-¡Dios mío!
-¡Lo que faltaba! Vida hij…
-¡Es una mujer!, por fortuna.
-¡Muy afanado! ¿O qué?
-No, señora. Le ofrezco disculpas por golpearla
de esta forma abrupta.
-¡Bruta quién! ¡Ah!
-¡No! Discúlpeme, señora. Bruta, no. Quise
decir… bueno, que estoy apenado por haberla golpeado. Tengo que ir a mi oficina
y quiero resolver esta situación rápidamente. Mi tiempo es oro, señora.
-¡Y las arepas mías no valen! Las tenía que
entregar antes de las siete. Me la pasé toda la noche haciéndolas.
-Pero, aún puede entregarlas. Faltan…
-¡Oigan a éste! Y mientras llegan los del
transito y levantan el mapita y hacen el parte, ¡ah!
-¡No! No hay necesidad de eso, señora. Yo tuve
la culpa, yo le pago, tranquila. ¿Cierto que podemos arreglar por las buenas?
-¡Hum! Pero el arreglo de este golpe vale
mucho. Mire ése hundido tan horrible.
-¿Cuánto puede valer?
-Más o menos… ¡Mire! Llegaron los azules. Y le
apuesto que si no fuéramos a arreglar por las buenas no aparecían.
-Pero no hay problema, señora. Podemos arreglar
por las buenas. ¿Cierto?
-Sí. Pero entonces hábleles usted.
-¡Buenos, días!
-Buenos días, señores guardias. Sucede que…
-¿Guardias? ¡Si estás oyendo! ¿Nos vio cara del
INPEC? ¡Se dice guardas, hombre!
-Por favor discúlpenme, señores guardas. Está
claro que yo tuve la culpa. Pero tranquilos, no hay problema, la señora quiere
que arreglemos por las buenas. Es más, estoy dispuesto a pagarle un poco más de
lo que valga el daño. Pero necesito llegar rápido a la oficina.
-Un momento, espere aquí. Muñoz, ven y te comento
algo.
-¿Qué pasa, hombre?
-Muñoz, esto está raro. Un ricachón tan amable
y diciendo que va a pagar más de lo que vale el daño, y con tanto desespero por
irse, no sé… Llama ya a la central, mientras tanto yo lo entretengo. Mínimo
debe llevar alguna cosa rara en el carro o tiene pendientes. Llama rápido, Muñoz.
¡Qué no se nos vuele! Las apariencias engañan.
-¿Pasa algo? Guarda.
-No.
-¿Entonces?
-¡Entonces, que!
-Bueno, ¿Por qué no me permiten que yo arregle
con la señora por las buenas? Ella aceptó.
-Lo que pasa es que…
-¡Montoya! Que le pida la cédula y me la trae.
-¡Déme su cédula!
-Sí. Aquí está. Pero…
-Muñoz. Cuando me le acerqué para recibirle la
cédula y él me preguntó o me iba a preguntar algo, le sentí un olor como a
alcohol en el aliento.
-Bueno, gracias. Que no tiene antecedentes. Por
ahí va a ser, Montoya. Revisémosle el aliento a este ricachón.
-¡Oiga! Venga un momento, tiene que soplar
aquí, es para la prueba de alcoholemia.
-¿Qué? ¿Alcoholemia? ¿Cómo así?
-No conocemos ese trago que le perfumó la boca,
pero alcohol es alcohol y este aparatico nos lo muestra.
-Pero, señores guardas. Es mi bucofaringeo que
uso todas las mañanas antes de salir de mi casa.
-¿Si lo oyes?, Muñoz. El trago es raro. ¡Sople!
-¡Esto ya es inaudito! Es un enjuague con sabor
a anís, es fuerte, ¡pero no es un licor!
-Entonces haga el cuatro. ¡Rápido, el cuatro!
Siguiendo el borde del andén.
-¡No! No voy a hacer ningún cuatro ni ninguna
alcoholemia ni nada. Voy a llamar a mi abogado.
-¡Ah caramba! “A mi abogado”.
-Entonces… ni prueba de alcoholemia, ni el
cuatro, y amenazando con abogados “propios”.
-¡Y me dijo bruta!
-¡Mentiras, señores guardas! No le he dicho
bruta a esta señora.
-¡Ah! Muy bonito. Además aprovechándose de la
señora porque la ve indefensa.
-¡Está bien! ¡Está bien! Denme el aparatico y
yo soplo.
-Así está mejor.
-Muñoz. No salió muestra de alcohol. Qué raro.
-Entonces que haga el cuatro.
-Pero… si no salió alcohol en la prueba, por
qué…
-¡Haga el cuatro!
-Sí. Sí. También lo voy a hacer. Miren.
-Bien. Entonces, arregle con la señora. ¡Ah! Y
nada de insultos.
-Que me pague trescientos mil pesos.
-¿Cuánto?
-Usted dijo que me daría un poco más.
-Pero usted ya está abusando. El arreglo no
debe costar más de cien mil pesos.
-Bueno, entonces que los guardas levanten el
mapita.
-¡Está bien! Está bien. Pero sólo voy a darle
doscientos mil pesos. Y es mucho más de lo que cuesta el arreglo.
-Que sean doscientos treinta mil pesos. Porque ya
casi son las siete y no alcanzo a llevar las arepas. El señor de la tienda no me
las recibe, así que ya perdí la masa y el trabajo.
-Le voy a dar esa cantidad de dinero, pero por
favor, déjenme ir.
-Cincuenta, cien, ciento cincuenta, doscientos,
doscientos veinte y diez mil más. Bueno, será dejarlo así.
-¡Buenos días, doña Amparo! Llegó temprano con
las arepas.
-Claro, don Humberto. Aquí se las traigo para
que me reconozca el dinero. Mire esos hongos, y así no me las reciben en la
tienda mía.
-Ni más faltaba doña Amparo. Aquí está el
dinero. Y tenga los cuatro mil pesos para la gasolina del carro. ¡Ante todo la
honradez!
-Así es, don Humberto. Por eso será que nos
entendemos tan bien usted y yo.
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