lunes, 1 de abril de 2013

EL VESTIDO DE LA HIJA DE TERESA. Por: Maricruz Loaiza Hincapié


Un domingo como cualquier otro de los que suelen transcurrir en el pueblo, Clara la hija de Teresa, Salió de su casa, llevando puesto una prenda  diferente a lo que normalmente acostumbraba lucir, como es una señorita de tanta alcurnia, (o por lo menos eso es lo que siempre le ha dicho Teresa su madre), ella no podrá salir a la calle estando mal presentada, siempre deberá distinguirse por su elegancia al vestir, de no ser así, seguramente le será un poco difícil encontrar marido rápidamente, ya que Clara no es tan agraciada como muchas otras señoritas del pueblo. Sin embargo este día, había algo verdaderamente distinto en ella, tanto así que cuando se abrió la puerta de su casa, (que como la de toda familia distinguida está ubicada en el marco de la plaza), las miradas de todos los que caminaban por estos lados se posaron en Clara, era casi la hora de la misa, por lo que mucha gente se dirigía a la iglesia apresuradamente para ver si alcanzaban un puesto, pues las misas celebradas por el Padre Ernesto el domingo, podían durar hasta 2 horas; pero esto tal parece que perdió su importancia, porque las personas menguaron sus pasos para poder observar a Clara, quien muy orgullosa de sí misma, caminaba como un pavo real por todo el centro de la plaza, hasta llegar a la atrio de la iglesia,  luego procedió a entrar a la iglesia donde ya su madre la estaba esperando guardándole un puesto en las primeras bancas, caminaba por el pasillo central sin mirar a los lados, pero se daba cuenta que todos lo que estaban en la iglesia no dejaban de mirarla, cuando llegó a donde su madre, se echó la bendición y se sentó mientras ambas sonreían con una sonrisa pícara, en la iglesia sólo se escuchaba un murmullo poco común, pues el padre Ernesto siempre ha dicho que la casa de Dios no es para ir a chismosear ; todos hablaban de lo mismo, ¡Qué vestido más hermoso! Se decían unas a otras, ellos por su parte  comentaban lo bien que se veía Clara ese día. La misa transcurrió como de costumbre,  salvo porque cuando la gente se acercaba a comulgar al devolverse a su puesto no podían evitar mirar a Clara, más exactamente a su vestido color verde esmeralda, que deslumbraba por su belleza.
Al acabarse  la misma como era de esperarse muchas personas se acercaron a saludar a Clara y a su madre, pero era sólo un pretexto para mirar y reparar aquel vestido, pues en el pueblo nunca se había visto un vestido tan sublime  como este, es que era el color que brillaba ante los ojos de los espectadores,  es que era el tejido que parecía fuera hecho por la misma Atenea, es que durante todo ese día no se habló de ninguna otra cosa diferente al vestido de la hija de Teresa.
Al lunes, cuando aún no  había pasado el asombro que despertó este vestido, el pueblo fue sorprendido por una tenue luz azul, que provenía de un nuevo vestido de Clara, esta vez no haciendo honor a las esmeraldas sino a las turquesas. Este nuevo vestido logró despertar la envidia de muchas mujeres en el pueblo, quienes aunque tenían un rostro angelical y varias de ellas ya estaban comprometidas con buenos partidos del pueblo, no podían dejar de tener envidia de que sus futuras suegras y hasta sus propios novios comentaran la majestuosidad de estos  trajes. Y al martes fue el rubí, al miércoles un amarillo mostaza, pasando por púrpura, Lila, y negro ébano; al domingo siguiente a la hora de la misa todo el pueblo esperaba ansioso ver el nuevo y seguramente despampanante vestido que exhibiría Clara en ese día, mas para sorpresa de todos Clara se presentó a misa con el mismo vestido verde del domingo anterior, cosa que nadie esperaba especialmente porque durante toda la semana había alardeado un arcoíris completo, pero ciertamente el verdadero evento que paralizó al pueblo entero(incluyendo a Teresa y a Clara) fue cuando al salir de misa, en el parque junto a un bote de basura se encontraba una pordiosera despeinada, sucia y maloliente, que llevaba puesto el mismo vestido verde de la hija de Teresa; nunca se supo dónde, ni cómo, ni cuándo lo consiguió, lo que sí se supo fue que  los comentarios no se hicieron esperar y es que si el hecho de que tan sólo una semana antes Clara llevara este vestido había causado furor entre los habitantes, el que una pordiosera  tuviera este mismo vestido una semana después se convirtió en todo un acontecimiento, y es que unas comentaban con otras sobre lo simple y corriente  del vestido, y los hombres entre ellos  decían lo escuálida  que se veía Clara; futuras suegras y nueras hablaban de lo vergonzoso que sería para ellas lucir un vestido así, mientras tanto Clara y su madre corrían a su casa (afortunadamente para ellas  cerca a la iglesia) a esconderse de los crudos comentarios de la gente del pueblo; durante ese día no se habló de nada más, en ninguna cafetería, ni en tienda, ni en restaurante o barbería el tema de conversación era diferente, ni lo fue al lunes, martes o miércoles, a pesar de los esfuerzos de Clara quien caminaba por las calles del pueblo con sus vestidos color rubí, mostaza, turquesa, púrpura, lila y ébano, ya nadie la miraba ni comentaba sobre la belleza de sus trajes, otra vez había pasado a ser una sombra eso sí, de alta alcurnia pero sombra al fin y al cabo, una señorita, cuya edad de merecer iba avanzando bastante ya, y pronto podría llegar a convertirse en una solterona sin un poco de gracia.
Al llegar el otro domingo, fue como todos los domingos en este pueblo, no ocurrió nada extraño, la gente caminaba apresurada para ver si alcanzaban un puesto en la misa que duraba casi 2 horas, el señor de la cafetería de al lado de la iglesia limpia sus sillas porque sabía que al acabarse la misa del padre Ernesto, mucha gente iría a tomarse un jugo o un café, la señora del restaurante preparaba el almuerzo para los que siempre almorzaban allí después de misa, todo seguía su rumbo normal, pero nadie notó que ese día  Teresa estaba sola en misa, Clara no la acompañaba. Se dice que ese día salió muy temprano de su casa rumbo a las afueras del pueblo y que en una bolsa negra bastante grande llevaba sus vestidos que durante unos días le había dado tanto fama y la ilusión de un día poder de pronto llegar un día con un hermoso vestido blanco armiño a la iglesia; dicen que los quemó todos y cada uno de ellos, desde el verde esmeralda pasando por el amarillo mostaza hasta llegar al negro ébano, dicen que desde entonces nunca más salió de su casa y que tampoco nunca más se volvió a ver en el pueblo un vestido como el que alguna vez usó la hija de Teresa.

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