Una tarde… hace mucho tiempo, cuando estaba
en mi época de estudiante, vi algo que me conmocionó, algo que me dejo
intranquilo… fue algo que con solo poner mis ojos en él me provocó. Me
insinuaba que cediera a un espectro ensombrecido por la razón, mi cuerpo pedía
a gritos que volviera a descubrir el velo para dejar salir a un animal. Por más
que luché, no pude detener ese frenesí egoísta del querer que ese “algo” fuera
mío, así que no tuve más remedio que seguir mis instintos… la tarde oscura
llegó y me decidí.
Corté… descuarticé… mordí… sacié. No deje nada… arranque hasta el último vestigio de vida que debió poseer. Solo quedó el catre en el que reposa el vestido aparente de todo ser.
En este punto supe lo que era quedar satisfecho, lo que era mirar atrás y sonreír, lo que era dar rienda suelta a un desenfreno… es algo horroroso, lo sé, pero ¿qué puedo hacer?
Después con la evidencia en lo obvio, me puse en la tarea de enterrarlo. Lo hice ahí mismo… no deje huella… nadie me vio, o al menos eso creo.
Al dejar atrás el escenario de tan cruel acto, una alegría inexplicable embriagaba mi entendimiento periférico. Sentía como las comisuras de mis labios empujaban mis pómulos hasta casi alcanzar cerrar mis ojos… era una sonrisa de lado a lado. Desgraciadamente me había encantado lo que había hecho... no había remordimiento, no había culpa.
Al subir las escalas de mi hogar, abracé a mi mamá, saludé a mi hermano... todo era anestesia para mis sentidos.
Después de 5 minutos, mientras recordaba mirando por la ventana de mi balcón, mi querida madre me preguntó:
-¿Te gusto la que te hice hoy para el almuerzo?
-Mami… en eso estaba pensado… en lo delicioso que fue.
Corté… descuarticé… mordí… sacié. No deje nada… arranque hasta el último vestigio de vida que debió poseer. Solo quedó el catre en el que reposa el vestido aparente de todo ser.
En este punto supe lo que era quedar satisfecho, lo que era mirar atrás y sonreír, lo que era dar rienda suelta a un desenfreno… es algo horroroso, lo sé, pero ¿qué puedo hacer?
Después con la evidencia en lo obvio, me puse en la tarea de enterrarlo. Lo hice ahí mismo… no deje huella… nadie me vio, o al menos eso creo.
Al dejar atrás el escenario de tan cruel acto, una alegría inexplicable embriagaba mi entendimiento periférico. Sentía como las comisuras de mis labios empujaban mis pómulos hasta casi alcanzar cerrar mis ojos… era una sonrisa de lado a lado. Desgraciadamente me había encantado lo que había hecho... no había remordimiento, no había culpa.
Al subir las escalas de mi hogar, abracé a mi mamá, saludé a mi hermano... todo era anestesia para mis sentidos.
Después de 5 minutos, mientras recordaba mirando por la ventana de mi balcón, mi querida madre me preguntó:
-¿Te gusto la que te hice hoy para el almuerzo?
-Mami… en eso estaba pensado… en lo delicioso que fue.
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