Hoy cumplo el octavo mes de mi condena. Me han dado el
trabajo de recolectar los datos de los presos a la hora de “sol”, como solemos
llamar al tiempo que nos dan para estar al aire libre; aunque esto sea bajo un Helios
enfurecido que causa delirios hasta a los mas cuerdos, por suerte esta labor me
daba ciertas ventajas. La más importante, tal vez es un quiosco con sombra que
me protege de esta abrumadora situación, que azota a estas tierras bajas, tan
bajas que se acercan al inframundo, el cual cruje y nos conduce a la locura.
Todos los que enfrentábamos este pedazo de mundo (en la zona
del fogón antioqueño), apresados aquí después del golpe de estado del 8 de
diciembre que desencadeno la dictadura del autoproclamado comandante supremo de
la unión nacional. Desde entonces se les ha perseguido a todos los que le ha
difamado, contradicho o levantado frente a este.
Mi compañero de labor; un joven bastante peculiar, no solo
por su optimismo sino por tener aun un entrañable amor por su tierra que tan
mal le había pagado después de tanta lucha. Poseía un amor por la música de
antaño colombiana esa que te va transportando por todo el desangrado territorio
que llamábamos patria. Siempre me decía “de ahí es que saca su encanto”, yo me
limitaba a sonreír y de algún modo me contagiaba de su esperanza, cosa que no
pasaba de ser un espectro que no duraría más de un par de horas.
Estar encarcelado te da mucho tiempo para pensar y buscar
refugio en tu imaginación, empiezo a imaginar bosques encantados con un clima
mucho mas ameno, pienso en los árboles y el musgo de Santa Elena, de lo
propicio de este lugar para lo sobrenatural, para la paz, la libertad, el amor,
todas las cosas se nos quedan en el discurso. Ella yacía tumbada a mi lado
viendo como el sol se filtraba entre las copas de los árboles y nos calmaba las
heladas extremidades, ella se acercó, me beso puso sus labios muy cerca de mis
oídos y…
-Señor me permite su identificación.
Escuche decir a mi compañero. Así salí de mi trance y empecé
a llenar todas estas formalidades que eran exigidas en el recinto, pero realmente
de poco o nada servían simplemente tenían el fin de poner a trabajar a estos
hombres que le “debían a su patria.” Acabando de anotar volví a ensimismarme,
esta vez me encontraba en un fresco anochecer en una playa virgen, sintiendo
con el mayor de los placeres la brisa del mar. Cerca estaba la carpa donde
yacían mis amigos; muertos desde hace ya mucho, disfrutando de su estado de
éxtasis causado en los diferentes niveles de inconciencia…
-Buenos días Muñoz; me dijo el carcelario con tono sarcástico, falsee una sonrisa y le devolví el saludo tan
cordialmente como pude, la fila de los presos se alargaba, empiezo a trabajar,
rápido, efectivo, sin pensar, sin imaginar, sin vivir.
Cuando la fila termina vuelvo de nuevo a adentrarme en mi
mismo, cada reunión, cada gesto, los que ya no están, las drogas, el sexo, las
luces. Tantos besos y caricias entre extraños, nada como recibir cariño en el
mundo distorsionado que disfrutábamos en aquel entonces.
Ahora Faltan pocos minutos para tener que volver a mi celda y
esperar la interrupción final de mi mente, que posiblemente es lo único que aún
es libre entre rejas. Así es que pasó los días de este difícil vivir, en recuerdos
imprecisos de lo banal, de esas pequeñas cosas que se consideraban sólo una
brecha en la línea “útil” de mi vida.
Tienes que tener cuidado con las tildes. Me gusta la forma de narrar el cuento. Es fácil serle prisionero al mundo más no a la imaginación del hombre.
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