Viernes 6:00 pm acababa de comenzar mi programa
de televisión favorito, llovía fuerte hacia el occidente, lo se por que desde
mi empinada casa veo todo el valle, y veía los relámpagos cada minuto o minuto
y medio reflejarse en mi ventana; mi vecina Aura tiene por costumbre cerrar las
ventanas y tapar los espejos con una toalla para evitar la entrada de los rayos,
dice ella, yo por el contrario me disponía a sentarme en mi mueble de sala a
ver el final del concurso, porque esa noche se definía todo y de esto dependía
si me seguía viendo el programa o no, tal vez sea una afirmación apresurada,
pero los concursos de canto me encierran en una crisis contra la realidad y la
ficción, la lluvia seguía perturbando la calle y a mi perro que no dejaba de
ladrar cada vez que se escuchaba un trueno.
Los viernes les llama mi mamá culturales y le
extraña que yo pase uno de ellos en mi casa, por el contrario a mi se me han
vuelto de descanso de pasividad constante y a veces hasta olvido que es
viernes; decía que me disponía a ver el programa de la noche, aislarme en una
nube televisiva e incluso prestarle atención
a las propagandas baratas.
Esta noche no sentí nada más, ni los disparos,
ni los gritos de los niños, ni la montaña resbalarse en las casas del oriente,
esa noche solo vi como “Elías” el favorito del concurso salía envuelto en un
traje azul y me recordaba mi infancia cuando veía a Sandro o Leonardo Fabio en
las repeticiones del “Show de las estrellas”, yo no sentí nada esa noche, ni la muchedumbre correr
detrás del herido, ni a mi vecina gritar por los golpes que le propiciaba su
marido, yo esa noche estaba absolutamente ocupada en mi mueble, con la mente en
la propaganda del refresco, o en la melodía de mi nuevo artista favorito, pero
es que si tan sólo hubiese sentido algo, quizá me hubiese parado de inmediato del sofá y me hubiese aterrado al
ver la montaña resbalar sobre la gente y el valle diluirse como en las películas
hollywoodenses, las noticias aún no habían empezado, y por supuesto que la más
importante sería el triunfo de la selección Colombia, yo no soy fanática al fútbol,
sin embargo esa tarde había estado al tanto de los resultados, suele ser una fiebre
tan contagiosa.
Ese
viernes yo no vi nada, ni las aves salir despavoridas del sueño nocturno sobre el árbol de sauco de
mi patio, por culpa de los disparos, ni siquiera preste atención a los ladridos
continuos de mi perro, acaso “Elías” era más importante. Aura tampoco vio nada,
las toallas en sus espejos y las ventanas cerradas con las puertas de madera no
le dejaron ver nada, pero ella escucho todo, se alcanzó a aterrar y sentir en su cuerpo todo el dolor que se
pueda soportar, ella no pudo evitar las voces desgarradas en sus oídos y los
recuerdos afanados de tan violento momento; ella lo vio todo con su escucha e
incluso logró escapar esa noche de la montaña, mientras la tierra resbalaba entre las casas del oriente de la ciudad, no
me pidan que describa de nuevo el viernes porque yo al contrario perdí mi
perro, mi casa, mis plantas, de un disparo, de una avalancha y por indiferencia
sola y pura indiferencia.
Salí de
narrar la historia en el periódico con las lágrimas en la garganta y ningún
ruido en mis oídos por que esa noche yo no sentí nada.
Itzamar N. Cuervo López
Estudiante Construcción.
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