquierdo. Ella corrió y yo quedé ahí sólo. Desde
entonces todo es obscuro.
Salí tres días después del hospital, no volví al
colegio y no volví a saber de Juliana. Luego supe que se había ido del barrio,
lo mejor fue no tener que verla partir. Un mes después se supo que Juana estaba
enferma.
Aún conservo el sacacorchos, y hoy he decidido, como
aquel día, que no tengo por qué soportar los gritos de Hernán. No lo volveré a
oír. Aunque creo que extrañare a los búhos.
Me parece bueno, pero tienes que tener cuidado con la forma en la que quieras describir cada suceso. En un solo momento eso hace que el lector se crea el momento o lo tome como algo poco serio.
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