jueves, 21 de marzo de 2013

TWO FACES AND THE MOCKING GLASS. Por: Nicolás Gracia Varela


Supongo que soy cada vez más como él. Puedo verlo en mis ojos, en mis cambiantes pupilas llenas de cólera, que con las lunas se muestran más parecidas a las de aquél a quien tanto desprecio.
Quizás sea ese uno de mis mayores miedos. Eso y las páginas en blanco.
De miedo ando lleno estos días. Días tan pálidos y olvidables que me obligan a buscar refugio en un par de viejos, tergiversados y magnificados recuerdos.
Miedo al llanto y a la sonrisa, miedo a la burla, al fracaso, al amor, a la gloria, miedo a respirar. Miedo que se lleva la paz y consigo poco a poco todo lo que creía ser. Miedo que se traduce en nervios y en erráticas conversaciones con aquél que me persigue día tras día.
Siempre expectante, busco libertad. ¿Pero cómo ser libre sin la muerte? ¿Dónde la libertad en mi prisión de carne, de impulsos, de deseos?
No soy más que un esclavo de la vida, de sus reglas, de las mujeres, que prometen misticismo con sus ojos y magia con sus labios, pero son personajes, ficción. Están hechas de la misma carne que yo; el vacío es igual. No todas lo saben.
Soy esclavo de mi arrogancia y del arte que enaltece mi soledad, mi tristeza, mi violencia y las mentiras del amor.
Vivo añorando valentía para cortar las cadenas. Vivo contigo, ser repugnante, horrendo, demonio. Contigo que sobre mis hombros reposas y en el espejo me muestras tu sonrisa llena de perfidia. Contigo que nunca dice palabra alguna y con atención escucha cada uno de mis pensamientos.
Pero pronto todo se detendrá y tras un hermoso instante ni tú ni yo existiremos más, no habrá más preguntas, no habrá más miedo. Mis ojos estarán llenos de muerte. Morirán con el odio con que hoy te hablo, sin que puedan convertirse en los de aquél que me castigó con la vida; con esta gran mentira, con el rojo de la sangre que corre por mis venas, que hoy muta con el negro del veneno, el veneno de la muerte y la libertad. Libertad última.
Quisiera hablarle y que entendiese. Que abriese por vez primera sus infantiles ojos y me viese por lo que soy, que entienda el cariño en mi sonrisa, que no nos quite la vida.
Todo es en vano. Maldigo mi forma y su ira, su estupidez. Maldigo todo lo que lo hace verme como un demonio. Quiero, siempre he querido lo mejor para él. Desde siempre. Siempre amé su música y odié su tristeza y frustración. Su maldita poesía. Eso es, eso fue lo que nos trajo hasta aquí. La verdad fue demasiado, duele demasiado el mundo.
Pero sigue estando ciego, piensa demasiado; es joven y patético. Quisiera hacerlo ver su insignificancia en el universo, quizás así comprenda que no está tan mal vivir, que en las preguntas está el infierno y que el mundo no necesita de ellas.
Pero es demasiado tarde. Demasiado tarde para él y su raza fundada en la renuncia y la cobardía. “No futuro” tatuado en su sangre.
Odio verlos morir, más cuando cuentan tan pocos días sobre su nuca. Cree que así dejaré de existir, que será libertado del influjo perverso de su padre. Cree que es libre y se equivoca. Y aunque es triste la imagen de su rostro descompuesto; la mandíbula desencajada, los ojos fuera de sus órbitas; es más triste aún que tenga que volver a empezar.

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