Un fuerte sol de
medio día golpeaba con fuerza la brillante cabeza de mi abuelo, su imagen se veía reflejada en su lisa y pelada frente,
era lo único liso que tenía; allí dormido boca arriba junto a la cuneta del desagüe que quedaba frente
a la agencia de licores, la piel de sus manos y pecho estaba arrugada, curtida ennegrecida por la quemadura de los días soleados de ese
mes de agosto. Su apariencia era como la de un payaso de cera derretido puesto
que las chicas de la agencia le habían dibujado círculos de colores con labiales en el rostro. Varias personas
que pasaban y lo veían se reían de él, otros fruncían sus rostros y lo veían
indignante mientras que otros solo
decían: Pobre doña Amalia que tiene que lidiar con ese borracho todos los Días. Yo ardido en
rabia apretaba con intensa fuerza mi puño izquierdo en mi bolsillo pareciera que se compadecían de
mi ira al verme allí parado junto a él, sin embargo yo no podía hacer nada más
que eso: ¡empuñar mi mano!; porque después
de todo él era el payaso del pueblo.
Me
le acerque con miedo ; confieso que fui
muy valiente al hacerlo pues siempre le
había temido a los payasos y sobre todo al ver que de su boca rebasaba una espuma blanca que recaía hasta su nuca
donde por fin se secaba por culpa del fuerte viento. No me atreví a llamarle
abuelo no creí que lo fuera en ese instante solo una sutil patada de niño de 8
años en su redonda barriga bastó para
despertarlo de ese trance de ya 3 días. En tanto vi que se movió salí corriendo
y me atrinchere detrás de una esquina. Debería
estar elevando cometas en el cerro con mis amigos, sin embargo, me quede ahí vigilante.
Observé sus movimientos uno a uno
como con ojo de gavilán cuando observa
un humano, lo vi, levantóse primero temblorosamente sosteniéndose con su mano
izquierda sobre las puntiagudas piedras
del pavimento destrozado, el no
sintió dolor, sin embargo, sus
flacuchentas y débiles piernas no le dieron
para levantar un cansado y alcoholizado cuerpo y cayó nuevamente, mientras, que las chicas de
la agencia lo veían y reían a carcajadas. No sé porque esa imagen de mi abuelo
intentando levantarse se me parecían a las de Jesucristo cuando caía con su
cruz, pero mientras lo observaba pensaba
en esta comparación: Jesús jamás se emborracho o…. eso es lo que mi abuela me
ha dicho, entonces, ¿porque tal comparación? ¿Acaso mi abuelo no es culpable de su pusilánime
condición frente al licor? ¿Hay acaso una fuerza más poderosa que la voluntad
humana? Me preguntaba esto cada domingo al ver a mi
abuelo con lágrimas en sus ojos salir de
misa susurrándole a los oídos de mi
abuela que ya jamás volvería a beber y hasta tiraba la caneca a medio beber que aun traía en el bolsillo interior de su chaqueta. Fue entonces cuando un domingo de esos le
pregunte a mi tía el porqué mi abuelo no podía dejar de ser borracho. Ella
vehemente mente pero como para
esquivarme la pregunta se agacho, me vio a
los ojos y me respondió: Mijo, eso es porque su abuelo ¡no recibió amor
cuando pequeño!
Yo esperaba que me explicara de una mejor manera,
sin embargo, Una sonrisa nerviosa se dibujo en sus labios, sentí que no aguanto mi mirada entonces me invito a comer un helado. Mientras
disfrutaba del rico helado de chicle como el que a mí y a mi abuela le gusta, me di cuenta que algo se traían entre manos ella
y mis tías para solucionar esa falta de amor en mi abuelo; Es por eso que el
domingo siguiente todo ellos colectaron dinero para regalarle un detalle por motivo de sus cumpleaños. Sería
algo que él no pudiera usar para comprar licor; ¡seria ropa!
