Después del temblor, escuché las
sirenas de todas mis pesadillas. Subí a la parte más alta del edificio, en cada
escalón venían imágenes a mi mente, la sangre, susurros y miradas ambiguas.
Las olas habían inundado la playa y el
viento no dejaba de soplar. Junto a mi estaban mis vecinos, algunos lloraban,
otros lanzaban sus teléfonos y yo aparentaba estar tranquilo, inconscientemente
debido a mi costumbre de guardarme las emociones. Pero sabía que lo que veía
acercarse no era tan terrible como lo que se asomaba en mi pensamiento.
El agua había entrado en los primeros
pisos del edificio. Siempre supe que algún día me iba a descontrolar pero
matarla, eso fue demasiado. No me explico cómo ha pasado tanto tiempo desde el
juicio, y aún sigo sufriendo por mi mentira como si hubiese sido ayer. No
quería ir a la cárcel, se me dieron las condiciones, dije algunas mentiras, y
se solucionó. Siempre supe que la justicia no era infalible, que solo bastaba
un impulso para montar una situación paralela.
La catástrofe estaba en su apogeo. No
había notado cuan bello era todo a mi alrededor. El sol se ponía mientras
pintaba el mar y con esto el destino me daba la ocasión deseada, no podía morir
de manera más sublime.
Valió la pena, la vista hacia la
estrella, la adrenalina, y más aún la sensación de hacer justicia.
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