lunes, 1 de abril de 2013

UNA CORTA HISTORIA DE UN CORTO ENCUENTRO.Por :Santiago Quintero Suárez


Ya se cubrían con un blanco manto los isométricos techos de aquella pintoresca ciudad, y los níveos copos de nieve descendían a través de las gélidas corrientes de aire describiendo livianas danzas tan hermosas como imperceptibles al son del ruido matutino que ya empezaba a entonar sus notas. Es curioso notar cómo la vida transcurre en un vaivén de afanes y desventuras, y olvidamos, en nuestro ensimismamiento mundano, sorprendernos de las maravillosas pero simples cosas de la vida, tal como ver la libre y despreocupada caída de un sencillo copo de nieve; pues sólo quien vuelve a sentir miedo de lo majestuoso, se regocijará con lo simple, y únicamente en lo simple nos encontraremos de nuevo con nosotros mismos. Vale aclarar, que sentir miedo de lo majestuoso es todo lo contrario a lo que el miedo ha significado para los cobardes, el miedo resguarda sus feroces fauces en la humildad; quien admite sentir miedo, ya ha descubierto su verdadero sentido, que no es más que el auto-reconocimiento de nuestra insuficiente e impotente condición humana.
Y entre las mil y una historias de amor que aquí se tejen, una en especial, pasa anónima e insospechada entre las demás, como los pequeños copos de los que hablábamos. Entre los amores y desamoríos que por aquí transcurren, tal es la multitud que una simple historia particular no marcará la diferencia. Pero por hoy centrémonos en un peculiar encuentro, tan especial como todos y tan diferente como ninguno; diremos entonces que ésta es una historia de dos amantes que aún no se conocen, dos seres que todavía no son el uno para el otro y que a los ojos humanos no los serán.
Él, tranquilo y curioso; ella, vanidosa y elegante; él, despreocupado y olvidadizo, ella: recatada y selectiva; él, un viajero sin fronteras; ella: una citadina normal. Nadie habría imaginado el encuentro de dos seres tan distintos, aún menos cómo sería su historia.
Eran ahora las tres de la tarde, y todos empezaban a retornar a sus hogares, los carpinteros paraban sus aserradoras, los golpeteos del herrero comenzaban a atenuarse y los vendedores ya serraban sus negocios, en el parque, con voces infantiles, un pequeño coro entonaba deliciosos villancicos y algunos niños correteaban por todos lados, mientras sus madres, distraídas, tal como lo hacen hoy, advierten del peligroso y devastador resultado de una caída y los niños, haciendo caso omiso, continúan su juego como siempre lo han hecho y seguirán haciendo. La historia del desarrollo humano parece siempre repetirse, las madres advierten sobre lo que, a sus ojos, parece un fatal accidente y para los niños es sólo un pequeño precipicio o, lo que para ellas parece una muerte segura, pero para los infantes es un gigante parque de juegos. Tal vez siempre sea así, y nunca una madre diga: “anda, tírate de ese barranco que no te pasará nada”, o que un niño diga: “madre, no iré a jugar porque tal vez me lastime”, en fin, hay cosas que tal vez, bajo condiciones normales, nunca pasen.
Nuestro protagonista está ahora en el puerto, acaba de llegar de profundas aguas en una mediana embarcación de pesca que había fracasado su misión, debido a la escases de peces por esta temporada. Pese al fracaso laboral, él iba tranquilo y despreocupado silbando, como de costumbre, canciones desconocidas para quien no estuviese habituado a oírlo. Iba en busca de una nueva aventura. Así es el corazón de aventurero, ninguna hazaña ha sido suficientemente grande y ningún lugar está tan lejos para él. Ya caía la tarde y nuestro joven emprendedor recorría las calles, como lo hace cualquier recién llegado con curiosidad de conocer. El sonido del coro, que ya estaba finalizando su tarea, lo atrajo hasta el parque, y ver cómo se comportaban las personas allí presentes lo motivo a quedarse observando: algunos jugaban, otros conversaban, reían, gritaban, cantaban, algunos se disponían para irse; él, sólo miraba, y se divertía pensando lo que le depararía el tiempo, tal vez una tierra lejana o de pronto un trabajo para aprender, incluso, quien sabe, un nuevo amor, ninguna imaginación es suficiente para contemplar la infinitud de posibilidades que le esperan a un dispuesto a todo.
Nuestra protagonista, con ganas de relajarse de un agitado y enredado día, por casualidad, se dirigió al parque, a ver qué pasaría allí que pudiera relajarla, pero su estricta y regulada mente sólo le permitía pensar en sus obligaciones y la separaba de cualquier contacto con lo que le muestra el mundo para distraerse, y si lo pensamos, así funciona nuestra mente: cuando la rutina y la preocupación nos invade perdemos el contacto con la sencillez de lo majestuoso a lo que hace unas líneas hacíamos referencia. De este modo pues, se encontraba nuestra protagonista, distraída de lo distractor.
Es ahora que sucede la parte mágica, la escena que todos esperan, donde se encuentran milagrosamente las miradas y caen profundamente enamorados y viven felices por siempre, pero para variar algo que en realidad nunca pasa, no se encontraron sus miradas repentinamente, fue ella quien primero lo vio a él, y olvidó todo en lo que estaba pensando, en ese momento fue sólo suya, se entregó totalmente a un perfecto extraño, alguien a quien no conocía, pero que en sus ojos conoció de inmediato y por quien estaba dispuesta a olvidar que el mundo existe.
Él, paseando la mirada, la avistó y por su mente no pasó, en un primer instante, más que la opción de una nueva aventura, pero al acercarse a su encuentro la violenta flecha del amor golpeó su corazón y no pensó más que en dedicar su vida a una exclusiva aventura: ella, todos sus días vividos transcurrieron en un segundo y los que le quedaban se reflejaron en los ojos de aquella creatura, que por primera vez, a su alma de aventurero le hizo sentir algo por que vivir más que la incertidumbre. Pues eso es todo lo que puede esperar un aventurero: incertidumbre. Pero eso no es malo, por el contario, es posibilitar el mundo para que aparezca con lo que quiera, y aprender a disfrutar de la variedad que se ofrece, pero en esta ocasión, aquel insignificante ser trotamundos, sólo quiso morir a su lado.
No necesitaron oír palabra alguna uno del otro, sus miradas fueron más que suficiente, la felicidad no necesita explicación, menos si es el amor quien carga con ella, pues quien entrega su corazón al vuelo del amor ya ha encontrado por primera y última vez la felicidad que el mundo terrenal está dispuesto a ofrecer. De este modo volaron ambos corazones uno sobre las alas del otro, su cantar cada vez más animoso, y ahora, cobijados por la luna, y arrullados por los matorrales fueron uno, quedándose, luego, dormidos en el frío invernal.
No sabremos nunca si este encuentro fue suficiente para que sus almas se volvieran a encontrar luego, para amarse eternamente sin las fronteras de la realidad física, de lo único que quedará constancia es que en el parque, a la mañana siguiente fueron encontrados los cuerpos sin vida de dos pequeños pajaritos, que por un momento de sus distantes existencias pudieron vivir, amar y sonreír a la muerte, con la sonrisa que sólo la satisfacción de haber encontrado un propósito en la vida puede mostrar. 

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