Tías, yernos y primos se reunieron en la
pequeñísima sala de tres por tres de la casa de mi abuela ella estaba rojita
desde la primera vez que llegaron puesto que el piso estaba lleno de baches,
eran tantos, que el baldosín solo
correspondían a una cuarta parte del piso. A la vez se sentía engañada ya que
mi abuelo desde hace dos años le había prometido arreglarlo, sin embargo, fue fuerte arrugo la cara y se fue a la cocina
por algo de café y al volver les hizo
sentar en las tostadas y negras blancas por a causa del sol y la mugre. Todos respetaron la
degenerada silla de mi abuelo digo degenerada porque sus patas estaban recostadas hacia la derecha
casi 10 grados y carecía de varias de las varillas de su espaldar todo esto por
culpa de mi abuelo y sus tremendas borracheras de las cuales salía luego de
muchas horas recostado en aquella pobre silla en la que lo dejábamos mi primo
lucho y yo cuando mi abuela nos mandaba traerlo, sin embargo juiciosos esperaron
a Miguelito que así era como conocían a
mi abuelo en el pueblo, para por fin
decirle unas palabras de cariño y regalarle un detalle, cada uno dijo sus palabras de
felicitaciones y le dio un abrazo, mi
abuelo no contenía el llanto agachaba su cabeza y gemía como un niño, balbuceaba al hablarles que lo que más
deseaba su vida era dejar el licor. Dando gracias a quienes se le acercaban y le decían sus palabras. Ese semblante en él era el mismo que vi en mi madre cuando lloraba mientras se secaba las
lagrimas con su pañuelo al ver a mi abuelo tan compungido, sin embargo, yo como
una roca no sentía nada, me parecía estúpido ese sentimiento de dolor pues ya
me había acostumbrado verlo llorar de la misma forma casi todas las semanas excepto en semana
santa, que era cuando mi abuelo dejaba de ser Miguelito para convertirse en don
Miguel, y los domingos, los domingos era
cuando él estaba más cuerdo porque iba a misa.
Después
de ese bochornoso espectáculo para mi, todos se fueron a sus casas con la esperanza
de que el no volviera a tomar por algún tiempo. Mi abuelo despidió a todos de
un abrazo y cerró la puerta. Entro a su
pieza y destapo velozmente las bolsas de
regalos, ni siquiera leyó las tarjetas Eran
un par de zapatos de charol negro y
brillante como un espejo me parecía divertidos, te podrías ver la cara en
cualquier momento. “Cuarenta pesos” dijo
musitadamente al verlos, también una
camisa a cuadros verde caña y un pantalón de prenses como de
esos que se usan en la primera comunión para estos no les calculó su precio, simplemente las estreno y salió; acelero su
caminar al pasar al lado de mi abuela
que extendía sus sabanas en el patio de
al lado, el jardín del frente le encubrió y se fue sin mirar hacia atrás directico a la agencia. Yo no lo seguí solo luego
de 3dias le busque
y diez minutos más tarde le
encontré allí tirado junto a la cuneta de desagüe frente a la agencia boca
arriba sin camisa a cuadros, sin zapatos de charol y con un pantalón que jamás
le había visto. Ya iban tres intentos cuando por fin logro levantarse, tambaleo
un poco pero cayó de nuevo hacia atrás,
esta vez fue impresionante su caída porque sonaron sus costillas y hasta una
delgada línea de sangre salió de su boca, no se movía, ni siquiera sus ojos
lo hacían. Yo me acerque le patio de
nuevo y tampoco se movía, “esta vez si le grite ¡Abuelo levántese! Pero nada
solo yacía ahí estático y templado como una
piedra.
¡Tranquilos!
Mi abuelo esta aquí conmigo, rosadito
sentado en su silla pero sus manos y pies están inmóviles. El doctor dijo que había caído encima de una
piedra la cual le causó parálisis. Sin
embargo por fin mi abuelo es feliz pues se cumplió su deseo de cumpleaños.
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